Jodidas terrazas, yo soy
hombre de barra, bebo de pie. Los que me
conocen saben que siempre rechazaba los taburetes y el estar más de diez
minutos en un bar me incomoda. Ahora, si
no estás los treinta minutos que te corresponden, parece que estas desaprovechando.
Estúpidas normas.
Si pensásemos un poco, tiene todo
tan poco sentido. Nos tienen agazapados, con el miedo a enfermarnos. No nos
dejan ir a trabajar, no nos dejan abrazarnos, ni casi saludarnos y eso que por la calle no nos reconocemos con
las mascarillas y las gafas. Nos mienten y aún nos tenemos que sentir
agradecidos. ¿Por qué tienen el derecho de seguir limitando nuestras
libertades? Discursos con frases de otras
generaciones. Aunque como tantas veces he oído: Todo es un cuento.
Miedo a que llegue algún hijo
con la cabeza baja, diciendo que ha sido beneficiado en el reparto de una de
las múltiples multas por violar alguna de las normas. Ya se han superado el millón
de multas. Es lo que tiene seguir en un
estado de alarma.
Se termina, o eso quiero creer. Todo
tiene un final, hasta la locura del confinamiento.
Adiós a las dos realidades
en un mismo día. Todos locos y obedientes. Enfrentándose el masificado paseo carcelario
de las ocho de la tarde, contra el Bilbao
vacío en la charla de las diez de la mañana. Un privilegio que también llega a su fin, conociendo poco a poco
retales de mi historia en buena compañía.
A partir de esta primera pandemia, las
terrazas y balcones serán requisitos en las futuras colmenas. No habrá quien
compre un piso, sin su metro y medio de libertad.
Igual hasta sacan una normativa subvencionada,
como en las comunidades sin ascensores, para
que los pisos sin libertad puedan tener una plataforma en voladizo donde
dejarse llevar. ¿Lo viviremos?
Piraguas frente al Mercado de la Rivera |
Txapela a medio lado |