El paseo al atardecer, descendiendo por la
vertiente sur del Gorbea, junto a lo que será el rio bayas, me hace volver a
tiempo pasados.
Si bien parecía difícil, hemos vuelto a gozar de los pasos vacíos, rodeando las campas y los hayedos del Gorbea. Es lo que tienen los lunes, que hasta en los parques naturales se respira de otra manera.
Una vez confirmado que no hay red, ni posibilidad
de contactar con el mundo exterior, me conecto de maravilla con el entorno. No
hay más que dejarse ir. Una gozada, unos pasos detrás del resto, escuchando el
agua.
La tranquilidad y la paz, debe nacer en sitios
como este.
La luna nueva y el cielo despejado, nos hacen
disfrutar de un firmamento plagado de estrellas. Parece que no entran más.
Con una buena manta, cava y mejor compañía, el
tiempo pasa muy rápido en el exterior del refugio. Mientras, dentro a la luz de
las velas, el anfitrión se afana en asombrarnos con un pollo cocinado con mimo.
El horno de la cocina económica, una antigüedad a pleno rendimiento. Pero lo
bueno, como casi siempre, llega al final: las tostadas de Inmaculada, que para eso
estamos en mitad de carnavales, aunque por el clima, parezca primavera.
Si bien parecía difícil, hemos vuelto a gozar de los pasos vacíos, rodeando las campas y los hayedos del Gorbea. Es lo que tienen los lunes, que hasta en los parques naturales se respira de otra manera.
Veinte años después, aunque sea sin la compañía de
los vástagos, volvemos a la cumbre, con su inmensa cruz. La tercera, según siempre
nos han dicho, la que al fin resistió.
La bajada, nos recuerda que el tiempo y sobre
todo la falta de costumbre, tiene un peaje, aunque algunos se escuden en el
olvido de las varas de avellano o de las modernas cachabas.
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