Comenzamos la búsqueda de Antonio Banderas – con la sana intención de que "El mariachi" nos pague una ronda-, en la taberna El Pimpi. Un antiguo local donde acudían -quitando la i- los marineros para enseñar inglés: “show me now”. Siempre se aprende algo en los intercambios.
Según nos cuentan los autóctonos, ha perdido mucho, porque ya no dejan que se toque libremente la guitarra y arrancarse por soleares. La recomendación gastronómica: la fritura malagueña una delicia del tiempo de el Al-Ándalus. Una ración generosa de pescaditos, chopos… Productos del mar perfectamente fritos con su toque de limón y las porciones de pescados adobados. Sabores de otras épocas. Muy profesionales, buen servicio y con unas vistas inigualables a La Alcazaba iluminada.
Por una vez, el toque de queda con su "ley seca" están
a nuestro favor y nos salvan para el día siguiente. A la media
noche, como en la Cenicienta, dejan de servirnos y nos mandan para casa. Nos hubiésemos tropezado dos
veces con la misma piedra, pero no….
El objetivo del viaje: Una boda en la cuadrilla. Por todo lo alto y aprendiendo de la buena gente. La que tuvo retuvo, el swing no lo han perdido.
Momentos que ya pensábamos que no volveríamos a vivir, pero a pesar de las décadas pasadas, aún nos acordamos de cómo se hace. En la ceremonia lo damos todo, con nuestros sombreros y mascarillas de "brilli-brilli". Alguna lágrima dejamos.
Alegría, buen baile y vino a raudales-yo creo que superaron a las de Canaán que según decían solo tenían seis tinajas, ...un poco más de quinientos litros.
Una escapada fugaz y romántica por el sur de la península, a pesar de la pandemia y de la borrasca Alex, que estuvieron a punto de des-montarnos el chiringuito.
Chinitas al fondo y charco en primera linea |