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domingo, 23 de enero de 2022

Haciéndonos fuertes en Cartagena

 





La emoción de las finales en el exilio está vez en la ciudad amurallada, hay que vivirlas rogando para que te pongan el partido en algún bar, al final conseguimos ver el partido. Otra vez será. Otra derrota que duele. Con el disgusto en el cuerpo, aunque satisfecho y luciendo los colores, paseo turístico bajo un calor veraniego.

 

El palacio de la Inquisición, merece la pena visitarlo para hacerte una idea de cómo eran las casas coloniales del siglo XVIII aunque las máquinas de tortura que debía estar han sido sustituidas por audiovisuales. Por lo que parece “solo mataron “a seis, una cifra muy baja para siglos de juicios, aunque la fama de la inquisición fue más propaganda de la religión protestante, más violenta, pero sin juicios documentados. Parece ser que los inquisidores se dieron cuenta del percal del caribe, no pudiendo separar la religiosidad de la superstición y si seguían los criterios de la “madre patria” se quedaban sin feligreses, por lo que se centraron más en el control de los libros prohibidos que en ir a por los rituales africanos integrados en la cultura del nuevo continente. Cosas de esclavos y la buena fe de los inquisidores.  

 

El fuerte del Castillo de San Felipe de Barajas, patrimonio de la humanidad, merece mucho la pena. No te das cuenta de lo grande que es hasta que estás dentro, coronando sus almenas entre sus múltiples corredores, guarniciones con larguísimos túneles, para sin ser vistos, enlazar -por debajo de las altas e inclinadas murallas- sus verdes plazas. Pero para darte cuenta de su verdadera importancia hay que ir al museo naval, donde se explica realmente lo buenos que fueron los arquitectos en la época colonial española. Aunque da un poco de miedito ver las fotos de los fantasmas en lo que fue el antiguo colegio de los Jesuitas.

 

Como recomendación gastronómica, está vez es el restaurante El burlador gastrobar - Carrera 3 # 33-88, Calle Santo Domingo en la ciudad amurallada, con música en vivo y con una costilla de toro que intimidaba más que los ojos de la cantante que se quedo con los míos durante toda la cena. Cada vez que levantaba la vista del plato me estaba mirando -no creo que fuera “el efecto Mona lisa”- consiguiendo sonrojarme. Efectos del caribe. Con la costilla estofada no pude.

  


Por cierto, para tener en cuenta, a la hora de pedir las cervezas hay clases. Solo hay que ver la cara de los camareros de los locales elegantes de Cartagena, cuando les pedía para beber la cerveza el águila, que es la que beben en los barrios y representa la tradición de todos los colombianos. Vamos que es como pedir anís del mono en una boda.