Grandes avenidas, que no trasmiten. Pequeños
bulevares iluminados de Navidad. Mendicidad infantil y aún así, reconstruyendo Notre Dame y las
manifestaciones son por las pensiones. Pues sí, la escapada invernal ha vuelto a ser París, que a pesar de todo, nunca defrauda.
Un gigante de ciudad, que se colapsa rápidamente,
por lo que la gran experiencia, ha sido el “viaje retro” en sidecar al Sacré Coeur
en lo alto de Montmartre, saludando a los guiris como estrellas de cine de los
años cincuenta, entre lo que fueron los talleres de Rodin o Picasso. Grande
Julien, delante de la casa de Dalida, cantando todo el repertorio, ya que no caíamos
quien era. Al final terminamos los tres cantando el mítico “bésame mucho”.
Será difícil que nos olvidemos mutuamente.
Franceses amables con sus restaurantes plagados de
chinos. Inconcebible. Solo justificable por los altos precios de cualquier local con "aire francés", solo al alcance de un selecto turismo, que en lugar de disfrutar de la comida, se dedica a inmortalizar el momento, entre retoque y retoque para salir guapas, en las innumerables fotos.
La recomendación gastronómica -que debe estar en todas las guías
asiáticas - es el pato del Le petit marché (9 rue de Béarn) , donde para poder
sentarte, levantan la mesa y te hacen pasar a tu asiento. El siguiente paso
al banco corrido de las cerveceras, todo llegará.
Pero la mejor relación calidad precio, la encontramos en un bonito Italiano,
el Visconti, en mitad de la Madeleine. (4. Rue de L´Arcade)