De repente me veo inmerso en una increíble tradición polaca, en la que al final, después de un par de intentos, no consigo resistirme y caigo de lleno en la tentación.
Algo
así como nuestras tostadas de carnaval, pero mucho más generalizado. Lo que
prima en este día es pasártelo comiendo y comiendo: el Jueves Gordo.
Según me dicen, con el traductor, es una fiesta nacional cristiana, en el ultimo jueves antes del miércoles de ceniza cuando se inicia la cuaresma.
Desde el desayuno, en el que consigo resistirme, me traen a la mesa una breva redonda, con azúcar glas por encima, indicándome la camarera que hay que comérsela. Se da cuenta rápido que no estoy por la labor, estoy en operación bikini tras los excesos de navidades.
En
el segundo raund en a oficina, con Magdalena , y tras volver a rechazarlo
amablemente, me explica que es una tradición religiosa y que sí o sí, debería
seguirla. A la hora del hamaiketako, es más difícil aguantarse y si una “flaca”
como ella, lo sigue, pues caigo y disfruto de este delicioso manjar. ¡Primer
Pqczek!
¡Que
rico! Esponjoso y relleno de mermelada de ciruela. Increíblemente deliciosos.
Es
peligroso. Incluso, adictivo, diría yo. Y la tentación no cesa. Me imagino que será
como las campañas de los sesenta para iniciarte en el tabaco. Parece que todos los
que me rodean, han comprado docenas de ellos, y no hacen más que ofrecérmelos.
El
cuerpo pide más, y la tradición dice que hay que comerse al menos un par,
porque si no lo haces durante este jueves gordo, tendrás mala suerte para el
resto del año.
Después
de una semana horrible, entre peleas y lloros, pues como no podía de ser de
otra forma, tras la comida, el cuerpo me pide dulce y no me puedo
resistir.
¡Segundo
Pqczek!
Empiezo
a comprender porque todo el mundo se pasa los principios de la buena nutrición
por el forro. El relleno es distinto, una mermelada que sabe cómo a flores y
este me parece aún más ligero. El que está junto a mí, va por cuatro, y espera
llegar a la media docena. Las mesas, están llenas de brevas.
Ya
en Varsovia, de regreso, me sorprende ver la capital aun con toda la decoración
navideña en las calles y con la pista de patinaje en el centro de la plaza del
casco viejo, Rynek Starego Miasta. Alguno lleva ya la máscara puesta.
En
cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro. Voy directo a mi
restaurante de referencia: Bazyliszek. Gran
descubrimiento, que aparece reflejado en anteriores entradas. Tras brindar con
una espectacular cerveza local – me meto entre pecho y espalda un codillo, para
mi solito, pero en el momento de la retirada, cuando pienso que he cenado
demasiado, tras abonar la minúscula cuenta, aparece Rosane, con su mejor
sonrisa. La casa invita a un digestivo y como no podía ser de otra manera, hay
que seguir la tradición.
Cuando lo veo, no puedo dejar de decir en mi mejor polaco: ¡Ponczeck!
Seguido
de un porquesik, porque me lo merezco. La cara de la camarera, no tiene
desperdicio.
Hoy
remordimientos…
Jajaja menos mal q no estoy allí porque zampabollos acaba con existencias! Vaya pinta!
ResponderEliminarEl otro dia me llego por que se hacian las berlinas...donuts... con agujero en el centro. Al parecer es de hace unos siglos y se debe a q al freirlas no se quedaba bien hecjo el centro y quitaron la parte central. Con el.agujero te hubieras comido 6 fijo!
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