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lunes, 17 de julio de 2017

La pesca del bonito: ¡que suene el carrete!


Por fin, después de tantas ofertas desechadas, me atrevo a embarcarme en busca de bonitos. Un poco osado para uno que se marea en el metro, pero dicen que este año es un lujo porque están pescando cerca, así que no toca madrugar mucho y a las siete ya estamos saliendo por el Abra.

Un día precioso, los acantilados de la Gálea, son un bonito espectáculo con la brisa en la cara, que pronto hacen que se me olvide el miedo al mareo. Tratado en palmitas, por los otros cuatro experimentados boniteros, yo me dejo hacer y sigo todas las recomendaciones. Siéntate ahí, no te enfríes, comete estas magdalenas. ¡Hace falta ser pardillo! Mira que venir con un café y una única galleta en el estómago.

Al de poco más de una hora, se comienza a meter gasolina al motor, que si un bocadillo de carne, que si un poco de pate, y un poco más de tinto. Yo estaba en la gloria, viendo delfines, ballenas y catando las viandas que llegaban hasta mis manos. Se comienzan a preparar las cañas- que son mucho más cortas que lo que me imaginaba- y unos señuelos de colores vivos y lacitos que no se cómo pueden confundirlos con comida.

En la costera del bonito unos y otros se escuchan – cuando les interesa- a través de la radio.  Como con las setas, todos mienten. Unas cuarenta embarcaciones a la vista utilizando claves para que no se sepa dónde están pescando. ¡Si lo único que hay que hacer es sacar la cabeza y mirar donde están realmente! Coordenadas en diferido que no se enteran ni ellos, no pescan o si lo hacen no donde dicen que lo han hecho. Un auténtico peñazo, pero parece que hay que ir con la radio puesta.

En el momento que suena la carraca del carrete, larga y seca. Llega la revolución. Comienzan las ordenes tranquilas pero con decisión. Recoge la línea de alado para que no se enrede. Tensa, frena…Cuando piensan que se ha escapado, la cara de desilusión de unos y la mirada cómplice de los otros dos. Yo creía que les tiraban por la borda, hasta el estallido de alegría con el nuevo tirón.

Cuando el pez está a la vista, la instrucción clara de acelerar el velero para que no se meta debajo del casco. Esperando el momento de que el bonito este junto al barco, el tercero en discordia le clava un gancho amarrado en una vara gruesa de avellano y solo le queda deslomarse para subirlo al barco. En la bañera, un golpe o más, para que no sufra. Caras de satisfacción entre risas, hablando de milagros.

Pues al final, parece que hace falta mucha gente para esto de la pesca. Uno para manejar el velero, otro para las cañas, un tercero para usar el gancho y subir el bonito, el cuarto para dar de comer y beber a la tropa y el quinto para sacar las fotos.

De regreso, al de diez horas, llego el terrible mareo. Dos malas horas pero todo termina bien y consigo entrar en puerto recuperada la voz.

 

 

3 comentarios:

  1. Si se te escapa un bonito...
    Lo mínimo que pueden hacerte - si es por tu culpa- es tirarte del barco

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  2. A pesar de lo que pensaba el resto de la tripulación, los que estábamos en el ajo sabíamos que el primer bonito estaba...

    Muy bonita descripción del día

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    Respuestas
    1. Muchas gracias!!!
      Lo mejor fue lo bien que me sentí tratado.
      Una experiencia que no se me olvidará fácilmente.
      Un lujazo

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