Translate

domingo, 24 de octubre de 2021

Conexión Pizarro

Visita, visita como tal, no ha sido. Más bien carrera por Perú, pero me ha abierto las ganas de volver a viajar y sobre todo, por la zona hispanoparlante.

 


 

País de contrastes. Un abismo entre la megaciudad de Lima -con sus casi 100 km de norte a sur y más de once millones de habitantes - con Talara, nuestro destino. Una pena no poder alargar el viaje unas semanas más, para disfrutar de las tierras en las que Pizarro fue asesinado hace casi quinientos años. Hace unas pocas semanas en Trujillo, en su pequeña casa familiar  y ahora aquí. Como dicen en casa: todo encaja.

 

Me ha sorprendido las playas “surferas” - las que los Beach Boys inmortalizaron en sus canciones - Malecón de Miraflores, la limpieza y amabilidad de los barrios coloniales -seguro que de ricos- de la capital. Tampoco me esperaba toparme con colibríes en el parque Kennedy o los concurridos carriles bici. 

 


En cuanto a la comida, me quedo con un restaurante tripulado por un argentino: Canta Rana. Genova 101, Barranco 15063. Una gran opción, aunque pueda verse como un despropósito en Lima. Según el conductor, el único argentino que no hace parrilla. Un argentino cevichero. Una vez superado el no tener reserva, se nota el cambio en el servicio cuando en tu mesa se sienta un habitual del local. Todo sonrisas. El mejor ceviche mixto que he tomado nunca. Suave, sabroso y sin cilantro. 

 


Para rematar el espejismo turístico, paseo por el barrio bohemio de Barranco, hasta llegar a nuestro destino: un bar con historia. Juanito desde 1937. De los de antes, donde todos se conocen. Termino con un sándwich envuelto en papel y con las instrucciones para disfrutarlo en el partido de mañana en San Mames. ¡¡¡Como huele la maleta!!!



Leche de tigre (al ají amarillo y al rocoto) del “Barra Maretazo”. Alcanfores 373, Lima 018.

sábado, 9 de octubre de 2021

Welcome to the happy Emirates

Aterrizar y menudo cambio, comparándolo con Arabia. Un poco más de una hora de vuelo y parece otro mundo. Luz, sonrisa turística, mostradores promocionando a “la viuda” y hasta personas facilitando el acceso, mientras me saludan en castellano, con su mejor sonrisa.

 

¡Menos mal! Todo fácil. - Es lo que realmente pienso. Estoy roto después de una dura semana y un viaje corto nocturno.

 

Mucho turista, por primera vez en un aeropuerto desde la dichosa pandemia, aunque bien organizado, sin colas y sin tener que presentar ningún papel en el control de accesos de inmigración. Al terminar, te regalan una tarjeta de internet con 1G, al devolverte el pasaporte.

 

En el último control de equipaje, un poco de descontrol. Mientras pienso que un poco de mano dura, no les vendría mal. Soñoliento y agotado, espero mi turno. Coloco la maleta de cabina, pero de repente, zas, aparecen corriendo un grupo de locos turistas. ¡Colándose! Entre risas y jarana, poniendo sus equipajes de mano en la cinta. 

¡Qué pereza! - Aunque por qué no decirlo, un poco de envidia. Parece que los vuelos están baratos y se vienen de fin de semana a celebrar el cumpleaños del "nota" que lleva la corona.

Con el aire de superioridad, que me da el ser casi un experto en controles, pongo mi cara de póker. No funciona y además se me cuelan por la otra banda, una familia entera. Al final todo pasa, y consigo salir del “happy” aeropuerto. 



 

El driver me dice que somos dos, y que hay que esperar al otro "paquete". Yo solo quiero volver al hotel, a continuar con mis sueños interrumpidos. Pero qué se le va a hacer. A esperar toca. Casi me rompo el cuello. Veinte minutos dándome cabezazos y grandes reflexiones sobre por qué al quedarme dormido, se me tiene que relajar la musculatura del cuello y pegarme esos sustos. ¡me despiertan una y otra vez!!!

 

Saltan las alarmas...¡Tensión ! ¡Hostia ! Comienzo a dar vueltas y no, no está. No tengo la mochila conmigo. Maleta sí, mochila no. 

 

Una breve y rápida vuelta atrás mental, para intentar recordar los pasos desde la última vez que soy consciente de tener la mochila, con todo lo imprescindible para sobrevivir y poder trabajar. Hablo con el driver y me confirma que no tiene ni idea. Le dejo la maleta y me vuelvo para la zona de salidas....

 

Welcome to the jungle.

 

Decisión y seguridad en mí mismo. No hay que dudar: si dudo, no entro. Primera puerta en dirección contraria aprovechando la salida de turistas: bien. Pero de ahí no paso. Bloqueo de los policías: es zona controlada. No se puede volver atrás. 

Explico mi caso, que me he dejado una mochila en la zona de inspección de equipaje y que vuelvo para recogerla. Sonrisa tres cuartos, pero no cuela. 

Muy amables me dicen que no me preocupe que estoy en Dubái y que vaya a la oficina de Emirates y que mandaran a alguien a buscármelo. 

 

Localizar la oficina de equipajes una vez que estás en el otro lado, no es tan facil. Unas cuantas peticiones de ayuda y al final consigo encontrarla. Distancia social, gel, control de temperatura y  tras esperar mi turno... Que lo sienten mucho.  Que no me preocupe, que si no está facturada que es asunto de objetos perdidos. 

 

Pues buscar la oficina de objetos perdidos es aún un reto más difícil. Intento seguir las indicaciones, pero tras la segunda consulta me indican que hasta la mañanita no hay nada que hacer y que mejor , para estar seguros que llame antes para no hacer el viaje en balde. Tienen que llevar los objetos encontrados y registrarlo, y suelen tardar unas 48 horas. 

 

De regreso y cabizbajo - qué voy a hacer sin ordenador, sin cargadores, sin gafas...- me dice el driver que la otra persona ya se ha ido. Así que no hay prisa. Entonces le digo que estoy jodido, ¡un error de principiante! Había pasado la maleta primero y luego, bastante después la mochila y con el lío que había y lo cansado que estaba al ver la maleta, solo tenía ojos para salir de ahí pensando en correr lo máximo posible para alcanzar lo antes posible la posición horizontal.

 

Se abre la puerta y veo a un par de policías salir, creo que uno era el mío, tocará la hora del café o del rezo. No pierdo nada si pruebo otra vez. 

 

Decisión y seguridad en mí mismo. Vuelvo a repetirme. No hay que dudar: si dudo, no entro. Primera puerta en dirección, bien. Pero segundo bloqueo efectivo de rugby e interceptado, no he podido hacer jugada. Tengo suerte con el señor del aeropuerto, no hay gente y después de contarle que necesito entrar: mi vida y el futuro de mi familia estaba en sus manos, se le ocurre la brillante idea de dejarme pasar si le doy mi pasaporte. El se fía si yo me fío. Dudas, juego de confianza y poco que perder; entrego mi documentación. Cuando me alejo y paso el control, me doy cuenta de lo que he hecho. Estoy en zona internacional sin documentación. 

Tras unos minutos interminables, como si estuviera en un centro de Ikea en dirección contraria, llego al tercer control, sudoroso y con mi tarjeta de embarque. El policía que está más atento a su teléfono que a mi cara de acojonado, me despacha con "un a mí qué me cuentas", señalizando a las chicas que manejan el escáner ...

¡Milagro! Una de ellas la tiene " controlada" y con un simple cruce de miradas. Me dice que tenga más cuidado y me la acerca. 

Un control más y salida por zona de "nada para declarar", aunque como me paren voy a tener que contar hasta la lista de los reyes Godos y los hijos del profeta. Suerte y a pasar detrás de una troupe de cuarentonas españolas, discutiendo a pleno grito con sus camisas floreadas, sobre qué hacer si no han ido a recibirlas el guía de la agencia. Soy invisible. 


Ah!! Dios mío que no está él que tenía mi pasaporte. 

¿Qué hacer? Me acerco al mostrador y veo mi pasaporte. Solo, sin custodia. No me atrevo, a esperar toca. 

Al de unos minutos interminables aparece:  sonrisas y doble alivio. Salvado, el principiante de los aeropuertos.

 

Jungla y más jungla


Motero entre Sharjah y Ajman


viernes, 1 de octubre de 2021

Regreso a Arabia Saudita

 

Viaje de recuerdos y de reencuentros.

Alguno hasta se alegra de verme, como el cocinero del campamento. Menuda ilusión le ha hecho. Cada noche me homenajeaba con una sorpresa. 

Han pasado muchos años, tres lustros en breve, desde mi primera vez en Saudí Arabia y se notan los cambios y mucho.



Ha bajado la sensación de peligro en todos los sentidos. 

Mi percepción es que están menos preocupados por la seguridad -no se ven esos nidos de ametralladoras, ni los controles de seguridad, e incluso- aunque no se salten un rezo-, también me parece que están menos estrictos en los temas religiosos. 
Como ejemplo, a la llegada, nada más aterrizar te encuentras con la eficacia de las mujeres de inmigración: rápidas al ordenador y amables o en la clínica para hacernos la PCR. 

Por cierto: ¡Un sindiós en la sala de espera! Ese despiporre de hombres y mujeres juntos era impensable en mi recuerdo. Algún día, cuando pase esto de la pandemia tendré que escribir sobre las tomas de muestras en los distintos lugares por los que estoy pasando, que dan para una entrada del blog en sí mismo.

Y se ha reducido notablemente el peligro en la carretera. La conducción se ha ralentizado, parece que se terminó por fin  “Los locos de cannonball”, al ponerse serios con los radares.


En lo referente a la gasolina, siguen quejándose del aumento del precio y eso que está a 2.18 chiflos el litro (a medio euro…), lo que les queda.

 


Una cosa que no ha cambiado es el paisaje, por el que me toca moverme.  Poco verde,  polvo, kilómetros de desierto que sólo altera su monotonía por las torres de los equipos de perforación y alguna que otra gasolinera con sorpresa.

 

Trono portatil a la derecha de la imagen







24 Safar de1443 según el calendario hijri, así que:  Feliz cumple. Te siento cerca y sé que no te pierdes una. Aún duele.