Aterrizar y menudo cambio, comparándolo con Arabia.
Un poco más de una hora de vuelo y parece otro mundo. Luz, sonrisa turística,
mostradores promocionando a “la viuda” y hasta personas facilitando el acceso,
mientras me saludan en castellano, con su mejor sonrisa.
¡Menos mal! Todo fácil. - Es lo que realmente
pienso. Estoy roto después de una dura semana y un viaje corto nocturno.
Mucho turista, por primera vez en un aeropuerto
desde la dichosa pandemia, aunque bien organizado, sin colas y sin tener que
presentar ningún papel en el control de accesos de inmigración. Al
terminar, te regalan una tarjeta de internet con 1G, al devolverte el pasaporte.
En el último control de equipaje, un poco de
descontrol. Mientras pienso que un poco de mano dura, no les vendría mal.
Soñoliento y agotado, espero mi turno. Coloco la maleta de cabina, pero de
repente, zas, aparecen corriendo un grupo de locos turistas. ¡Colándose! Entre
risas y jarana, poniendo sus equipajes de mano en la cinta.
¡Qué pereza! - Aunque por qué no decirlo, un poco de
envidia. Parece que los vuelos están baratos y se vienen de fin de semana a
celebrar el cumpleaños del "nota" que lleva la corona.
Con el aire de superioridad, que me da el ser casi
un experto en controles, pongo mi cara de póker. No funciona y además se me
cuelan por la otra banda, una familia entera. Al final todo pasa, y consigo
salir del “happy” aeropuerto.
El driver me dice que somos dos, y que hay que
esperar al otro "paquete". Yo solo quiero volver al hotel, a continuar con mis
sueños interrumpidos. Pero qué se le va a hacer. A esperar toca. Casi me
rompo el cuello. Veinte minutos dándome cabezazos y grandes reflexiones sobre por qué al quedarme dormido, se me tiene que relajar la musculatura del
cuello y pegarme esos sustos. ¡me despiertan una y otra vez!!!
Saltan las alarmas...¡Tensión ! ¡Hostia ! Comienzo a
dar vueltas y no, no está. No tengo la mochila conmigo. Maleta sí, mochila
no.
Una breve y rápida vuelta atrás mental, para
intentar recordar los pasos desde la última vez que soy consciente de tener la
mochila, con todo lo imprescindible para sobrevivir y poder trabajar.
Hablo con el driver y me confirma que no tiene ni idea. Le dejo la maleta y me
vuelvo para la zona de salidas....
Welcome to the jungle.
Decisión y seguridad en mí mismo. No hay que dudar:
si dudo, no entro. Primera puerta en dirección contraria aprovechando la salida
de turistas: bien. Pero de ahí no paso. Bloqueo de los policías: es zona
controlada. No se puede volver atrás.
Explico mi caso, que me he dejado una mochila en
la zona de inspección de equipaje y que vuelvo para recogerla. Sonrisa tres cuartos,
pero no cuela.
Muy amables me dicen que no me preocupe que estoy
en Dubái y que vaya a la oficina de Emirates y que mandaran a alguien a
buscármelo.
Localizar la oficina de equipajes una vez que
estás en el otro lado, no es tan facil. Unas cuantas peticiones de ayuda y al
final consigo encontrarla. Distancia social, gel, control de temperatura
y tras esperar mi turno... Que lo sienten mucho. Que no me
preocupe, que si no está facturada que es asunto de objetos perdidos.
Pues buscar la oficina de objetos perdidos es aún
un reto más difícil. Intento seguir las indicaciones, pero tras la segunda
consulta me indican que hasta la mañanita no hay nada que hacer y que mejor ,
para estar seguros que llame antes para no hacer el viaje en balde. Tienen que
llevar los objetos encontrados y registrarlo, y suelen tardar unas 48
horas.
De regreso y cabizbajo - qué voy a hacer sin
ordenador, sin cargadores, sin gafas...- me dice el driver que la otra persona
ya se ha ido. Así que no hay prisa. Entonces le digo que estoy jodido, ¡un
error de principiante! Había pasado la maleta primero y luego, bastante después
la mochila y con el lío que había y lo cansado que estaba al ver la maleta,
solo tenía ojos para salir de ahí pensando en correr lo máximo posible para
alcanzar lo antes posible la posición horizontal.
Se abre la puerta y veo a un par de policías
salir, creo que uno era el mío, tocará la hora del café o del rezo. No pierdo
nada si pruebo otra vez.
Decisión y seguridad en mí mismo. Vuelvo a
repetirme. No hay que dudar: si dudo, no entro. Primera puerta en dirección,
bien. Pero segundo bloqueo efectivo de rugby e interceptado, no he podido hacer
jugada. Tengo suerte con el señor del aeropuerto, no hay gente y después de
contarle que necesito entrar: mi vida y el futuro de mi familia estaba en
sus manos, se le ocurre la brillante idea de dejarme pasar si le doy mi
pasaporte. El se fía si yo me fío. Dudas, juego de confianza y poco que perder; entrego mi documentación. Cuando me alejo y paso el control, me doy
cuenta de lo que he hecho. Estoy en zona internacional sin documentación.
Tras unos minutos interminables, como si estuviera
en un centro de Ikea en dirección contraria, llego al tercer control, sudoroso
y con mi tarjeta de embarque. El policía que está más atento a su teléfono que a mi cara de acojonado, me despacha con "un a mí qué me cuentas", señalizando a las
chicas que manejan el escáner ...
¡Milagro! Una de ellas la tiene "
controlada" y con un simple cruce de miradas. Me dice que tenga más
cuidado y me la acerca.
Un control más y salida por zona de "nada para declarar",
aunque como me paren voy a tener que contar hasta la lista de los reyes Godos y
los hijos del profeta. Suerte y a pasar detrás de una troupe de
cuarentonas españolas, discutiendo a pleno grito con sus camisas floreadas,
sobre qué hacer si no han ido a recibirlas el guía de la agencia. Soy
invisible.
Ah!! Dios mío que no está él que tenía mi pasaporte.
¿Qué
hacer? Me acerco al mostrador y veo mi pasaporte. Solo, sin custodia. No me
atrevo, a esperar toca.
Al de unos minutos interminables aparece: sonrisas y doble alivio. Salvado, el principiante de los aeropuertos.
Jungla y más jungla
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Motero entre Sharjah y Ajman |