Lo que empezó mal, cancelándome el vuelo por los atrevidos vientos del sur, se fue enderezando poco a poco, terminando bien, ya que, debido a las malas conexiones aéreas, dispongo de una tarde, para poder recordar mis andanzas por Muscat.
¡Han pasado más de quince años! – Miedo me da.
Cuando intento subirme al coche para el recorrido turístico, moviendo la
cabeza, Shafeek, lo tiene claro. Me dice que me he equivocado de auto, mientras
me muestra una foto en su teléfono, buscándome por encima del hombro, a la
persona que aparece en sus contactos de WhatsApp. Le explico que el paso del
tiempo ha moldeado mis facciones y que ya no hay ni rastro del pipiolo de
aquellos años. Un poco desconcertado, lo acepta y comenzamos la fugaz
visita. Sí es que, solo hay que verme
con buenos ojos, aun mantengo las mismas ganas de disfrutar de lo bueno que me
depara la vida,
La ciudad también ha cambiado. El recuerdo que tengo es de menos coches, más
tranquila y menos turismo. Otra que se ha moldeado con los años. Aunque mantiene
el mismo fondo. Sigue teniendo esa chispa, que le falta a los otros países del
golfo.
La primera parada, es la zona oficial de los palacios del Sultán, Al Alam Palace, donde
recibe a los dirigentes internacionales. La "guardia" de la familia, muy amable,
-sin retranca-, tienen la paciencia de explicarme porque no puedo pasar y por
donde puedo pasear. Vamos, casi lo mismo que en el Palacio Real de Madrid.
La Bahía, está muy bien elegida, protegida por dos fuertes portugueses. Por
lo remodelado que parece que están, pocas piedras quedarán de las originales,
pero está hecho con gusto.
Muttrah souq |
De segundas, pero no menos importante, paseo por la ciudad antigua y perdiéndonos
literalmente por las callejuelas del zoco de Muttrah. Recordando el colorido y
el fuerte olor del sándalo quemándose, para mi gusto, demasiado fuerte.
Al pasar por una de las joyerías con sus antiguas maquinarias, donde
moldean los medallones, no puedo resistirme y vuelvo a comprar algo de plata.
Mientras espero a que mi simpática compañera compre los recuerdos típicos
para amigos y familiares, desde fuera de la tienda, me veo arrastrado entre
risas, por un artista en el puesto contiguo, y termina – sin resistencia alguna
por mi parte- liándome para disfrazarme de vendedor de alfombras, para darle un
susto a la que supone que es mi pareja. Un gran artista.
Intentando salir del laberinto del fauno, se continúa riendo cada vez que
paso por delante de su tienda. Siempre reconocemos las que creemos, las mismas
plazoletas con sus techos de vidrios de colores, pero imposible recordar de
donde veníamos.
Y ya de noche, y ante el madrugón que se nos aproxima, última parada intentando
colarnos, como no podría ser de otra manera aprovechando el rezo de la noche,
pero esta vez – seguramente por ir acompañado-, no pasamos desapercibidos. Nos
explican amablemente, en cada una de las puertas por las que lo intentamos, que
solo está permitido el acceso para el culto, que no es horario de visitas a la
Gran Mezquita Sultan Qaboos.
Por fuera es igual de impresionante que lo recordaba, incluso más. La
noche, tiene su magia.
Al de pocas horas de mal dormir, en el aeropuerto internacional, cuando
intentamos descansar, nos toca fumigación. Está claro que este no era el viaje
para disfrutar de los aeropuertos. Por cierto, ya sé que también puedo ser alérgico
a alguno de esos productos: increíbles las ganas de rascarme el paladar, pero
eso es otra historia.
En cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro: los dulces
prohibidos. Los ricos baklavas, esos sí que no han cambiado.