Nada más aterrizar en Mérida, nos indican que ha llegado un frente frio. Todo es relativo, unas cuantas nubes en el horizonte que no dejan agua y temperaturas por debajo de cuarenta grados. Yo no dejo de sudar y no es por el miedo ni por los habaneros.
La ciudad colonial está distinta, no solo por la mano del hombre
- ¿A quién se le puede ocurrir arreglar al mismo tiempo todas las calles del
centro sin alternativas para los coche? – sino porque han comenzado a florecer
arboles de bonitos colores, jaracandas me dicen que se llaman, y el turismo es distinto que en otras ocasiones.
Muchas familias gringas de blanco, con niños sedientos de zumos tropicales.
Tras un par de conversaciones de barra, comienzo a atar
cabos, el sol deslizándose hasta las cabezas de las serpientes de las pirámides.
Estamos en pleno equinoccio de primavera y la tradición manda “recargar energías”
en los lugares sagrados. A mi me la han absorbido
toda. Menuda paliza, cada vez menos tiempo para las mismas tareas. Llegamos hasta
donde podemos.
Miles de turistas se bajan de autobuses tras visitar las
zonas arqueológicas, después de ver el ascenso del sol sobre las pirámides con
las manos en el alto, como los curos en la eucaristía.
Para tomar la energía que trae el cambio de estación, yo tengo
a la Señora Ernestina que me deleita cada mañana. Colores y olores irresistibles,
que me enredan nada mas saltar de la cama. Aunque el día y la noche duren lo
mismo, los desayunos se merecen la eternidad. Se para el tiempo entre panuchos en
escabeches, moles, huevos motuleños, sopes de cochinita, salbutes con relleno
negro, lechón al horno, frijoles…
La recomendación gastronómica, Micaela Mar & Leña Calle
47# 458. Además del aperitivo, no hay que perderse El pulpo Caimán a la leña, y
muy curioso el cocido seco de lentejas, que la simpática Chef lo denomina
Lentejas, pulpo y longaniza de Valladolid. Muy agradable el local y muy buenas
las brasas.
Ki'imak
k óol taale