Madrid, Menos mal que tengo más
de dos horas de escala.
Grandes colas. Desesperación. En los
aeropuertos es siempre muy importante elegir y elegir bien. No ponerte donde te
arrastra la marea. El vagón de tren donde montarse o la cola de control de
seguridad, puede marcar la diferencia entre perder o no un vuelo.
Largas filas para salir del país.
El aeropuerto colapsado. Cuando por fin consigo ver a los que bloquean, no parece
un acto organizado por independentistas, ni veganos ni anima-listas, ...Tienen que
estar luchando por la mejora de nuestras pensiones.
¡Esto no se abre! – El grito de guerra.
Unos cien jubilados son capaces, ellos solos, de provocar retrasos y hasta
cancelaciones.
En la zona de control de
pasaportes: guerra contra la tecnología. Ancianos enfadados enfrentándose a un escaner ocular. La marca España por los suelos.
Han vuelto loco al sistema de identificación. Los dos ayudantes en las máquinas de control de documentación, no dan abasto.
A la desesperada, les dicen que es más
rápido con el DNI que con el pasaporte.
Al
unísono se ponen a rebuscar entre sus pertenencias de mano. En lugar de facilitar y agilizar el proceso, empeora. Bolsas y bolsos
inmensos repletos de carteras, monederos y bolsitos. Es el resumen del caos.
La llegada del siguiente tren a
la terminal, acerca la hecatombe.
Se va perdiendo la calma entre los que llegan -acumulándose en la escalera- y los que están viendo el motivo del tapón, que pierden la paciencia después de intentar colaborar con los pobres que les toca lidiar con el
problema.
Al final, alguien toma el mando.
Desbloquea el sistema, apertura de puertas, volviendo a la comprobación telemática
de cada pasaporte a la antigua: por personas, por la policía de aduanas.
Los que han diseñado el sistema,
ya sabían que necesitarían ayudantes, pero no tenían previsto, lo que parece un
viaje del IMSERSO a Sudamérica.
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