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lunes, 20 de julio de 2020

Escapada hacia la buena vida. Biarritz


En el hotel, no tenían constancia de nuestra reserva. 
La escapada podría haber comenzado mejor. Unas pocas viandas (Chipirons persillés, Pulpo tomato pesto, tartare de boeuf y  burguer de canard) y nos cambia el humor. Buenos caldos en el Restaurante Chistera et coquillages, enfrente del mercado. No es la primera vez que vamos y por mí, repetiremos.

Ver a una gran dama, fumando pausadamente un purito después de comer, tranquila, mientras saca pausadamente de su capazo el teléfono… 
Cara sonriente y con historia.  Ni parece que le haga falta la compañía. Está de vuelta y va siempre acompañada por dentro.  
No puedo resistirme y aprovecho, pero no me vuelve a mirar, para inmortalizar esa calma.

Es difícil ir a Biarritz y que tu subconsciente no te haga hacer pensar en que es lo verdaderamente importante.  Es un pueblo que como dice su emblema:  tiene a favor los vientos, las estrellas y el mar. Todo parece mejor, hasta el COVID parece que les resbala. 
Es lo que tienen los franceses, se saben vender en las peores situaciones.
Tardare en olvidar la cara de la chica rusa de porcelana, riéndose a carcajadas, ante el ridículo de su acompañante revolcado por las olas,  diciendo claramente que lo había grabado todo.  Hasta los imponentes rusos son derrotados por estos mares. 

El atardecer  hace ampliar la reunión: una religión ante la puesta de sol. Todas las edades y toda la gama de vestidos. Me quedo con el surfista con traje de neopreno con la tabla en la mano, inmóvil mirando al mar.
Pasan los minutos mientras cambian las tonalidades. El silencio y el contraste con las aguas rompiendo en la arena.  Cuando el sol es engullido, parece que dan al "play" de la pelicula regresando el movimiento, el ruido. Nosotros rápidamente a la La Trattoria des Arceaux, que ya comienza a ser una tradición.

Por cierto, como no podía ser de otra manera,  también pecamos en el desayuno. No pueden faltar los cruasanes o como dicen aquí croissants. Otro pequeño vicio de “la flo”.


lunes, 13 de julio de 2020

Apuntes de navegante

Viento en el morro, no hacemos ni cinco nudos- Su cara lo dice todo, nos espera una larga travesía hasta llegar a donde quiera que tiene marcado su rumbo, siempre al norte.
La marejada hace ver que el Capitán es un hombre de palabra. Lo que parecía una fanfarronada, se convirtió en una realidad. "El barco no vuelve a puerto por mucho que devuelvas."

 ¡Como sube y salta! - Cuando no toma bien la ola, el golpe contra el agua parece que algo se rompe. Sobre todo mi moral. Me recuerda a otros viajes por otros mares. Pantocazo tras pantocazo, -siempre se aprende algo- parece interminable. 

Ver tan pronto al experto sobrino agarrado a sotavento, dando todo lo que tiene dentro,...Me hace presagiar lo peor, queda mucho norte. Muchas horas, demasiadas devolviendo cuando ya no le queda nada que tirar, demuestran que también es un hombre duro ¡qué aguante! Ni una queja, sabe que solo le queda eso, aguantar, sabiendo que no se le va a pasar. 
Santana Beria trabajando. No se ven los barcos de recreo

 Al final, consigo domar el mareo a base de seguir las instrucciones recibidas al pie de la letra:

  •  biodraminas con cafeína cada cuatro horas
  •  la receta culinaria: tener el estómago siempre lleno
  • permanecer en el centro del velero, firme, de timonel y 
  • el cerebro fijado en el horizonte, buscando los famosos cetáceos del Golfo de Bizkaia.
El primer sonar del carrete, -mientras un cuarto de la tripulación sigue devolviendo- nos alegra el día, y nos hacen sacar lo mejor. El cambio de rumbo hace que el velero se dulcifique y los peores temores se alejan poco a poco. 

 Los Zifios de Cuvier, cuatro ballenas de color gris nos demuestran la grandeza del mar. Qué rápido nadan, con sus cabezas blancas saliendo a saludarnos. 

 Tras muchas horas, buscando las marcas de anteriores capturas, pone rumbo a puerto. Cuatro horas de silencio, no hay más barcos, hasta la radio se relaja. El barco se deja lanzar por las olas, disfrutando del nordeste, rumbo a un descuartelar, lanzados y silenciosos, navegando a muerte a más de siete nudos.