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martes, 19 de enero de 2016

Siempre, siempre hay algo por lo que merece la pena un viaje

Una tortura diseñada por mis peores enemigos. ¡Qué ganas tengo de que llegue el contaminante asfalto! Estamos en una zona de bastante mala cobertura de vías de comunicación tanto terrestre como satelitales.
 

-Disfruta de los atardeceres del desierto. - me decía Aita en la última comunicación que recibí de casa. Pero esta vez, pocas vistas he tenido. Las medidas de seguridad hacen que los muros sean más altos y además, me ha tocado con vistas a la caseta que hace de mezquita, con su altavoz apuntándome para que no se me olvide de dónde estoy.

Aunque siempre hay momentos gozosos. 
La tarde al sol, apoyado contra la puerta, con mi nuevo libro, viendo cómo cambian las tonalidades hasta llegar al negro, que es la hora de abrigarse porque rondan los cero grados.
El ritual de invitarte a tomar el té de los compañeros, ver con el cariño que lo mezclan dejándolo caer desde altura, para que me lo tomé bien caliente y con un par de dedos de espuma. Sin prisa, ya que no hay otra cosa mejor que hacer.

Como recomendación gastronómica: el shawarma de pollo. ¡Qué bueno! Muy diferente al que estamos acostumbrados.