¿Se puede saber qué haces aquí? - Me gritan por la espalda un compañero sorprendido.
¡Viendo la vida pasar!- Contesto tras devolverme a la cruda realidad, escapándome de mi
lento mundo interior. ¿Es qué no pueden entender, que prefiera estar solo,
soportando las altas temperaturas, con el viento en la cara, que sufriendo las
inclemencias de la cabina, acompañado por unas docenas de obreros sudorosos y
poco aseados?
Estoy volando Jack, ¡Estoy volando!- Me contesta, con una sonrisa.
Le debo mirar con cara de pocos amigos, por lo que me explica la
escena de la película del Titanic y las risas que estarán haciendo los obreros
-congelados con el aire acondicionado dentro del barco- mientras nos ven a los
dos en la proa, con el viento en la cara.
Algún día tendré que esforzarme por ver esa película, aunque no
creo que sea de las elegidas para ver en casa.
Con lo de volar, parece que ni a propósito. A pesar de lo que se
puede prever, por ser una zona petrolífera, lo que tenemos por delante es un
verdadero documental de National Geographic.
La cantidad de animales que se cruzan
en cada travesía, hace que merezca la pena.
Hay unos “peces aguja” de casi un metro – parecen un tubo gris, de
cuerpo largo y casi cilíndrico - que en lugar de alejarse, se nos cruzan. Pasan
a una velocidad del demonio, por delante del barco y salen lanzados del agua
moviendo rápidamente la cola, a un metro de altura. Cuando están próximos
golpean con la cola en la superficie y salen lanzados de nuevo, sin tener que
sumergirse en el agua. Como si alguien estuviera jugando con ellos, como cuando
se lanzan piedras planas al agua para hacerlas rebotar para hacer ranas. El día
que la mar está calmada van dejando las mismas hondas escapándose a unas distancias
de mas de cien metros. Viéndolos no
puedes dejar de sonreírte.
Alguna “tortuga gigante”, con
problemas a la hora de sumergirse, sorprendidas por nuestra presencia,
intentando por todos los medios hundir el trasero, pero le vuelve a salir a
flote. A lo lejos se ve el ataque voraz de algunos delfines, -según unos-, o tiburones,
-según otros-, dándose algún atracón, montando auténticos torbellinos que se
ven a la legua. Por cierto, ya he
aprendido de mi último viaje y ahora no se me olvidan las gafas. Son como una
prolongación de mis ojos.
Aunque el Golfo Pérsico, sea un plato
comparado con el Cantábrico, el entrenamiento está siendo intenso con tanto
viaje de isla a isla. Yo creo que ya estoy preparado. Espero que este verano “alguien”,
se atreva y me lleve a la pesca del bonito del norte. Y si no entra, pues
merluza, pero hay que comenzar a levantar el vuelo..
Seguimos de Ramadán y como el año
pasado, me toca en un país tolerante. Esperemos que siga así, y no se complique
el tema, porque cada vez está más caliente.
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