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lunes, 31 de julio de 2017

Escapada por Pirineos


¡Y aún nos mantenemos en pie!
Aunque no estando borrachos -como decía la canción- sino por haber vuelto a recordar las mismas sensaciones que cuando éramos chavales.

Siguiendo las recomendaciones del búfalo -para no ir por unas pistas masificadas- dejamos el coche en La Fruitière, para subir hasta los ibones. Una recarga de baterías, ascendiendo por el bonito valle de Lutour. 

Primero al Lac d'Estom y luego al Lac de Lavas siguiendo los hitos y carteles hacía el Col des Gentianes. 

Dura y cansada bajada tras ocho horas de recorrido. Una vez tomada la merecida cerveza, se nos enfriaron todos los músculos y éramos incapaces de recorrer los últimos 200 m hasta el vehículo, bajo las risas de los frescos octogenarios que nos adelantaban. 


En Cauterets la recomendación gastronómica es la Braserie de Bigorre. Espectacular el filet de boeuf  aux cèpes, regándonos con un Boudreaux Superior. Una delicia para los sentidos.

Aunque no puedo dejar de recordar las risas que hicimos con nuestra falta de conocimientos con nuestra primera raclette. !Que zampada de queso!

                           

De regreso, parada técnica en Arizkun donde se nos ocurrió la genial idea de hacer una ruta de pequeño recorrido,PR NA4, hasta Amaiur donde se sorprendieron de nuestra capacidad de reponer los líquidos perdidos, mientras volvíamos a degustar los mejores talos de queso con txistorra, en el molino regentado por el televisivo Felipe. Cada año que pasa, mejor servicio y manteniendo la calidad del producto.
Una gozada. 

Precioso reencuentro con el estilo scout  al rededor del fuego en Baztan,  con el grupo Indautxuko Eskautak, tras casi 40 años de existencia. 


domingo, 23 de julio de 2017

Generando colas en aeropuertos

Extrañamente, no ha sido una de mis experiencias habituales en los aeropuertos, y además ha ocurrido todo junto en un mismo viaje. Por ahora solo falta que se me pierda la maleta para hacer un pleno.
 
Comenzando en el aeropuerto de Bilbao, en el que por primera vez me hacían sacar los cargadores de los equipos electrónicos en los cada vez más exhaustivos controles de seguridad, con las consiguientes colas, pero esta vez generadas por los habituales, que no seguimos las recomendaciones. Mientras que los turistas ocasionales murmuraban que ya lo habían avisado a la entrada.

 


Aunque donde más incomodo estuve, fue al generar las colas en el aeropuerto de Argel. Desde la empresa me dijeron que tenía que llevar dinero para la caja chica de obra -que de chica, solo tiene el nombre- tras consultar en internet, sobre el monto que se puede transportar en metálico en vuelos nacionales y sobre la potencia de los detectores de los escáners de los aeropuertos, se me veía que no estaba muy contento con el encargo, aunque fuese todo legal y según ellos habitual. Abulta más de lo que parece. Si tenía problemas, que llamará al chofer que era de confianza y que se lo devolviera sin problemas.


Es la primera vez que uno de los de seguridad del aeropuerto nacional me dice algo mientras pasó mi equipaje de mano. Y eso que he pasado hasta botellas de litro y medio de agua para amenizar la espera. Algo se notará en la cara, la intranquilidad en la espera del control, la sonrisa bobalicona o la forma de deshacerme de la bolsa.  Pero lo que yo además hacía-y no podía dejar de hacer-era preguntarme por las implicaciones de mi irracional acción. Así que cuando el gendarme del escáner me preguntó en varios idiomas, si era mía la mochila verde...

Por dentro me temblaba todo. Sin motivo real, ya que no había problema, solo tendría que dar explicaciones y esperar pasar lo más desapercibido.

Aunque por fuera, mi sonrisa tres cuartos, con la tonadilla muchas veces repetida del "Ye no compré pan " - pronunciación libre del "Je ne comprends pas"  sin moverme del sitio, con la consiguiente cola generada por el que escribe. 

Hasta que al fin apareció un equipo de balonmano por detrás, con sus risas y gran volumen, por lo que las preguntas del policía se transformaron en un movimiento rápido de mano para que sacará mis pertenencias de la cinta, por lo que fui hacia las puertas de embarque sin dar más explicaciones

 


Ahora escribo estas líneas, esperando al avión que ayer debió sacarme. No creo que sirva para mucho reclamar por la compensación a Tassili Airlines. He perdido el enlace internacional, así que mi objetivo es conseguir llegar hoy a Argel, si las moscas y las ausencias reiteradas de aire acondicionado me lo permiten.
Agotador.



lunes, 17 de julio de 2017

La pesca del bonito: ¡que suene el carrete!


Por fin, después de tantas ofertas desechadas, me atrevo a embarcarme en busca de bonitos. Un poco osado para uno que se marea en el metro, pero dicen que este año es un lujo porque están pescando cerca, así que no toca madrugar mucho y a las siete ya estamos saliendo por el Abra.

Un día precioso, los acantilados de la Gálea, son un bonito espectáculo con la brisa en la cara, que pronto hacen que se me olvide el miedo al mareo. Tratado en palmitas, por los otros cuatro experimentados boniteros, yo me dejo hacer y sigo todas las recomendaciones. Siéntate ahí, no te enfríes, comete estas magdalenas. ¡Hace falta ser pardillo! Mira que venir con un café y una única galleta en el estómago.

Al de poco más de una hora, se comienza a meter gasolina al motor, que si un bocadillo de carne, que si un poco de pate, y un poco más de tinto. Yo estaba en la gloria, viendo delfines, ballenas y catando las viandas que llegaban hasta mis manos. Se comienzan a preparar las cañas- que son mucho más cortas que lo que me imaginaba- y unos señuelos de colores vivos y lacitos que no se cómo pueden confundirlos con comida.

En la costera del bonito unos y otros se escuchan – cuando les interesa- a través de la radio.  Como con las setas, todos mienten. Unas cuarenta embarcaciones a la vista utilizando claves para que no se sepa dónde están pescando. ¡Si lo único que hay que hacer es sacar la cabeza y mirar donde están realmente! Coordenadas en diferido que no se enteran ni ellos, no pescan o si lo hacen no donde dicen que lo han hecho. Un auténtico peñazo, pero parece que hay que ir con la radio puesta.

En el momento que suena la carraca del carrete, larga y seca. Llega la revolución. Comienzan las ordenes tranquilas pero con decisión. Recoge la línea de alado para que no se enrede. Tensa, frena…Cuando piensan que se ha escapado, la cara de desilusión de unos y la mirada cómplice de los otros dos. Yo creía que les tiraban por la borda, hasta el estallido de alegría con el nuevo tirón.

Cuando el pez está a la vista, la instrucción clara de acelerar el velero para que no se meta debajo del casco. Esperando el momento de que el bonito este junto al barco, el tercero en discordia le clava un gancho amarrado en una vara gruesa de avellano y solo le queda deslomarse para subirlo al barco. En la bañera, un golpe o más, para que no sufra. Caras de satisfacción entre risas, hablando de milagros.

Pues al final, parece que hace falta mucha gente para esto de la pesca. Uno para manejar el velero, otro para las cañas, un tercero para usar el gancho y subir el bonito, el cuarto para dar de comer y beber a la tropa y el quinto para sacar las fotos.

De regreso, al de diez horas, llego el terrible mareo. Dos malas horas pero todo termina bien y consigo entrar en puerto recuperada la voz.

 

 

Teruel


 

Volviendo del invierno de Biarritz hacia el clima cálido del mediterráneo de Benicàssim, un paseo por la ciudad de mis sueños de juventud. Claro que existe Teruel, y está bien arraigado en mi memoria. Una época – hace casi 20 años- de duros horarios de trabajo y de fiestas con los días cambiados. Conviviendo con dos aragoneses, los famosos Luigi y Pololo, compartiendo lo que se tenía, aprendiendo a sobreponerse a las adversidades económicas y sociales. Viendo nacer el movimiento de Teruel Existe (reclamando un helicóptero sanitario), que nosotros los reconvertimos por el “Teruel libre y con derecho a mar”.

Un paseo nostálgico por el centro mudéjar. Muchos recuerdos. El baño prometido en la fuente del torico al aprobar las oposiciones, el frio glaciar en mi cuarto sin armarios, o lo que dio de sí el billete de mil duros que nos encontramos al abrir el sofá cama con los cinco bilbaínos.

 
La memoria gustativa no me falla, se retiene y recuerda el pasado.  Impresionantes las albóndigas, se mantiene la tradición del puchero en la barra del Gregory (Paseo del Óvalo 6), un lujo que se debe bañar con un buen caldo de la tierra. Las madejas, tripas de cordero enrolladas en un ajo verde. Un manjar que yo solo he probado en estas tierras, crujientes por fuera y blandas por dentro.