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lunes, 10 de octubre de 2022

Bogotá, ciudad de contrastes.

 Se prioriza el tema económico sobre la rapidez. 

Al descartarse el vuelo directo a Santiago, la escala en Bogotá me permite callejear unas horas por la Candelaria. El vuelo directo está sobrevalorado. Tenemos fuerza para aguantar viajes de más de treinta y cinco horas, y ganas sobradas para no tener prejuicios y lo mejor, para continuar con la ruptura continua de los hábitos. 

 

Domingo por la tarde y lunes festivo.

Centro neurálgico, el capitolio neoclásico que flanquea la Plaza Bolívar, donde se puede satisfacer, en puestos callejeros, los deseos de niños y no tan chicos. ¡Compramos las afrodisíacas hormigas culonas! Un lujo, 10.000 pesos la bolsa pequeña, con veinte insectos.



El sol iluminando la catedral, con los verdes montes detrás, haciendo el inicio de contraste. Mujeres de rasgos indígenas, subiendo a sus hijas sonrientes, en bonitas llamas coloridas. En contraposición, la modernización. Mujeres de piernas elegantes, posando como profesionales, para alguna red social. Dos mundos en una misma plaza.  

Sonrisas que no se olvidan



Simón Bolívar con espada ondulante, después de muchos robos y actos vandálicos, parece un látigo. Símbolo de américa latina y de la fuerza de la guerrilla. Menudo robo.



Reducido barrio colonial, pero algo queda del colorido. Alegría y recuerdo de antiguas casas a miles de kilómetros, entremezcladas con edificios funcionales. Se nota el sistema de subsidios por lugar en el que vives. Distinto, pero por lo menos, no se ve personas pidiendo, ni durmiendo en la calle. Me esperaba más marginalidad. Buena sorpresa.

Museo Botero, que exhibe arte internacional en una mansión colonial

Como recomendación gastronómica, nos acercamos a la antigua “Santafe” que ahora se llama, sin chulería, “El mejor ajiaco del mundo”. Un pequeño local de dos pisos.

Parece que llegamos a punto de cerrar, porque el mesero que nos atiende tiene preparada su cena junto a la mesa que nos ofrece a nosotros. Él ha elegido antes, por lo que solo tienen dos platos de la reducida carta, pero sin duda, merece la pena y por eso recomiendo probar su ajiaco.


Una sopa densa de pollo, patatas de dos tipos, maíz y alcaparras. No es un Plato de cena, pero con el “jet lag” que llevo, tampoco empeoro.


Es curioso, a las siete se ha vaciado la calle, como si fuera de madrugada. No parece barrio para andar solo y a pecho descubierto. Por cierto, los taxis no aceptan tarjeta. Más de diez intentos inútiles, cabezonería tal vez. Al final, en un supermercado que cierra tarde, consigo plata para llegar de regreso al aeropuerto.

 

3 comentarios:

  1. Son 80 días son 80 nada más para dar la vuelta al mundo....wili fog!

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    1. Soy más del Capitán Haddock... y aún me faltan muchos tomos, para poder alcanzarle (Congo, Islandia, Norte America...)

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