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martes, 6 de febrero de 2018

Fintas, eclipse de luna


Con el miedo en el cuerpo, y alguna persuasión familiar, al final me he lanzado al vacío -inconsciente de mí- y me he puesto aparatos pasada la cuarentena. El viaje de seguido a Kuwait, sin tiempo de aclimatación, una mera anécdota para aprender a sobrellevarlos, en campo contrario...


Desde el comienzo, en el aeropuerto de Sondica, la incertidumbre ante lo desconocido, comprobando en carne propia si mi nuevo look, imitando al villano Tiburón, hará saltar ó no las alarmas. Por el momento no pitan mis brakets y en el control de pasaporte de Fráncfort, el escáner facial no detecta anormalidades. Todo correcto.


Durante el viaje, en el avión me percato de mis limitaciones. Nada de frutos secos - me decía la dentista, y aquí no hacen nada más que ofrecérmelos. Pero a quien le importa, por ahora no puedo morder absolutamente nada, primero el dolor -que me hace estar aún más cerca del cielo viendo las estrellas- y segundo lo poco que consigo pasar, se me queda atrapado en los alambres.


Espero que a la vuelta ya sí lo tenga controlado. Según el experto familiar en la materia, -y mejor árbitro- en una semana, todo solucionado. Al final del servicio abordo, viendo el desastre de mi bandeja, una amable azafata (Lufthansa siempre tiene buenos detalles) se percata de mi sufrimiento y me comienza a traer todo lo que tiene de dieta blanda. Se le vé con experiencia y yo agradecido.



En destino, para rematar...constipado, así voy tomando experiencia. 

En cada estornudo hipo-huracanado, solo temo dos cosas: o que se me escape alguna parte de mi nuevo equipamiento o que tenga un desgarro al engancharme con alguno de los elementos punzantes. Aunque milagrosamente, el tema no pasa a mayores. Por cierto, lo de la cera para proteger las puntas de los alambres debería traer instrucciones. Si es poca, los alambres la atraviesan y si es mucha se cae. Termino escupiéndola, así que será cosa de acostumbrarse.



En uno de los interminables atascos entre la refinería y mi apartamento, mirando distraído por la ventana del minibus hay algo raro en el atardecer. Asumiendo de primeras que algo tendrá que ver la contaminación, pero luego me doy cuenta que la fase de la luna ha cambiado drásticamente de ayer a hoy. Se ha perdido la luna llena. Poco a poco se aprecia el movimiento - y no precisamente del transporte- dándome cuenta de que estaba siendo testigo de excepción del famoso eclipse de la súper luna azul, mientras que el resto de pasajeros dormitaba acurrucados en sus asientos. 

Ni es azul, para mi más bien marronacea, ni parece ser que en Kuwait era eclipse total pero ha sido una suerte darme cuenta. 

En plan "lobo solitario " -después de cambiarme rápidamente, quitándome el buzo de trabajo y coger el teléfono con cámara-, me he ido a ver el final del espectáculo del satélite, a la chita callando, a la playa de Fintas.



Si es que siempre, siempre hay algo por lo que merece la pena recordar un viaje y estar de visita por estos mundos.

La recomendación gastronómica, el pollo al curry del Indian Restaurant (Block 2, Street 6) donde aún se asombran de mi presencia. Impresionantemente picante -el no picante- como siempre, todo un reto que repetiré en próximos viajes. 



¿Tendré un trozo de pollo entre los dientes? ¡Que le den!



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