De regreso a Mexicali. Muy a gusto con el clima, en la capital de la Baja California. Entre Mexico y California, por eso el nombre.
Buen tiempo, mucho trabajo y algún que otro lío. Pero mucho más tranquilo que en otras ocasiones, o es qué nos vamos acostumbrando. Alguna que otra sirena y luces nocturnas, pero no va con nosotros.
El subidón de adrenalina esta vez, comienza en el regreso.
Interminable.
No se puede decir que la atención de la aerolínea nacional, esté a la cabeza de
las compañías que normalmente usamos.
Como
me dicen, tras el enfado, viajamos con un solo objetivo: volver con las
evidencias suficientes de lo bien que estamos en casa.
Odisea para conseguir viaje de regreso vía Monterrey. En el aeropuerto cambio de terminal, sufrir el caos de tráfico de esta mole de ciudad y unas horas de “descanso” en el ruidoso Camino Real.
Aunque no hay mal que por bien no venga, la recomendación
gastronómica es gracias a perder la conexión, en el restaurante “Cualli”. Para
empezar unas tostadas de atún con aguacate, salsa mexicana, jugo de limón y
cremoso de habanero. Impresionante. Seguido de un delicioso molcajete mar y
tierra “platillo tradicional mexicano que combina lo mejor de ambos mundos”.
Según
indica la carta, 360 gramos de proteína.
Yo
creo que alguno más. Una bomba para la cena: cecina de Yecapixtla, arrachera, camarones,
pescado, chistorra y pechuga de pollo marinada. Te lo sirven en el mortero
hecho de piedra volcánica, que mantiene mucho el calor.
Madre mía. ¡Que riqueza gastronómica tiene este gran país!