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miércoles, 16 de julio de 2025

Al Uqair, una cama, dos camas... No hay quien se ahogue

Comenzamos el viaje como se empiezan los grandes líos: estresado, con retrasos, y en lista de espera. Para el último tramo, KLM había vendido más billetes de los que había asientos. Bienvenidos al caos. ¡Menuda racha llevo!



 Como siempre, al final, termino llegando al destino. De Damman a Al-Uqair, en coche , mas de hora y media. Otra paliza. A las tres de la mañana, derrotado, estoy finalmente en el hotel. Zakir, el conductor que me ha traído desde el aeropuerto, algo sabe y entra conmigo a la recepción …me hace de intérprete porque el joven flaco de la recepción, Abdel —con su túnica blanca y pañuelo rojo a cuadros— no habla ni papa de inglés. Después de una larga lucha con su ordenador, consigue darme una llave. En teoría, tengo una cama. Se marcha mi driver…En la práctica… ya veremos.

 La cosa se va complicando, no se qué busca, pero yo me estoy agotando. No le entiendo que dice.  Intento usar el móvil para aclararme, pero la señal es malísima, no hay apenas cobertura. Estoy en el culo del mundo, pegado a Qatar. Pregunto por el wifi del hotel, que no aparece por ningún lado, y cuando por fin consigo que me den la contraseña… tampoco funciona. Internet no va. Estoy incomunicado, sin red y sin traducción automática. Intentar usar el móvil del recepcionista, en árabe, para traducir en directo lo que queremos decirnos es directamente imposible.

 Y sí, son las cuatro de la mañana. Después de un día entero de viaje.

 Como no logra explicarme dónde está mi bloque “frente al mar”, me acompaña. Habitación 409. Cruzamos un jardín pisando el césped todo mojado, recién regado, subimos al primer piso, y al abrir la puerta… una cadena puesta. Hay alguien dentro. Previsor el huésped.

 Abdel intenta quitar el seguro metiendo la mano, murmurando algo ininteligible. Le saco la mano y por señas le explico que ahí hay alguien. No quiero sorpresas. Con el traductor me dice que el que está dentro es español y que hay dos camas. Yo ya me huelo la noche larga. Me propone despertar al otro. Ni loco. Mi cara lo dice todo.

 Volvemos a recepción. Le digo que me dé una habitación y que pase mi tarjeta de crédito como prueba y mañana lo solucionamos. Que me deje dormir. Quedan cuatro horas y media. Nueva batalla con el sistema. Lo único que sé es que no quiere. Insiste en que duerma acompañado. Pantallas en árabe que me gira una y otra vez. Yo venga de enseñarle mi reserva: “Exclusive Chalet Sea View Room” está en español y en inglés. Habla los dos idiomas por el estilo. Habitación doble, una persona, . Cada vez más cansado, más cabreado y más de todo …

 Llamo a Oriol —el teléfono de emergencias de la agencia de viajes que usa la empresa—. Me confirma que está todo correcto y que se pondrá en contacto con el mayorista. Mientras, seguimos con el juego de mimos.

 Finalmente, consiguen despertar al responsable del turno de noche. Le digo que yo también quiero dormir. Me piden disculpas y me dan otra habitación. Ya solo me quedan menos de cuatro horas.

 Me meto en la cama, acurrucado. Suena el móvil: es Oriol. Ha hablado con la agencia de la agencia de la agencia. Me dice que han enviado correos al hotel y que nadie responde. Ya lo sé. Lo viví. Me agradece la paciencia. Yo le agradezco el intento. No le digo que estoy ya en la cama. No quiero perder ni un minuto más.

 


Y así ha sido mi semana: arrastrándome, cansado. El hotel, caro y con un servicio flojo. Ni siquiera reponen el papel higiénico. Cada día veo la playa desde lejos, con ganas, pero no llego. Está a unos pasos… pero la vida no me da para disfrutar de mi “ Exclusive Chalet Sea View Room”.

 

Última mañana. No puedo dormir. Doy vueltas en la cama. Al final, me levanto con mi peor calzoncillo y me voy decidido a la playa. El mar como un plato , el amanecer asomando poco a poco.



 Playa idílica , ducha , sombra e incluso parrilla . Me lanzo al agua con entusiasmo. Está caliente, agradable… pero no cubre. Camino y camino. Nada. Por debajo de la rodilla. Me rindo. Me siento y veo salir el sol. Y pienso en Aita.

" ¡El corazón, no sabe de tiempo!" 

En cuanto a la recomendación gastronomica... digamos que el hotel no es para gourmets, por decirlo fino. Pero tengo que reconocer que el curry de pollo, no lo hacen mal. Algo es algo.


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