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jueves, 18 de octubre de 2012

De Palos Blancos a Santa Cruz, Bolivia

Al final a toda prisa me avisan que  me tienen que sacar un día antes hacia Santa Cruz. Cuando llegamos a la pista, no se puede llamar aeródromo,  tras pasar por el doloroso trance de la báscula donde te avergüenzan con el sobrepeso, un chico descendiente de uno de Oñati, unos diez años mas joven que el aparato -una avioneta monomotor de 1985 llamada Bonanza- nos da las explicaciones de como subir y distribuir el peso dentro de la mini cabina.
Solo tiene un acceso, por el lado del copiloto, que soy yo, por lo que soy el ultimo en entrar. Al mirar hacia dentro parece una lata de sardinas. ! Que pequeña!  Nada más entrar, golpe en la cabeza. Cerrar la puerta- que me recuerda hasta en la manilla a la de un seiscientos, tarea de titanes. El piloto empujando por un lado, yo por otro.
Arranca el motor, un ruido ensordecedor. Todo satisfecho el piloto, sonriente como si lo más difícil ya hubiera pasado, me mira como preguntando que pasa, y yo señalando con el dedo que queda un espacio por donde entra el sándwich que me he comido. A lo que me contesta: " menos mal que no llueve, sino se hubiera empapado". Lo intentamos otra vez. Imposible. Está rota.  Nosotros solos no podemos, así que a salir y pedir ayuda. La escena era cómica, un operario empujando subido desde el ala, yo estirando desde un lado y el niño piloto desde el otro rogándole a Dios que se cierre. Al final se encaja.

El viaje ha sido una tortura, mecido de un lado al otro, metido en una turbulencia continua. Ni el condor, ni el dragon khan, ni nada de atracciones controladas.  Según el piloto todo era culpa de  las masas de aire caliente. Yo no estaba tan seguro. Cuando conseguía recuperarme - y volver al mundo de los vivos-, le pedía que saliese de esa ruta- por encima de todas las pequeñas cordilleras- y que volara más alto, que estábamos asuntando a todas las vacas.
Como es normal, no me hizo ni caso, siguió las indicaciones de su mierda de GPS. Cuando vimos a lo lejos la ciudad,… que alivio. Pero no era el único,  el piloto se estaba santiguando.

A mi llegada a Santa Cruz, la primera en la frente, el Hotel a donde voy normalmente no tiene habitaciones. Coincide con la llegada de la Reina de España a la ciudad y no hay nada decente, menos mal que estamos acostumbrados.

Lo mejor del día el afeitado- a la antigua- en una barbería y  la terraza del Cine Palace que está en un primer piso, donde la cerveza me sabe a gloria y se palpa la realidad de la vida,  en la Plaza 24 de Septiembre.

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