Ha sido una escapada exprés, de martes a miércoles, aprovechando esa pequeña tregua que nos dan los exámenes de los hijos. Pero qué bien aprovechada... Un paréntesis perfecto entre viaje de trabajo y viaje de trabajo. ¡Recarga de pilas conseguida!
Nos fuimos al elegante Iparralde, a Biarritz,
que siempre tiene ese poder mágico de llenarte de alegría y buen vivir. Es una
tierra que rebosa color y sabor, y en cada esquina nos encontramos con
recuerdos de otras visitas con los niños, cuando venían a aprender francés.
Haciendo cuentas, ya llevamos más de una docena de veces... ¡y cada una ha
tenido su encanto!
Esta vez no fue diferente. Bueno, salvo porque
nos encontramos con la Trattoria cerrada —¡íbamos directos! —. Esperemos que
sea solo por reformas. Aun así, el paseo por el mercado, perderse entre las
entrecalles, ver a los surfistas o unirme a los ecologistas —doblando el
espinazo— para recoger pequeños trozos de plásticos en la orilla... hacen que
el día vuele. Literalmente.
Para dormir, cambio de aires: Bayona. La economía también cuenta. Me encanta esta ciudad entre ríos, con su aire medieval, sus castillos y cañones, y toda esa historia defensiva que la rodea. Tuvimos el lujo de ver jugar a unos auténticos lugareños en el trinquete de San Andrés... aunque también presenciamos una caída en directo. En ese momento dejamos de ser espectadores privilegiados: bastante tenía el pobre con el golpe como para encima sentirse observado.
Después de cenar, salimos en busca de la
famosa luna de fresa. Al principio parecía que no iba a aparecer; incluso
volvimos a salir de la habitación para ir al puente, por si estábamos mal
orientados, pero nada... Al final, en uno de esos despertares que la edad ya no
perdona, desde la habitación del hotel la vimos en todo su esplendor, en plena
madrugada. Allí estábamos, los dos mirando por la ventana, la ciudad iluminada
bajo su luz. Una estampa de esas que se graban.
Recomendación gastronómica clara: junto al
río, en Au P’ti Bistro. Me sorprendió
gratamente que a ti también te encantara la asaduría de corazones de pato.
—"¡No lo hubiese pedido en mi vida, pero está buenísimo!" —me dices
entre risas.
El risotto, diferente: más caldoso de lo
habitual, pero muy sabroso, con unos langostinos de primera.
Eso sí, como siempre, pedimos de más. Y mira
que me avisas… pero nada, caemos igual. ¡Hasta dejamos otra vez vino!
Sacrilegio, lo sé.
coeur de canard
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