Antes de Navidad, el primogénito se examinó del práctico de conducir, pero en contra de lo que ha venido ocurriendo toda la vida, no le dijeron si había o no aprobado. Nos enteramos que tras las huelgas de los examinadores, lograron la reivindicación de no dar el resultado de inmediato y así evitar los enfrentamientos y coacciones, por lo que esperamos una semana para conocer el resultado.
Emocionados cuando llegó el apto, parecía que íbamos a tener chofer durante las vacaciones. Arreglamos temas de seguros - solo nos falta comprarle la gorrilla-, pero lo que era para nosotros inminente, se fue retrasando.
Parece mentira que puedan tardar tanto. No se han dado mucha prisa los de Tráfico, ¿Será alguna campaña de la DGT para que los jóvenes se lo tomen con calma?
Ha pasado más de un mes. Por fin ha llegado el
carné provisional y con ello la autorización para traspasarle el coche
familiar.
Paso por paso,
·
Ajustar
el asiento, bien.
·
Colocar
los espejos a la medida, demasiada tecnología pero también, solucionado.
·
Antes
de salir del garaje colocar la L, de "learner", - aunque en casa
siempre ha sido la L de "lerdo"- Se resiste. Hay que volver a salir
del coche porque se despega. Chupada potente a la ventosa. De ahí ya no se
mueve. Trucos que ahora igual no se llevan, hasta puede que sean insalubres.
Un tímido "Mejor ya lo saco yo del garaje" que no
convence.
En marcha.
Tenemos más éxito. Mejora la saga, algún ¡uy!,
pero conseguimos salir a conducir por un lluvioso Bilbao, bajo el cierre
perimetral, con las conocidas restricciones en la segunda ola de la pandemia.
¿Cómo funcionan los limpias? – Pregunta el aprendiz, mientras
se activan automáticamente.
Calma tiene. Lo hará bien.
Lo ha demostrado en el cruce más transitado. Ahí es donde el coche se ha querido una y otra vez calar. Intersección entre Gran Vía, Alameda Mazarredo y Alameda Urquijo, pasos de peatones en diagonal.
Los viandantes esquivando al joven aprendiz que tenía a su izquierda al conductor del Bilbobus subiendo del Casco Viejo, por detrás camiones de reparto - yo solo veo al de Coca Cola que nos intentaba sobrepasar por la derecha, pero con los trompicones en cada arrancada, no se ve muy convencido y para colmo a su derecha, bajando por la Gran Vía, unos cuantos taxis con caras de pocos amigos. Cada vez más rodeados de la jungla peatonal de un día laborable de rebajas a la hora punta. Y el conductor, nervios de acero, preguntando por el sistema Start- Stop.
El coche no quiere salir de la intersección. Calma
y más calma. El copiloto - él que escribe- con su mantra, una y otra vez:
arranca, embrague y acelera. Mientras, los cláxones y aspavientos de los que
nos rodean se van poco a poco animando. Un par de cambios de semáforos y no hay
forma. Seguimos en el mismo cruce avanzando tan solo unos pocos metros.
Un grito de acelera. Un solo grito, rompe el
mantra. Al final el coche consigue salir, según lo que parece estábamos en
tercera. Un milagro de la mecánica.
Menos mal que soy árbitro – Contesta el aprendiz, mientras los progenitores respiran aliviados.
Nos miramos. Satisfacción. Pero solo me brotan más
instrucciones para esquivar el único rickshaw que hay en Bilbao, usado para el
transporte de mercancías.
Otra bonita experiencia. Son etapas de la vida que
es un gusto poder ir quemándolas.