Una
pequeña ciudad estado construida en plena selva, donde confluyen el pasado
colonial y la arquitectura moderna. Jardines muy cuidados en los que campan
orgullosos, los gallos salvajes multicolores.
Consiguen,
a base de altos impuestos y alguna que otra multa, que los ciudadanos y
visitantes nos portemos bien. Controlan el tráfico, el ruido y la basura. Una
colilla en el suelo, un escupitajo o un chicle, la primera infracción, te puede
salir por unos mil euros. Seguro que las normas básicas, se aprenden
fácil. Así que las calles tienen una limpieza exquisita, lo que
contrasta con el suelo del “Long Bar del Raffles” - según Victoria -mi cicerone
en mi primera visita a este país- el “ultimate luxury hotel” del mundo-, con su
alfombra de cáscaras de cacahuetes.
Las
maderas nobles, la exuberante vegetación y la arquitectura del hotel te
transportan a una plantación tropical, lleno de pequeños detalles, hasta con la
servidumbre con su turbante, a la entrada. Posiblemente el único lugar de
Singapur donde está bien visto tirar algo al suelo. Una excentricidad que ahora
imitamos los que estamos de paso.
Por
cierto, me encanta la máquina mezcladora de cocktails de la barra, lo que me da
una idea de la producción bestial que tenían en esa época, así que me dejo
aconsejar y no dejo pasar la oportunidad de probar el Singapore Sling , una
mezcla pensada para señoras a las que le gustaba la ginebra, pareciendo que se estaban tomando, un inofensivo zumo de frutas.
En cuanto
al museo nacional, me sorprende que, con tanta historia relacionada con la
guerra y la invasión japonesa, además de las relaciones con el opio, la zona
que está llena y con colas no sea la de la historia reciente, sino la
exposición de Doraemon. Una forma más sutil de colonización, más acorde a
nuestros días.
Nos
alojamos junto a la Orchard Road, una gran avenida arbolada que concentra
alguna de las tiendas y centros comerciales más famosos de la ciudad, por lo
que ahora está sobrecargada de luces navideñas. Seguro que me hubiera gustado
más, cuando era una super plantación de orquídeas en lugar de centros
comerciales. Aunque para temas de hoteles, la recomendación es la
tradición del Brunch , en el “ The Fullerton Hotel” difícilmente se me podrá
olvidar el Sunday Bruch acompañado continuamente con la viuda. Una gran señora.
En cuanto a la recomendación gastronómica, no tengo duda. Acorde a mi presupuesto, las ancas de rana picantes - dried chilli frog- del Satay by the Bay. En los pequeños puestos, que disponen de fotos para que sea fácil. Pides en un local y te sientas en las mesas que están colocadas en las inmediaciones. Los famosos Hawkers Centers.
Volveré, hay mucho que ver...