Ni un alma, ni siquiera un pájaro. Nada más vacío
que una puesta de sol en mitad del desierto. Es mi momento favorito. Todo es
posible y descansas. Un mar de arena que se extiende hasta donde te llega la
vista y en todas las direcciones. Pero
todo se termina y mañana – in salah- regresamos a la civilización.
¡Por fin! En el viaje de regreso, me he dado
cuenta de que ha llegado la carretera, ahora la mayoría del tramo – siempre que
nos lo autoricen- se realizará sin moler mi espalda en cada bote. (Aquí no hay
baches, es todo uno). Gran alegría.
Al llegar al aeropuerto, las sonrisas se han terminado y ha comenzado la espera, los retrasos… Además con los vientos que están soplando estos días, al ver el avión de hélice no me ha dado mucha sensación de seguridad, pero por lo menos el piloto era viejo y barrigudo. Y eso sí, que siempre me da una sensación de tranquilidad. Manías que tiene uno.
Como el día era de esperas, también me ha
tocado esperar y esperar a que salgan las maletas. No la mía. Siempre intento
viajar con equipaje de mano. Pero por lo menos escribo estas líneas.
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