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jueves, 22 de febrero de 2024

Luminous Festival- Qatar

Trás la decepción de las minúsculas torres vigia de Al Khor,  - no siempre se acierta- , me decido por la visita relámpago a la Imaam Muhammad Ibn Abdul-Wahhaab Mosque.  

Un sobrio y elegante edificio, donde te sientes bienvenido. La repetida sensación de flotar por la acolchada alfombra se mantiene, y me lleva a casa. Invita al relajamiento.

Parece que no acuden muchos turistas, me sorprenden los folletos de la entrada. Al ver mi interés, se desviven por desempolvar una gran cantidad de guías, libros y Coránes. Es una misión de está mezquita.

 


En distintos puntos de la ciudad hay eventos que merecen la pena, pero mi tiempo y resistencia después del trabajo de esta semana es muy limitada.

No me decido si ir al evento en el Souq Waqif donde han inaugurado el Tadweer Arts Exhibition, unas carpas inmensas -hacen de museo temporal- donde las exposiciones y los talleres se centran, como hoy en día no podría ser de otra manera, en sostenibilidad. Todas las obras de arte tienen algo que ver con la reutilización de materiales y la otra opción, es ir al Lusail Boulevard, donde está el “Luminous Festival”, que en principio me atrae menos.

 

Me dejo guiar, y aciertan. Para eso llevan varios años trabajando en el país. Hay que dejarse asesorar por los que saben.

Un par de horas de turismo antes de tomar el vuelo, que te ponen en tu sitio. Soy un privilegiado. Cuando un ayuntamiento tiene dinero, se nota.



Aquí todo es a lo grande, una maravilla ver iluminada la plaza Al Saad y el bulevar de Lusai, conquistado por las aficiones mundialistas, ahora se ha convertido en un espectáculo callejero, bueno la palabra seria espectáculo “rascacielero”, que te cautiva. Sonrisas y sensaciones muy agradables, un gran espectáculo visual.

Artistas disfrazados para ambientar cada elemento: tierra, agua, fuego, aire. Con tantos medios y recursos: grupo de ballet, música en vivo al ritmo de tambores étnicos, las bellas mascotas y un despliegue ilimitado de creatividad, luz y sensores.  Todo es interactivo, gratis y muy visual.

 


En cuanto a la recomendación gastronómica, aquí si que me vuelvo al Souq Waqif, económico y muy bueno donde repito en el “ Le Gourmet”, pero está vez me decanto por recomendar el Kebab Halabi (QR65), un milagro para los sentidos.

 




 

 

lunes, 12 de febrero de 2024

Santander, comer y volver

No conocía que existían tan cerca dos mundos. 


Alcanzas a ver los montes nevados y el mar encabritado al mismo tiempo, consigues ver llover mientras el sol te deslumbra y en cincuenta metros, eso sí cuesta arriba, puedes ver el barrio obrero y pasando un túnel el Santander aristocrático. Gran ciudad donde las haya.

 

Me sorprende, detrás de la casa consistorial, un edificio modernista. Entramos en el Mercado de la Esperanza, le viene el nombre, que ni en pintura. La alegría de sus pescaderías y los santanderinos comprando, hace que piense que aun estamos en navidades. Hay esperanza.

 

Me alegra, el aperitivo en el Centro Botín: Sí, sí, sí…sí. Copiando a la obra del artista Martin Creed.

Edificio moderno que, aunque parece difícil consigue integrar, el conjunto con el puerto y el casco viejo.  Que dejen parte de lo que fue la zona de estiba, siempre gusta, como la Grúa de Piedra, que te recuerda que lo moderno ha desplazado a la útil.  




 

En cuanto a las vistas, tenemos suerte, y nos llevan al Faro de Cabo Mayor que vigila la entrada a la Bahía de Santander. 

Una bahía en el cantabrico que mira hacia el sur. Una gozada ver el mar y la ciudad.  Lo que me permite darme cuenta de las temibles cuestas y sus desconocidos barrios altos.

A pesar de degustar los "callos de bacalao, hoja de la abundancia y pan de algas" de la Casona del Judío, el único plato que estaba de diez -demasiada letra para poca cata- la recomendación es la Bodega La Conveniente.  Calle Gomez Oreña 9. 

Sitio con solera, autentica, genuina, de las que ya no nos quedan casi en casa. Con frascas de vino y buenas raciones.  En mi próxima visita, que volveré, me gustaría poder comer bajo la atenta pianista y con la misma buena compañía.


Un lujo al alcance de pocos.  Escapada de diez, porque son gente con estrella. Se lo merecen todo. 

Hay que disfrutar mientras se pueda.

 

 

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viernes, 9 de febrero de 2024

Tłusty Czwartek : ... y un par de kilos para el jueves gordo

De repente me veo inmerso en una increíble tradición polaca, en la que al final, después de un par de intentos, no consigo resistirme y caigo de lleno en la tentación.

Algo así como nuestras tostadas de carnaval, pero mucho más generalizado. Lo que prima en este día es pasártelo comiendo y comiendo:  el Jueves Gordo.

Según me dicen, con el traductor, es una fiesta nacional cristiana, en el ultimo jueves antes del miércoles de ceniza cuando se inicia la cuaresma.

Desde el desayuno, en el que consigo resistirme, me traen a la mesa una breva redonda, con azúcar glas por encima, indicándome la camarera que hay que comérsela. Se da cuenta rápido que no estoy por la labor, estoy en operación bikini tras los excesos de navidades.

En el segundo raund en a oficina, con Magdalena , y tras volver a rechazarlo amablemente, me explica que es una tradición religiosa y que sí o sí, debería seguirla. A la hora del hamaiketako, es más difícil aguantarse y si una “flaca” como ella, lo sigue, pues caigo y disfruto de este delicioso manjar. ¡Primer Pqczek!

¡Que rico! Esponjoso y relleno de mermelada de ciruela. Increíblemente deliciosos.

 



Es peligroso. Incluso, adictivo, diría yo. Y la tentación no cesa. Me imagino que será como las campañas de los sesenta para iniciarte en el tabaco. Parece que todos los que me rodean, han comprado docenas de ellos, y no hacen más que ofrecérmelos. 

El cuerpo pide más, y la tradición dice que hay que comerse al menos un par, porque si no lo haces durante este jueves gordo, tendrás mala suerte para el resto del año.

Después de una semana horrible, entre peleas y lloros, pues como no podía de ser de otra forma, tras la comida, el cuerpo me pide dulce y no me puedo resistir. 

¡Segundo Pqczek!

Empiezo a comprender porque todo el mundo se pasa los principios de la buena nutrición por el forro. El relleno es distinto, una mermelada que sabe cómo a flores y este me parece aún más ligero. El que está junto a mí, va por cuatro, y espera llegar a la media docena. Las mesas, están llenas de brevas.

 

Ya en Varsovia, de regreso, me sorprende ver la capital aun con toda la decoración navideña en las calles y con la pista de patinaje en el centro de la plaza del casco viejo, Rynek Starego Miasta. Alguno lleva ya la máscara puesta.

En cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro. Voy directo a mi restaurante de referencia:  Bazyliszek. Gran descubrimiento, que aparece reflejado en anteriores entradas. Tras brindar con una espectacular cerveza local – me meto entre pecho y espalda un codillo, para mi solito, pero en el momento de la retirada, cuando pienso que he cenado demasiado, tras abonar la minúscula cuenta, aparece Rosane, con su mejor sonrisa. La casa invita a un digestivo y como no podía ser de otra manera, hay que seguir la tradición.

Cuando lo veo, no puedo dejar de decir en mi mejor polaco: ¡Ponczeck!

Seguido de un porquesik, porque me lo merezco. La cara de la camarera, no tiene desperdicio.

 

Hoy remordimientos…