Angel, tú que viajas tanto… ¿de maletas tienes que
entender, no? – Me preguntan en el autobús que nos lleva de la terminal del
aeropuerto, al avión que espera en la pista, apretujados como sardinas en lata.
Tras una breve explicación y convencer sobre las
maravillas de la joya que llevo en mis manos. Se le cambia la sonrisa cuando
comprueba en su teléfono móvil el desorbitado precio. Valorando resultados
seguro que es la mejor opción pero solo al alcance de unos pocos privilegiados.
Como en todo lo demás, me ha tocado la parte buena, y
hay que disfrutarlo.
Sí,
solo voy a valorar resultados. Suena el despertador en Argelia. Domingo, uno de
octubre, el corazón encogido y no precisamente por las noticias que llegaban de
la península, sino por sentimientos más primitivos. Me levanto de la cama, con
la sensación de que va a ser un día duro.
Sabiendo
que es complicado salgo de la habitación buscando algo que me alegre el día. Sé
que debo estar atento, porque en estos sitios, si pestañeas, te lo pierdes. Encontrado. Buscando mirada de complicidad,
pero no la encuentro.
Parece
que hay un militar que prefiere acondicionar el terreno. Hace falta mucha constancia
para mantenerlo verde. Quizá como las cosas buenas de la vida.
Miro
a la gente del comedor. La gran mayoría aún están dormidos. Trabajadores de
todas partes y de toda la gama social. Algún exaltado suelto, con
conversaciones duras utilizando términos y tarareando canticos de épocas pasadas.
Malos gobernantes en la retaguardia que han llevado a las calles el enfrentamiento.
Aunque como tantas veces he oído: Todo es un cuento.
Sigue
tan presente como cuando estaba.
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