Una gran tarde en medio de una mala semana, con funeral incluido. Un cura, desde el cielo, defiende ahora los intereses de la familia.
El día comienza con un hallazgo impresionante en el barrio de Malasaña: unos frescos del siglo XVII en la única iglesia con planta elipsoidal de Madrid. La iglesia de San Antonio de los alemanes, antes de los portugueses, hasta que la Corona española perdió Portugal, cosas de la vida. Las pinturas me dejan con la boca abierta y, por un instante, mi mente me juega una mala pasada: me lleva a Roma.
De vuelta a la realidad, sigo caminando por el barrio de Justicia, en el centro de la capital. Visito nuevamente el Museo de Historia de Madrid, pero esta vez con otros ojos. Me detengo en los caballos –poco agraciados– que beben de fuentes ahora aisladas entre coches y en los niños de los nobles, que, para qué negarlo eran francamente feos, vestidos ridiculamente.
Continúo
el paseo por la siempre abarrotada Gran Vía y la alegre Plaza Mayor, donde,
como siempre, los indios son una parte más del paisaje, como las terrazas y los
pintores callejeros. Estos vendedores forman parte de la estampa típica de la
plaza, ofreciendo juguetes luminosos que lanzan al aire por la noche, cuando
brillan en el cielo y atraen la atención de los turistas, además de los
característicos silbatos que emiten un agudo sonido.
Nos adentramos en La Latina, recorriendo la Cava Baja y recordando tiempos mejores de “La Chata”, ahora conquistada por los guiris. Cansados, pero con ganas de cerrar bien el día, recurrimos a una infalible receta para el alma: “Vinociclin”, buen vino y mejor compañía.
Nuestra recomendación gastronómica nos lleva cerca de la Plaza de la Paja, con su peculiar suelo de arena diseñado para drenar bien. En el Bistró & Bar El Camoatí, en el corazón de los Austrias, encontramos un rincón con alma. Allí, unas argentinas majísimas atienden con cariño, y entre los comensales, muchos artistas que se preparan para los premios Goya.
Las
empanadas, pura esencia argentina, nos conquistan: la criolla de carne y la
fugazzeta, irresistibles. Luego, el bife de chorizo, en su punto exacto, tierno
y caliente, acompañado de unas patatas que simplemente no puedes dejar de
comer.
Así,
entre bocados y risas, la mala semana queda olvidada y totalmente en un segundo
plano.
Pues no dices cual es el vino ... aunque se ve que es tinto. Me imagino que un buen Malbec de Mendoza, no?
ResponderEliminarDe Mendoza si que era, Trumpeter , ...
Eliminar... pero era un pinot noir
… y desde ahí arriba el cura disfrutó de tu paseo y te inspiró para disfrutar…
ResponderEliminarSin duda alguna!
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