El otoño ya llegó o mejor dicho, lo siento como si
me alcanzó de pleno. Estación difícil, anunciando el adiós al verano,
recordando que los días se acortan y que el frío invierno nos espera.
Me han insinuado que
igual - solo igual- es momento de cumplir promesas y puede que esté próxima la ascensión
en familia a cimas comprometidas hace tiempo. Deseando ver nuestros bosques con
su paleta de colores, intensos y suaves a la vez. Ilusionado, el tiempo lo dirá.
Aquí, en el desierto, la
misma gama de tonos. Pocos cambios, aunque por fin parece que comenzamos a ver
el final después de cinco largos años. Es cierto, que “el clima” comienza a
suavizarse pero aún es el inicio y no han llegado los ambientes agradables.
Aunque las noches ya son bastante más soportables,
todos los días sobrepasamos los cuarenta grados con creces.
Hasta Caronte, el
malhumorado barquero, ha tenido trabajo.
He perdido a uno de mis
pocos lectores. Uno de los buenos. De los que se reía y gozaba con mis historias.
Como me contaba en uno de sus últimos mensajes, se alegraba con cada entrada en este blog, porque según él, podía ver mi alma:
- Ese jodido sobrino por
dónde está, va, vive… ríe y crea… siempre feliz con sus comiditas y aguas
puras….
Una relación cercana, llevada en epístolas a miles de kilómetros. Aunque tengo que confesar, que no siempre le entendía. Ahora, desde ahi arriba y en buena compañia, lo tendrá más facil para seguirme en mis visitas por el mundo.
Cuando vas perdiendo a
los seres que quieres, te hacen comprender que cada día es un regalo y hay que
aprender a disfrutarlo.