La emoción
de las finales en el exilio está vez en la ciudad amurallada, hay que vivirlas
rogando para que te pongan el partido en algún bar, al final conseguimos ver el
partido. Otra vez será. Otra derrota que duele. Con el disgusto en el cuerpo,
aunque satisfecho y luciendo los colores, paseo turístico bajo un calor
veraniego.
El
palacio de la Inquisición, merece la pena visitarlo para hacerte una idea de
cómo eran las casas coloniales del siglo XVIII aunque las máquinas de tortura
que debía estar han sido sustituidas por audiovisuales. Por lo que parece “solo
mataron “a seis, una cifra muy baja para siglos de juicios, aunque la fama de
la inquisición fue más propaganda de la religión protestante, más violenta,
pero sin juicios documentados. Parece ser que los inquisidores se dieron cuenta
del percal del caribe, no pudiendo separar la religiosidad de la superstición y
si seguían los criterios de la “madre patria” se quedaban sin feligreses, por
lo que se centraron más en el control de los libros prohibidos que en ir a por
los rituales africanos integrados en la cultura del nuevo continente. Cosas de
esclavos y la buena fe de los inquisidores.
El
fuerte del Castillo de San Felipe de Barajas, patrimonio de la humanidad, merece
mucho la pena. No te das cuenta de lo grande que es hasta que estás dentro,
coronando sus almenas entre sus múltiples corredores, guarniciones con larguísimos
túneles, para sin ser vistos, enlazar -por debajo de las altas e inclinadas murallas-
sus verdes plazas. Pero para darte cuenta de su verdadera importancia hay que
ir al museo naval, donde se explica realmente lo buenos que fueron los arquitectos
en la época colonial española. Aunque da un poco de miedito ver las fotos de los
fantasmas en lo que fue el antiguo colegio de los Jesuitas.
Como
recomendación gastronómica, está vez es el restaurante El burlador gastrobar - Carrera
3 # 33-88, Calle Santo Domingo en la ciudad amurallada, con música en vivo y
con una costilla de toro que intimidaba más que los ojos de la cantante que se
quedo con los míos durante toda la cena. Cada vez que levantaba la vista del
plato me estaba mirando -no creo que fuera “el efecto Mona lisa”- consiguiendo sonrojarme.
Efectos del caribe. Con la costilla estofada no pude.
Por
cierto, para tener en cuenta, a la hora de pedir las cervezas hay clases. Solo hay
que ver la cara de los camareros de los locales elegantes de Cartagena, cuando
les pedía para beber la cerveza el águila, que es la que beben en los barrios y
representa la tradición de todos los colombianos. Vamos que es como pedir anís
del mono en una boda.