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martes, 19 de noviembre de 2024

Mexicali, una de magia fronteriza

 


Hoy se celebra el inicio de la Revolución Mexicana de 1910: tras treinta años de dictadura, al grito de “Sufragio efectivo, no reelección”. Creo que, si los protagonistas de ese levantamiento vivieran hoy, volverían a alzarse, pero esta vez para dejar las armas. Ver las noticias en la televisión de la cafetería del aeropuerto de Mexicali provoca el deseo de irse rápido: balaceras, cadáveres, secuestros… y así sigue la lista. La impunidad se ha convertido en el mejor incentivo para pasarse al lado oscuro.


Una semana corta, pero intensa, como suelen ser los viajes últimamente. Seis estados mexicanos y cuatro estadounidenses, separados por un interminable muro que divide dos mundos, pero unidos irremediablemente por una necesidad mutua. Según me comentan, más de un millón de personas y unos trescientos mil coches cruzan legalmente la frontera. En Mexicali, el contaminado y colorido Río Nuevo parece funcionar como una barrera poco natural, marcada por descargas clandestinas, y lo único que se ve es un lado del muro metálico.

Está todo lleno de carteles de cirugía es tética y de clínicas para el implante de pelo. Parece que los gringos hacen turismo médico.

Esta vez sin tiempo material para poder ver nada nuevo, pero sí para disfrutar de su cultura gastronómica, saborear amaneceres y perseguir atardeceres que nos recuerdan que debemos salir de la obra.

En el lujoso restaurante "Mochomos", nos toca esperar en la barra a que se libre una mesa. A pesar del cansancio, el ambiente ofrece una oportunidad para conversar y saciar la curiosidad. Comenzamos por el nombre del lugar. Según el camarero, Mochomos hace referencia a unas hormigas con fuertes mandíbulas que cortan hojas, y que en Sinaloa dan nombre a la carne deshebrada de puerco.

Mientras tratamos de adaptarnos al cambio horario, junto a nosotros hay un maletín abierto, repleto de cartas, bolas, aros, pañuelos y demás trucos. Cada cierto tiempo, el mago se acerca y se prepara entre bambalinas, con una sonrisa que se va transformando en hartazgo y cansancio. Parece repetir la misma rutina, como si fuera parte de su trabajo diario: colocar monedas en bolsillos invisibles, ajustar muelles, barajas de cartas y comprobar los artilugios.

Cuando por fin comenzamos a cenar, y nos toca el turno, pequeñas sonrisas de complicidad. El artista ha dejado paso al trabajador de la barra, elegante bigote y alegría desbordante.

A pesar de haberlo visto antes, imposible seguirle, ni a tan corta distancia. Es más rápido que mis ojos cansados. Y por listillo, me hace un truco de cartas, sin soltar en ningún momento yo la baraja, que me deja en mi sitio completamente desconcertado. Imposible entender cómo lo hace. Pura magia.

Como anécdota curiosa, parece que los personajes importantes también tienen necesidades humanas. En el baño, un guardaespaldas, para quien yo nunca seré una amenaza, entreabre la puerta y me lo deja claro.

Como recomendación gastronómica el popular, "Mariscos los compadres". Una especie de Cervera, con ambiente familiar de domingo: raciones gigantescas y cervezas de litro. El pulpo a la brasa, por $385, es exquisito. Viene acompañado de tres deliciosos pimientos rellenos, camarones con verduras, ensalada, arroz y una gran patata rellena. 


Es fácil entender por qué los gringos pasan a este lado de la frontera.

 ¡Viva México, carajo!

 

 

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