Olvidados y añorados los tiempos de lectura y
escritura con este coronavirus. Tras el reclamo de ayer, por parte de uno de
mis fieles seguidores, me pongo delante del ordenador para contaros este nuevo
viaje, por el Bilbao en Estado de Alarma. Así es, mientras parece que la gente
se aburre, a mí entre el teletrabajo y
lo que hay que hacer en casa, me faltan horas al día.
Lo primero, agradecer la suerte que tengo, seguro
que alguno desde arriba – como diría mi Ama- nos está cuidando y ha hecho
posible que esté escribiendo desde Bilbao, en lugar desde cualquier otro
desierto del mundo. Hacía muchos, muchos años que no tenía tiempo para
convivir con la familia, siempre con prisas, con la agenda apretada y tengo que deciros que es una alegría.
En cuanto a las salidas, cada vez disfruto más de ellas. Sí, lo sé “solo para necesidades básicas”, que en mi caso, por ahora, se limitan a la compra de alimentos, periódico y a la salida a la farmacia.
¡Que lástima no haber regalado el perro, que
tanto querían mis hijos!
Un Bilbao
sin ruido, con rosas en lugar de grises, sin prisas y con gente amable, manteniendo las distancias. Haciendo las
compras en las tiendas que siempre nos han gustado, con una sonrisa tras la
mascarilla, tras la que se aprecia el miedo por un futuro incierto, envuelto en
conversaciones guasonas para ahuyentar la crisis, confirmaciones sobre lo que
ya saben y algún que otro piropo desde el otro lado del mostrador, sobre lo
bien que me sienta la txapela.
Cualquier cosa antes que volver a escuchar alguna
recomendación para sobrellevar la pandemia.
La ciudad parece aún más humana, aunque el tema de convocar a la ciudadanía para que salga a los balcones a aplaudir, pues me parece que se está escapando de las manos. Ya le he dicho a Jon Ander – mi carnicero- que también tendríamos que salir por ellos, que son los que nos mantienen alegres en casa: con los filetes, pancetas…
Pero bueno, como “no hay mal que por bien no
venga”, con tanto vigía en los balcones, alertaron de madrugada -desde la casa
de enfrente- a la Ertzaintza sobre un amigo de lo ajeno que se había subido al
andamio de la fachada y estaba intentando entrar por la ventana. Evitando así
lo que podía haber sido un buen susto. Aunque para despertar a algunas, hace
falta más que un simple intento. Gracias a Dios, bendita sordera.
En cuanto a la recomendación gastronómica, difícil
muy difícil. Estamos comiendo de lujo y volviendo a las recetas de antes, con
cariño. ¡Qué bien se cocina en casa!
Yo creo que me quedo con “las manitas de ministro”
– y que cada uno entienda lo que quiera- que la salsa la pone el vizcaíno.