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martes, 25 de febrero de 2020

Y cuando estés arriba dirás...

El paseo al atardecer, descendiendo por la vertiente sur del Gorbea, junto a lo que será el rio bayas, me hace volver a tiempo pasados.
Una vez confirmado que no hay red, ni posibilidad de contactar con el mundo exterior, me conecto de maravilla con el entorno. No hay más que dejarse ir. Una gozada, unos pasos detrás del resto, escuchando el agua.
La tranquilidad y la paz, debe nacer en sitios como este.


La luna nueva y el cielo despejado, nos hacen disfrutar de un firmamento plagado de estrellas. Parece que no entran más.
Con una buena manta, cava y mejor compañía, el tiempo pasa muy rápido en el exterior del refugio. Mientras, dentro a la luz de las velas, el anfitrión se afana en asombrarnos con un pollo cocinado con mimo. El horno de la cocina económica, una antigüedad a pleno rendimiento. Pero lo bueno, como casi siempre, llega al final: las tostadas de Inmaculada, que para eso estamos en mitad de carnavales, aunque por el clima, parezca primavera.

Si bien parecía difícil, hemos vuelto a gozar de los pasos vacíos, rodeando las campas y los hayedos del Gorbea. Es lo que tienen los lunes, que hasta en los parques naturales se respira de otra manera.
Veinte años después, aunque sea sin la compañía de los vástagos, volvemos a la cumbre, con su inmensa cruz. La tercera, según siempre nos han dicho, la que al fin resistió. 

La bajada, nos recuerda que el tiempo y sobre todo la falta de costumbre, tiene un peaje, aunque algunos se escuden en el olvido de las varas de avellano o de las modernas cachabas.

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