Mar como un
plato, sol –aún más redondo - , relajación y buenos alimentos.
Cuando
propongo durante el año, el cambio de destino vacacional, me miran como si
estuviese loco. Más de una vez han cantado a coro la canción de Luis Aguilé: “Nadie
me quita mis vacaciones en Castellón”. La semana en las playas en la comunidad
valenciana, comienza a ser parte del ADN de esta familia.
La paella, en Castellón, es una religión, por lo que no es extraño, que otro
clásico sea – año tras año-ir a degustarla a la casa parroquial. ¡Un cocinero
de primera el cura!
Esta vez nos ha agasajado con Arroz a Banda. Una paella de marisco, pero que el
caldo se hace aparte. Cuando la hacía
con leña y estábamos presentes durante la elaboración ¡Qué tiempos! Según le
entendí, era casi pecado usar caldo de carne preparado a parte y mentar las pastillas
de caldo, un sacrilegio.
La conversación es cíclica, algunos en la mesa no hablan mucho, para no
perder bocado.
Se comienza con el nombre, aunque la RAE admite las dos acepciones, la “sartén
con asas” y el arroz. Pero siempre hay que dejar bien claro que lo sabemos. Es
un “arroz en paella” y el tamaño del recipiente, importa.
Luego el contenido del sofrito, preguntamos por el nombre de la alubia –
garrafón- ya que no se le puede poner cualquier cosa (reafirmándonos en nuestro
pecado del arroz de los domingo con tomate y chorizo de toda la vida).
Pasando por la importancia del tipo de agua. El agua de Bilbao, no falta
en la mesa, pero va a parte. Una vez realizado el sofrito, se pone agua del grifo
y con mucha cal – y la cantidad, sin miedo ya que la medida exacta te la dará
el “misterio de la primera línea de la espumadera”.
Y para terminar lo principal, el tipo de arroz, que por supuesto tiene
que ser bomba, el redondo.
Los comensales, hacemos que memorizamos y que algún día lo intentaremos,
pero me parece, que aún no nos han revelado todos los misterios gozosos. Algún
día aprenderemos, pero por ahora nos dejamos querer, aunque prefiero las
antiguas de conejo y alcachofa. Siempre atentos en la comunidad valenciana.
En cuanto a la recomendación gastronómica, para el resto de los mortales, sin dudarlo: Restaurante La Llar (Calle Santa Aqueda 9, Benicasim). Las paellas a fuego de leña con caracoles,
los tomates de la huerta y el entrecot. Un lujo muy accesible, de primera. Hemos tripitido. Como anécdota, la cara que
puso cuando pedimos unas croquetas:
-
No tenemos
croquetas- Dice tajante sin mirarnos, mientras nos toma la comanda.
-
Ah, que pena!
Era por probarlas, como teníais el premio a la mejor – Disculpas,
mientras señala el marco colgado en la pared que indica el primer puesto en el
concurso de San Antonio.
En ese momento, se hizo humana. Sonrisa tres cuartos. Nos pronunció
lenta y claramente: Coqueta.
Con mucha paciencia fue sacándonos de nuestra
incultura. Muy interesante.
Es un dulce que solo se hace para las fiestas patronales, en enero. En
el concurso, se valora todo, no solo el sabor: desde el carro en el que desfilaba,
hasta los trajes antiguos y los materiales con los que se elaboran. Ellas hasta
plantaban su propio trigo para hacerlas. Según entendimos, cortan las calles,
hacen hogueras y al día siguiente se hacen paellas con los amigos. Por eso hay números
pintados en los bordillos de las aceras.
Seguro que aún se están riendo en el pueblo de nosotros y nuestras
croquetas.
Ahora, estoy en otra playa sin mar, en Argelia, a más de 50 grados,
esperando a que la temperatura remita un poco.
Hasta las nubes
me parecen coches, para salir escoltado lo antes posible de este implacable
desierto.