Días cortos, no dan para casi nada, hacen que
pasen las semanas volando. Si no fueran por las noches largas y ventosas, -
interminables-, se pasaría aun más rápido. La recompensa de cada día, los luminosos y silenciosos amaneceres.
Pocos objetivos cumplidos, muchas decepciones, demasiadas variables que controlar, fallando desde el origen, pero siempre levantando el sistema caído y volviéndolo a intentar. Si de los errores se aprenden, nos estamos doctorando.
Pocos objetivos cumplidos, muchas decepciones, demasiadas variables que controlar, fallando desde el origen, pero siempre levantando el sistema caído y volviéndolo a intentar. Si de los errores se aprenden, nos estamos doctorando.
Pues sí, aquí continuamos, escribiendo de noche,
porque no hay quien pegue ojo.
Al final se ha ampliado otra vez la estancia,
rodeado de gente del oficio, - ese que para bien o para mal hemos elegido- ,
porque como bien dicen, la mayoría de los que quedamos en el campamento, ya no
se adoptarían a otra vida.
Grandes ideas de bombero, - alguna hasta descabellada- sobre
todo si las planteásemos a miles de kilómetros. Aquí y ahora, todo es una opción-
soluciones parciales e inestables que nos llevan a volver a empezar. No nos
escondemos, es imposible bajo tanta luz, jodidas antorchas, pero menos mal que
ellas aun no fallan.
Hay que acabar y volver a empezar en otro lugar, pero con mejor pie. Malas sensaciones, por todos los lados y aunque no queramos, lo contagiamos, más rápido que el famoso coronavirus y la consiguiente compra compulsiva de mascarillas. Hasta se percibe al recibir desde casa los buenos días, al más puro estilo de canción triste de Hill Street, donde nos grabaron a fuego eso de tener cuidado ahí fuera.
Hay que acabar y volver a empezar en otro lugar, pero con mejor pie. Malas sensaciones, por todos los lados y aunque no queramos, lo contagiamos, más rápido que el famoso coronavirus y la consiguiente compra compulsiva de mascarillas. Hasta se percibe al recibir desde casa los buenos días, al más puro estilo de canción triste de Hill Street, donde nos grabaron a fuego eso de tener cuidado ahí fuera.
Ya hemos alcanzado los treinta y cinco grados.
Estamos entrando en la época en que nada más entrar al campamento se te asigna
una mosca. Te sigue donde quiera que vas y es imposible deshacerte de ella.
Animal fiel, donde las haya. Al final
hasta dudas. No sabes si es la misma después de tantos sustos y mandobles al
aire. Ha tenido que morir de infarto. Pero alguna descendiente o amiga, sigue
revoloteando por mi cara, cumpliendo la misión de su congénere. ¡Como molestan!