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viernes, 28 de febrero de 2020

Lecciones de vida, en Argelia



Días cortos, no dan para casi nada, hacen que pasen las semanas volando. Si no fueran por las noches largas y ventosas, - interminables-, se pasaría aun más rápido.  La recompensa de cada día,  los luminosos y silenciosos amaneceres.
Pocos objetivos cumplidos, muchas decepciones, demasiadas variables que controlar, fallando desde el origen, pero siempre levantando el sistema caído y volviéndolo a intentar. Si de los errores se aprenden, nos estamos doctorando.

Pues sí, aquí continuamos, escribiendo de noche, porque no hay quien pegue ojo.
Al final se ha ampliado otra vez la estancia, rodeado de gente del oficio, - ese que para bien o para mal hemos elegido- , porque como bien dicen, la mayoría de los que quedamos en el campamento, ya no se adoptarían a otra vida.
Grandes ideas de bombero, - alguna hasta descabellada-  sobre todo si las planteásemos a miles de kilómetros. Aquí y ahora, todo es una opción- soluciones parciales e inestables que nos llevan a volver a empezar. No nos escondemos, es imposible bajo tanta luz, jodidas antorchas, pero menos mal que ellas aun no fallan. 
Hay que acabar y volver a empezar en otro lugar, pero con mejor pie. Malas sensaciones, por todos los lados y aunque no queramos, lo contagiamos, más rápido que el famoso coronavirus y la consiguiente compra compulsiva de mascarillas.  Hasta se percibe al recibir desde casa los buenos días, al más puro estilo de canción triste de Hill Street, donde nos grabaron a fuego eso de tener cuidado ahí fuera.


Ya hemos alcanzado los treinta y cinco grados. Estamos entrando en la época en que nada más entrar al campamento se te asigna una mosca. Te sigue donde quiera que vas y es imposible deshacerte de ella. Animal fiel, donde las haya.  Al final hasta dudas. No sabes si es la misma después de tantos sustos y mandobles al aire. Ha tenido que morir de infarto. Pero alguna descendiente o amiga, sigue revoloteando por mi cara, cumpliendo la misión de su congénere. ¡Como molestan!

martes, 25 de febrero de 2020

Y cuando estés arriba dirás...

El paseo al atardecer, descendiendo por la vertiente sur del Gorbea, junto a lo que será el rio bayas, me hace volver a tiempo pasados.
Una vez confirmado que no hay red, ni posibilidad de contactar con el mundo exterior, me conecto de maravilla con el entorno. No hay más que dejarse ir. Una gozada, unos pasos detrás del resto, escuchando el agua.
La tranquilidad y la paz, debe nacer en sitios como este.


La luna nueva y el cielo despejado, nos hacen disfrutar de un firmamento plagado de estrellas. Parece que no entran más.
Con una buena manta, cava y mejor compañía, el tiempo pasa muy rápido en el exterior del refugio. Mientras, dentro a la luz de las velas, el anfitrión se afana en asombrarnos con un pollo cocinado con mimo. El horno de la cocina económica, una antigüedad a pleno rendimiento. Pero lo bueno, como casi siempre, llega al final: las tostadas de Inmaculada, que para eso estamos en mitad de carnavales, aunque por el clima, parezca primavera.

Si bien parecía difícil, hemos vuelto a gozar de los pasos vacíos, rodeando las campas y los hayedos del Gorbea. Es lo que tienen los lunes, que hasta en los parques naturales se respira de otra manera.
Veinte años después, aunque sea sin la compañía de los vástagos, volvemos a la cumbre, con su inmensa cruz. La tercera, según siempre nos han dicho, la que al fin resistió. 

La bajada, nos recuerda que el tiempo y sobre todo la falta de costumbre, tiene un peaje, aunque algunos se escuden en el olvido de las varas de avellano o de las modernas cachabas.

viernes, 7 de febrero de 2020

Argelia, noche rojiblanca


El viaje de una semana, se alarga y no tiene buena pinta. Cada día, en lugar de disminuir las tareas de la lista para irnos, se amplia y eso que, como desde pequeño nos han enseñado, voy cerrando las fáciles. Todo se andará, pero comenzando febrero, ya estamos superando los treinta grados y este lugar pronto se convertirá en una caldera.


Atardecer en el campamento, no debería estar aquí. El destino parece que se posiciona en contra de que vea el Barça. Otro partido que me pierdo por motivos laborales, otro más. Recordando en la cena, la final de mayo del 2015 en Bolivia, con la entrada cedida en el último momento. El satélite no quiere posicionarse, así que toca escucharlo por la radio.





 Muy cansados. Robando minutos al sueño, soñando con el milagro.
Salto, grito y no sé qué más. Gran momento vivido a miles de kilómetros. Apoteosis.  El chillido que pego, hace que los vecinos aporreen sus habitaciones para mandarme callar. No entienden nada.  Momentos de tensión por si el VAR decide anularlo. Hasta la radio se apaga. El éxtasis colectivo que llega en el último minuto del descuento. No tengo a nadie con quien abrazarme.
Recuerdo a los míos, que están en el campo, la suerte de poder disfrutar de estas sensaciones. Son irrepetibles. Es el partido soñado, que se recuerda toda la vida. Me alegro por ellos. Lástima de no poder vivirlas con ellos. Inolvidables, yo aún me acuerdo de la cara de Aita en esas ocasiones.
Por fin, nos hemos quitado al verdugo de la copa, toca apretar los dientes y a esperar que siga la racha, hasta la final. Hay que sacar de una vez la gabarra.  Aupa Athletic