¿A qué no vamos a la feria?
Como
un bilbaíno nunca rechaza una apuesta, sobre todo si el otro de la cuadrilla
añade el “A que no hay huevos…” , lo que comenzó como un pequeño reto
veraniego, termino en una gran fiesta, preparada con ilusión, trajes de
volantes y más de una lección de sevillanas.
Gracias a la cordura que nos dan los años y la experiencia, supimos dosificar las energías y aplacar el lado oscuro que todos llevamos dentro y llegamos frescos para poder disfrutar.
Lo
que más me llama la atención de estos días es la elegancia, la alegría
y el colorido de Sevilla. Es una gozada ver a la gente arreglada por toda la
ciudad y con ganas de fiesta.
Para camuflar a la cuadrilla, y parecer andaluces de pura cepa, llevamos todos los artilugios que pudimos desde Bilbao, que no fueron nada fácil de colocarlos, menos mal que Lorenzo Caprile se pasó por nuestra habitación para poder fijar la flor en la cabeza- y que la malagueña de adopción lleva un largo recorrido en el mundo del arte y de la feria.
Comenzamos
la fiesta, luciendo la alegría y dando de sí los duros trajes, en la exhibición
de enganches en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería, donde además
de los espectaculares caballos, es muy curioso ver desde niños de diez años
tirando de su carruaje, hasta la ilusión de las quinceañeras en el centro de
la plaza o el sueño cumplido de una octogenaria vestida de época en un impresionante
tiro de lustrosos caballos. Toda una exhibición, con premio a la sombra del
tendido, con la cervecita bien fresca, donde corría una gozada de brisa, viendo las caballerizas. Lo
mejor del sol, la sombra.
En
el real, coinciden muchas conversaciones en que la Feria ya no es lo que era;
que ha cambiado. Yo me esperaba más
flamenco, y nos hace gracia, a los de Bilbao, lo de las invitaciones. Aunque en alguna caseta familiar- la de Algodonales- aún mantienen la esencia y los anfitriones te hacen sentir especial,
un invitado como en su casa.
Viva
la fiesta. Koldo orgulloso con nuestro arte y salero, comentando a todo el que
se acercaba, que solo llevaban un mes practicando el baile. Cuando terminó el cante, con ganas de más fiesta, ya que teníamos “el duende”, intentando regresar, llegamos hasta
la Plaza de Cuba como auténticos profesionales "ya que el que ha llegado hasta allí,
ha pasado la prueba de fuego" y puede
montarse en el taxi.
En
cuanto a la gastronómica, además del jamoncito de la feria, que como dice
alguna, primero te sacan un pata negra y al tercer plato está un poquito más
duro, me quedo sin dudarlo con la cola de toro en el palacio Pinello, en el
restaurante Laherre. Un rabo de toro al
vino tinto y menta, que quita el sentido. Es un lujo cenar en ese patio, aunque
hay que andar con ojo, porque cierran la terraza a media noche, como la
cenicienta. Igual fue eso lo que nos salvó y pudimos seguir disfrutando.