Sin intención de ser chirene, ni faltar al respeto a nadie: tres emes.
Las largas jornadas, -desde mucho antes de que salga al sol, hasta después de ver
la luna-, hacen posible que comparta el iftar con compañeros locales. Es lo que
me ha dado de sí la semana. Una gran comida, con mucha miel y por desgracia,
demasiadas moscas.
En una de esas copiosas y animadas cenas, me sorprendió que
un argelino -que habla mejor castellano que yo- se acercarse a nuestra mesa,
preguntándome que hacía entre tanto moro. Ante la duda - nunca se sabe cómo se
puede llegar a torcer una conversación- , preferí no intentar descubrir si me
estaba intentando tirar de la lengua o simplemente utilizaba con bastante
sorna, demasiada, el término en su afección no peyorativa: simplemente los
nacidos en la morería.
Al final, contamos vivencias sobre Ramadans en otros países, -cosas de
campamentos y hoteles-, mientras nos deleitamos de todos los manjares. Porque
tampoco es cuestión de hacerles un feo a los cocineros, que con tanto esmero
preparan las mesas estas noches. Gran hospitalidad. A pesar del cansancio y las pocas ganas de
conversación, el hambre no nos la quita nadie y menos, un batallón de moscas
impertinentes.
La pierna de cordero, los dátiles y que no falta el perolo, con
la "chorba" una sopa de pollo, garbanzos y fideos, para
rellenar huecos.
Burek , como los rollitos chinos pero a lo grande, rellenos de una masa de
ternera, huevos, cebolla y pimienta, que se les pone un chorrito de limón, como
a nuestras rabas.
Y después, los dulces empapados de miel, hojaldres, almendras o cacahuetes – difícil elección-
así que se catan los dos. Pura gula. Una delicia que no sabes cómo pararlos.