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martes, 16 de febrero de 2021

"No more lockdown"

 Entre risas, como chiquillos, quedando en la muga de los municipios colindantes para poder compartir unas buenas viandas y quitar la morriña de la distancia con los allegados sin incumplir las medidas impuestas.

 


Términos de pandemia que se usan para limitar lo que hasta hace menos de un año nos parecían  derechos fundamentales: la libertad de movimiento y la libertad de reunión. Cuando los límites para llegar a casa eran autoimpuestos por la edad o lo bien que nos lo estuviéramos pasando y no por los toques de queda, que  por cierto, algo bueno han traído. Ahora estamos todos puntuales, para la hora de la cena.

 

A todo nos acostumbramos. Te dicen que no puedes reunirte más de cuatro personas, que a las diez en casa y que no salgas de Bilbao y lo asumes. Poco a poco, lo asimilas, al cobijo de  nuestras casas, sin bares, sin celebrar los cumpleaños con los amigos, sin ir a ver a la madre porque no quieres saltarte el confinamiento perimetral.

 

Hasta que un día, unos valientes para unos y unos inconscientes para otros, deciden desmantelar las medidas impuestas por los sabios de la pandemia – los del LABI (Larrialdiei Aurregiteko Bidea) que hasta se saltan sus propias restricciones- desbaratando el plan de acción propuesto por el Gobierno Vasco para atajar la tercera ola del coronavirus. No será la última. Los magistrados contradiciendo a los políticos, mermando su credibilidad.  Los jueces del tribunal superior de justicia: Héroes en las tabernas y villanos en los servicios médicos. El reconocimiento de media población y el odio eterno de la otra.

 

Si a un sector como la hostelería se les permite abrir, porque entienden que no son los responsables de la nueva oleada de contagio… ¿Qué es lo que impide saturar la justicia para reclamar que dejen jugar a nuestros hijos a la pelota, a ir a San Mames, a viajar… y volver a trabajar como antes?

El miedo que se nos ha incrustado durante estos once meses, bombardeándonos con los más de dos millones de muertos.

 


 Algún día lo contaremos y no nos lo creeremos.

Esperemos, que todo nos parezca un mal sueño del que no se hable más, dejándolo zanjado en algún rincón oscuro de nuestro cerebro que nos protege de nosotros mismos, ocultándonos nuestros recuerdos traumáticos.