A las cinco de la mañana, desvelado por el bendito cambio de horario, me lanzo a dar un paseo hasta el mercado. Antes de volver a casa, toca parada obligatoria para reponer la despensa —por si las moscas, que uno nunca sabe cuándo va a hacer falta un buen chile.
Ahí está
Doña Paz, en su puesto del mercado Donato Bates Herrera. Siempre me recibe con
una risa pícara, como quien ya sabe que me va a vender lo que le dé la gana.
Empiezo preguntando por ese chilito seco, el que pica menos. Me dice que son
30… luego 40… y al final, no sé cómo, acabo llevándome un frasquito en polvo
por 100 pesos. Solo falta la voz de Jon, cuando era niño, diciéndome: “Aita,
que te están timando.”
En
Información y Turismo, tambien me reciben con una sonrisa y de premio, un plano fotocopiado. Según
ellos, ese humilde papel contiene los datos más relevantes :
Valladolid
(en maya Saki’ o Zací, que significa “gavilán blanco”) es una ciudad del estado
de Yucatán. Se encuentra al sureste del país, en la región oriente del estado,
a 160 km de Mérida y Cancún.
La ciudad
fue fundada el 28 de mayo de 1543, lo que explica ese aire colonial y esa
serenidad de “yo ya he visto de todo”.
Acontecimientos
históricos destacados:
• El inicio de la Guerra de Castas, el 25 de julio de 1847.
• La Primera Chispa de la Revolución Mexicana, el 4 de junio de 1910.
Históricamente, un lugar para andarse con cuidado... Pero la realidad, hoy en día, es
todo lo contrario. Valladolid cumple con creces lo que se espera de una ciudad
colonial bien cuidada: calles coloridas para pasear, la imponente iglesia de
San Servacio, el Palacio Municipal, el exconvento de San Bernardino de Siena y,
como joya de la corona, la Casa del Marqués. Ahí es donde me alojo, y como bien
sabes, en los desayunos me siento —modestamente— parte de la nobleza.
Pero la vida continúa, y hay que trabajar...
Cuando no estamos entre andamios, papeles y planos (la
obra manda), aprovechamos las cenas para rendir culto a la cocina yucateca. Siguiendo
las recomendaciones de internet —ese oráculo moderno que falla más que una
escopeta de feria— salimos en busca de un restaurante recomendado, lo que nos
lleva a descubrir la otra cara de la ciudad: la menos turística y más
auténtica.
Menos
colonial, menos iluminada… y, posiblemente, menos aconsejable para pasear de
noche. A medida que nos alejamos del centro, la limpieza disminuye, la luz
desaparece y la realidad se instala: casas sin patrón arquitectónico,
neumáticos jubilados tirados en las esquinas, y hombres colgados de hamacas con
cerveza en mano, mientras las mujeres, en una coreografía eficiente, cocinan
entre coloridos cacharros y un par de perros que parecen salidos del
inframundo, esperando su turno.
Todo esto,
claro, mientras nosotros seguimos buscando el restaurante maya “auténtico” a media hora
del centro, dudando dos veces si darnos la vuelta y volver a lo conocido. Pero
el paseo, hay que decirlo, es un regalo de realidad.
El
restaurante Ix Cat Ik, realmente está decorado con mimo, para turistas (como yo, que no solo visito, sino
que toco, huelo y pruebo todo), termino moliendo semillas de cacao como si
supiera lo que hago. ¡Qué aroma! Y con miel... una delicia exótica. Pero la comida no es tán distinta y no merece el paseo.
Por eso la recomendación gastronómica de este viaje, es el restaurante Sikil, que además está muchismo más centrico: el Tsi’ik de carne ahumada con recado blanco, chile habanero y un buen chorrito de naranja agria. También pedimos el Pimito Relleno de quesillo con longaniza y pico de gallo de pepino blanco. Yo, inocente, esperaba un pimiento relleno… pero ¡sorpresa! Lo que llega es una torta gordita, con sabor intenso a chorizo y torreznos. Una bomba de sabor. ¡Espectacular! Me resisto al mezcal, a pesar de que es la recomendación digestiva, para superar el resfriado, es tomarlo a besitos. Como dicen o me lo quita o termina conmigo.
Menuda orquídea
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