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domingo, 29 de diciembre de 2024

Madrid en Navidad: Historia, Tradiciones y Sabores

 


Redescubriendo un Madrid abarrotado en Navidad. Siempre hay algo nuevo que aprender de esta ciudad llena de historia. Por ejemplo, la ermita de San Antonio de la Florida, una joya poco conocida. Suerte de ir en buena compañía porque dentro no hay ni un alfiler, ¡ni siquiera en la pila de agua bendita! Y es que, siendo el patrón de los enamorados, todo tiene sentido.

 En el interior se encuentra la última morada de Goya. Curiosamente, según cuentan, fue enterrado sin cabeza… cosas de científicos. Los frescos, eso sí, son espectaculares, aunque nos costó un poco identificar al asesino representado en ellos. Fue gracias a la amable señora del museo que lo descubrimos: es el hombre que huye con sombrero y capa, señalado por el resucitado por San Antonio.


Por Madrid seguimos con las tradiciones navideñas. Buscamos a Chencho en la Plaza Mayor entre los puestos de figuritas para el belén, nos tomamos un vermú en El Anciano Rey de los Vinos, junto a la Almudena, y disfrutamos de unas buenas cañas. Alguna hasta tirada “a la manera tradicional” (aunque no me queda claro qué significa eso). Lo que está claro es que con el zurito pagas la tapa. Cada región, sus costumbres.

 En cuanto a la recomendación gastronómica de esta escapada, encontramos un lugar sorprendente: “Toque de Sal” en Chamberí.

Camareros como los de antes, profesionales de los que ya escasean, restaurante con un toque oriental y, a pesar del gentío, un servicio impecable. No dejar de probar el chupa chups de codorniz con salsa Pekín y, aunque suene ligero, la ensalada Abracadabra, con rigatoni al pesto, tomate en aceite y lascas de parmesano.


De regreso a casa, hicimos un pequeño desvío hacia Segovia para visitar el que dicen es el pueblo medieval más bonito de España: Maderuelo. Lamentablemente, la niebla nos jugó una mala pasada y apenas pudimos disfrutar de sus encantos. Una excusa perfecta para volver.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Arabia Luna Llena Fria y Madrugadas heladas - de visita sin tregua

Disfrutando del paisaje xerófito, de las puestas de sol, de las noches estrelladas que se rinden ante la inmensa “luna llena fría” de Julio Verne, y de los esperados amaneceres… en medio de todo ello, un drástico cambio de temperatura. En camisa al medio día.



Sí, lo habéis adivinado: otra vez en el desierto. Y no aprendo.

Con las prisas al hacer la maleta, olvidé casi toda la ropa de abrigo, especialmente la de cama. Por la noche, con el cielo despejado, la temperatura baja a tres grados. No hay quien duerma: dentro de la cama parece haber un pingüino, y el aire acondicionado suena más que las maracas de Machín.

 Durmiendo poco y mal, a salto de mata. Es lo que tiene tanto viaje, rompiendo hábitos de forma constante. Y, aunque resulte agotador, engancha. Porque si no, ¿quién lo aguantaría?

 La luna llena, la proximidad de la Navidad… una mezcla explosiva, sobre todo para quienes no han tenido la suerte de ser como el turrón y volver a casa por estas fechas. Y, para colmo, que venga alguien de la central a decirte que no lo estás haciendo bien… pues ya tienes el lío montado.

 


Yo, como siempre, de visita por la vida. No soy de obra para los de la oficina ni de la central para los de la obra. Flotando entre dos mundos que se necesitan, aunque en ninguno de ellos me siento especialmente aislado.

Vamos, una semana más que tensa. Los nervios están a flor de piel, y más de uno se quedó con las ganas de mandarme al lado oscuro del satélite, sin combustible para volver.

 


En cuanto a la recomendación gastronómica, poco que añadir: en la cantina, sin dudarlo, me quedo con la línea de comida india. Sabrosa y picante. La “Cauliflower Masala” es espectacular. Me entretengo intentando adivinar qué lleva cada plato.

 

Eso sí, han cambiado de cocinero, y los dulces de hojaldre y miel que tanto me calmaban y que añoro de este campamento han desaparecido. O quizá siempre llego tarde y a deshoras…

 


Menudo final de año. Acumulando millas .

 

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jueves, 12 de diciembre de 2024

De Arabia a las estrellas- celebración mundial 2034

 



Rodando por los aeropuertos, con la maleta a cuestas, siento que nada ni nadie puede detenerme. Como si estuviera protegido por una gran y brillante armadura, otro viaje intenso, rodeado de peregrinos apenas cubiertos por su ihram. Por cierto, algunos podrían considerar usar una toalla un poco más grande.
Una semana intensa, depurativa, en Arabia.

Cómo ha cambiado todo en estos más de quince años en el Golfo. Cuando comencé a interactuar con los chinos, era un desafío. Ahora siento que hasta me vacilan de manera oficial:
—Mi nombre es Chan —me dice con cara seria—, Chan Pan.

En un país donde aún se persigue el consumo de alcohol, esto no deja de ser una ironía. Como dirían en las malas películas, "basado en una historia real", en plena obra, me dejó un poco descolocado. Me hizo tanta gracia que ni puse la observación en el informe.


De despedida, una celebración por todo lo alto: Arabia Saudita organizará el Mundial de 2034. En Al Khobar, la locura se desata. Menos mal que fijé el precio y no tomé un taxi convencional. Cientos de coches salen a las calles para celebrar y bloquear las principales arterias de la ciudad. Calles cortadas… menos mal que no hay cerveza para acompañarlo.



En cuanto a la recomendación gastronómica, me lo ponen fácil. Y lo mejor: en el mismo hotel donde nos alojamos, el Movenpick.

Como dice la propaganda: "Disfrute de la exquisita cocina india". "Tenga la oportunidad de conocer al chef Vineet Bhatia, galardonado con una estrella Michelin". Parece que las estrellas me persiguen, ¿y quién soy yo para negarme?

Creo que es el mejor "Chicken Masala" que he comido nunca. ¡Riquísimo!




viernes, 6 de diciembre de 2024

Singapur, Bye- Bye

Siempre estaré agradecido por los lugares que he visitado, aunque en ocasiones haya sido a deshoras. Mi regreso a Singapur suena a despedida, a un ciclo que se cierra.


En el hotel, la cocinera Joel me saluda como si estuviera en casa, y no duda en refrescarme la memoria. Recuerda mi primera estancia tras la pandemia, y sonríe al recordar cómo metía todo en el colador. Me dice que ya he aprendido, que me enseñó una vez, aunque terminé tirando la sopa porque estaba demasiado cargada. Ahora, sé que la receta perfecta lleva poca pasta, más verdura y solo una proteína. También comenta cómo he ido tomando cuerpo y los cambios en mi bigote, observando con humor que ahora tengo demasiada barba, "como Papá Noel". Menudas confianzas!

La Navidad también ha llegado a Singapur. Las calles están iluminadas y los árboles adornados con bolas de colores llenan la ciudad. El trabajo y el cambio horario me están agotando; me siento muy cansado.



Creo que esta será mi última visita, y aunque todo termina, cumplo el objetivo, subir a la terraza del Marina Bay Sands, después de la última cena. Se me estaba resistiendo. Las vistas son impresionantes.


 A medida que la madrugada avanza, con la esperanza de aprovechar cada minuto, robo horas al sueño para recorrer el mayor número posible de los principales puntos turísticos. Disfruto de un solitario paseo nocturno entre los super arboles artificiales en “Gardens by the Bay”, y la foto en el parque Merlion bajo la refrescante ducha. Un hermoso recuerdo que me quedará grabado para siempre en la memoria.



En cuanto a recomendaciones gastronómicas, está vez le toca a el Violet Oon, National Kitchen, en la galería de arte nacional, National Gallery Singapore 1 St. Andrew's Road, 178957 (entrada por Coleman Street). El comedor, de madera con los espejos en el techo y sus grandes lamparas en plan años 20, es una maravilla, y la comida es simplemente excepcional.

Los aperitivos son de otro nivel, como el Chicken Satay, y  sobre todo el Kuay Pie Tee, una delicia de bocado, que explota en la boca: brotes de bambú en juliana y nabo escalfados en una sopa de gambas, servidos en pequeñas cestitas.





martes, 26 de noviembre de 2024

Bélgica, escapada invernal a Gante y a Brujas, la joya medieval de Flandes .

Convaleciente, tocado por una molesta gripe y tras un buen susto, después del primer intento de aterrizaje interrumpido por un alarmante rayo, llegamos a Bruselas en una fría noche para sumergirnos en el espíritu navideño. 


La ciudad nos recibió con espectáculos de iluminación en diferentes puntos, aunque no siempre fáciles de localizar, y sus tradicionales mercados navideños, donde la cerveza se sirve como Dios manda: cada una, en su copa específica. Eso sí, parece que se confunden un poco al devolver la fianza.

Aunque nos habían advertido que Bélgica era muy cara, ahora que escribo estas líneas, me doy cuenta de que lo que realmente es caro, es el Bilbao turístico. Menos mal que tenemos cuatro perrillas.

 

Todo en Brujas está a pocos minutos caminando, exactamente a once minutos según el Google maps. Parece que damos vueltas sobre un mismo punto. A pesar de su tamaño reducido, la ciudad sorprende a cada paso con pequeños rincones medievales, tradiciones y particularidades que la hacen única. Sin embargo, algunas como el mercado del pescado o reliquias como la Sangre de Cristo puede que estén entrando en peligro de extinción.

 


Por cierto, a diferencia de otras capitales europeas, aún las tiendas de souvenirs no están dominadas por empresarios chinos o indios. El centro está lleno de tiendas de chocolate y cervezas. Si hay que recomendar una tienda, sería Pierre Marcolini, que parece una joyería. Justo enfrente está Galler Brugg, más económica, pero con buen producto y regentada por personal amable que incluso se esfuerza por hablar castellano.

Te ofrecen probar una trufa para que te animes. Probando, podrías ¡Podrías ponerte morado!




 

Pero realmente, lo que más me atrapa de la bellísima y cuidada ciudad, son sus bares. Solo por las tabernas merece la pena el viaje. Tascas con mucho encanto, escondidas en estrechos callejones, iluminadas por pequeños carteles que rezuman siglos de tradición. 



Tras una pequeña cata (de las doscientas que tiene solo podemos probar una treintena de cervezas), no se cual elegir, hay de todo: fuertes, suaves, dulces, amargas, achampañadas… Eso sí, la Kriek de cereza, qué cochinada.

Si tengo que elegir de la interesante lista que lleva el organizador del viaje, me quedo con los bares “De Garre” y  “Le Estaminet”.

 

En cuanto a la gastronomía, difícil olvidar la cena en De Gastro. Desde los caracoles (Wijngaardslakken) con ensalada, el delicioso steak tartar – uno de los mejores que he comido-, el carpaccio (Rundscarpaccio), el osso buco y sin olvidarnos de la deliciosa pierna de conejo en salsa de cerveza (Konijnenbout). Un lujo accesible y todo bien organizado para poder compartir entre los cuatro.

En el coche de alquiler, nos vamos a Gante. Es más amplia pero creo que tiene menos encanto, pero tiene unos cuantos lugares que merecen mucho la pena. Su castillo en pleno centro histórico es una maravilla. 



Disfrutar del aperitivo en la terraza escondida del restaurante Panda, lejos del bullicio, mientras vemos pasar las abarrotadas barcas por los canales, confirma que estamos haciendo las cosas bien.

 

Callejear sin prisa, descubrir rincones y reírnos un poco fue parte del encanto. Sin embargo, al desplazarnos por sus calles, notamos que los locales no son tan “ele-Gantes”, no tienen paciencia con los turistas. Los timbres de las bicicletas sonaban constantemente, y nuestras dudas sobre si movernos a la derecha o izquierda provocaron más de un enfado. 


Además de caminar (el tradicional “San Fernando”), puedes moverte en carruajes (70 €) o en los barcos por los canales (8 €).

 

En cuanto a la comida, la recomendación en Gante es más sencilla pero igual de deliciosa: t’Klok Huys Brasserie. Un restaurante muy agradable donde el codillo y el generoso roast beef, servidos sin lonchear, son un auténtico placer. Muy buen producto. Sin duda, volvería.


Groot Kanon - La curiosidad mató al gato


martes, 19 de noviembre de 2024

Mexicali, una de magia fronteriza

 


Hoy se celebra el inicio de la Revolución Mexicana de 1910: tras treinta años de dictadura, al grito de “Sufragio efectivo, no reelección”. Creo que, si los protagonistas de ese levantamiento vivieran hoy, volverían a alzarse, pero esta vez para dejar las armas. Ver las noticias en la televisión de la cafetería del aeropuerto de Mexicali provoca el deseo de irse rápido: balaceras, cadáveres, secuestros… y así sigue la lista. La impunidad se ha convertido en el mejor incentivo para pasarse al lado oscuro.


Una semana corta, pero intensa, como suelen ser los viajes últimamente. Seis estados mexicanos y cuatro estadounidenses, separados por un interminable muro que divide dos mundos, pero unidos irremediablemente por una necesidad mutua. Según me comentan, más de un millón de personas y unos trescientos mil coches cruzan legalmente la frontera. En Mexicali, el contaminado y colorido Río Nuevo parece funcionar como una barrera poco natural, marcada por descargas clandestinas, y lo único que se ve es un lado del muro metálico.

Está todo lleno de carteles de cirugía es tética y de clínicas para el implante de pelo. Parece que los gringos hacen turismo médico.

Esta vez sin tiempo material para poder ver nada nuevo, pero sí para disfrutar de su cultura gastronómica, saborear amaneceres y perseguir atardeceres que nos recuerdan que debemos salir de la obra.

En el lujoso restaurante "Mochomos", nos toca esperar en la barra a que se libre una mesa. A pesar del cansancio, el ambiente ofrece una oportunidad para conversar y saciar la curiosidad. Comenzamos por el nombre del lugar. Según el camarero, Mochomos hace referencia a unas hormigas con fuertes mandíbulas que cortan hojas, y que en Sinaloa dan nombre a la carne deshebrada de puerco.

Mientras tratamos de adaptarnos al cambio horario, junto a nosotros hay un maletín abierto, repleto de cartas, bolas, aros, pañuelos y demás trucos. Cada cierto tiempo, el mago se acerca y se prepara entre bambalinas, con una sonrisa que se va transformando en hartazgo y cansancio. Parece repetir la misma rutina, como si fuera parte de su trabajo diario: colocar monedas en bolsillos invisibles, ajustar muelles, barajas de cartas y comprobar los artilugios.

Cuando por fin comenzamos a cenar, y nos toca el turno, pequeñas sonrisas de complicidad. El artista ha dejado paso al trabajador de la barra, elegante bigote y alegría desbordante.

A pesar de haberlo visto antes, imposible seguirle, ni a tan corta distancia. Es más rápido que mis ojos cansados. Y por listillo, me hace un truco de cartas, sin soltar en ningún momento yo la baraja, que me deja en mi sitio completamente desconcertado. Imposible entender cómo lo hace. Pura magia.

Como anécdota curiosa, parece que los personajes importantes también tienen necesidades humanas. En el baño, un guardaespaldas, para quien yo nunca seré una amenaza, entreabre la puerta y me lo deja claro.

Como recomendación gastronómica el popular, "Mariscos los compadres". Una especie de Cervera, con ambiente familiar de domingo: raciones gigantescas y cervezas de litro. El pulpo a la brasa, por $385, es exquisito. Viene acompañado de tres deliciosos pimientos rellenos, camarones con verduras, ensalada, arroz y una gran patata rellena. 


Es fácil entender por qué los gringos pasan a este lado de la frontera.

 ¡Viva México, carajo!

 

 

viernes, 1 de noviembre de 2024

Contrastes en el Sur de Chile

 

Recién aterrizados, pasear por el desangelado y maltrecho centro de la ciudad no resulta muy alentador. Es un domingo de comercios vacíos y calles desiertas. Primavera y buen tiempo.  Son las elecciones municipales. Los dos bandos están en un empate técnico, y el temor a que la situación económica empeore aún más, pesa en el ambiente. 

Menos mal que terminamos en la alegre “isla” de la universidad: jardines bien cuidados, familias patinando y risas. Sobre todo, nosotros. Nos reímos un rato con la competición de espadas de luz (inspirada en La Guerra de las Galaxias).

Comer en la bonita terraza de La Cocina, en el barrio universitario de Concepción, es un lujo. Aunque el camarero no nos advierte que estamos pidiendo comida para el triple de comensales, lo cual nos evita aplicar la norma no escrita del 10 % de propina. La opulencia de la comida sobre la mesa —camarones crispy, trilogía de ceviches (mixto, de reineta con alcaparras, y de atún tropiconce) y seis quesadillas mixtas (tres veggie y tres de chancho)— contrasta con la realidad de la ciudad, mientras algunas miradas discretas y tristes de los transeúntes nos acompañan. Al terminar de comer, además de enfrentarnos a la gula y a la cara de decepción del mesero, salgo con una lujosa caja de comida para llevar, con las salsas incluidas.

La idea la tengo clara, difícil elegir al sintecho y como entrarle para no faltar al respeto. Mientras recorro los escasos metros pensando como elegir las palabras, me entra alguna duda por si hay desplantes. Solo con saludarle, se incorpora amablemente. El bulto enrollado, con la mirada perdida, se convierte en persona:

—¡Y calentitas! Dios se lo pague —me dice, con una sonrisa que hace que todo sea más fácil.

Pobre de mí, y yo que estaba preocupado.

Esta vez, aunque con menos tiempo del habitual, también logro disfrutar de la visita. Hacemos turismo junto a la obra, pidiendo comida para llevar y disfrutando de unos minutos en un marco incomparable: la puerta de entrada al sur de Chile, la desembocadura del Biobío. Comer un bocadillo en la zona que los indios mapuches llamaban “Hualpén”, que significa “mira a tu alrededor”, deja claro lo hermoso que debió de ser, con sus aves, ballenas y prados que se extienden desde los cerros hasta las dunas de la playa de arena negra, de unos 300 metros. 


Los jesuitas sabían dónde asentarse. Cuando, a mediados del siglo XVIII, Carlos III les expropió estas tierras, las cedió a Antonio de Santa María y Escobar, y los títulos pasaron hasta su biznieto Pedro del Río Zañartu. El museo que recoge los recuerdos de este chileno que dio la vuelta al mundo. Hoy, nosotros llevamos imanes para la nevera de Ama.



En la desembocadura contraste entre las aguas tranquilas del rio y el fuerte oleaje.  Solo me puedo acordar de Magallanes, un cachondo. ¡Mira que llamarlo Océano Pacifico! Sin duda, debía de haber disfrutado de un momento de calma tras cruzar su estrecho, porque es cualquier cosa menos sereno.

 Están tratando de hacer la zona más atractiva para los turistas: la hermosa cueva de los piratas ahora tiene calaveras, cofres, espadas e incluso una cárcel de empalizada como decoración. Personalmente, me gustaba más antes, pero para gustos, los colores.

El bocata del segundo dia lo disfruto en la playa de Ramuntcho, un poco más lejos. La fiesta empieza al recorrer la pista, poniendome en su sitio las vertebras, casi de rally.  Atravesando los distintos ecosistemas: humedales, pequeña zona de selva y bosques nativos. Dejamos el coche y descendemos por un sendero de poco más de un kilómetro. A pesar de todo, es un día de calma. Los árboles gigantes, arrancados por los fuertes vientos del litoral, lo atestiguan.

Además de su belleza, esta playa tiene historia. 

Aquí desembarcó en 1544 Juan Bautista Pastene, el primer extranjero en arribar, enviado por Pedro de Valdivia. No eligió mal lugar el conquistador. Mientras disfruto de mi sándwich de res y palta, veo a los marineros en la bahía, a escasos metros, izando redes de pesca. Están tan cerca que puedo oírles, y las gaviotas rondando, buscando las migajas que devuelven al mar.

En cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro. Repito en el bonito restaurante Jazz (Calle Alonso García de Ramón 215, 4090000 Concepción), de noble madera. Pruebo por primera vez “el sbagliato”. Según el experto coctelero —una gozada escuchar a quien sabe—, fue una creación accidental: al colocar mal las botellas, se cambió la ginebra del negroni por un espumoso. Como bien sabes, hay órdenes de alejamiento que cumplo a rajatabla, pero es difícil aprender en piel ajena, y la historia se repite.

Riquísimo "El gravlax" de salmón (en láminas con gel de maracuyá, alcaparrón, rabanitos y mostaza) y "Los Enredados" (merluza con fetuccini y gambas, con una jarrita para bañarlo con una muselina).



En lo que respecta al vuelo de regreso, noche de miedo cruzando el charco, y no porque estén disfrazadas las azafatas con la moda de “javelin”, ni por las incómodas turbulencias, que también, sino porque no pude pegar ojo en todo el trayecto: ¡hablaban sin parar durante doce horas! Estridentes, monótonos y agotadores.

 —¿Habrá aprendido usted chino? —me pregunta con guasa la sobrecargo.

 Parece que tampoco ellos pudieron dormir.

domingo, 13 de octubre de 2024

Volviendo a la magia de los hayedos por Saldropo

En Barazar, tomamos la pista forestal que nos conduce hasta el Humedal de Saldropo, siempre bajo la atenta mirada de los funcionarios de la diputación. Se nota que es un destino turístico. Menudo despliegue. 

El pequeño Hayedo de Otzarreta, en el Parque Natural de Gorbeia, es un lugar idílico, parece hecho a medida para la fotografía. Menos mal que llegamos temprano, porque al mediodía se llena de familias y la tranquilidad, desaparece por completo.

 A pesar de estar a mediados de octubre, las hayas y robles aún no han cambiado sus hojas a los tonos marrones y rojizos. El pequeño arroyo serpenteante añade un murmullo de fondo, mientras que, a lo lejos, nos vigila la cruz del Gorbea imponente. Los hayedos trasmochos, moldeados para alimentar el calero cercano, extienden sus ramas verticales como si quisieran alcanzar el cielo.



El viento de la semana pasada debio ser impresionante si ha logrado derribar tantos árboles, especialmente en un entorno como este. La fuerza que tienen las ráfagas puede ser devastadora, y es asombroso ver cómo arrancan árboles de gran porte, exponiendo integramente los cepellones, 


Aunque la ruta no está bien señalizada, quien tuvo, retuvo, y nos guía a través de algún salto de riachuelo hasta la poco señalizada cascada de Uguna. 

La excusa perfecta para un paseo mañanero entre amigos. La recomendación gastronómica: un buen jamón viajero con patatas fritas, sobre la hierba. Como a ti te gusta. Terminamos el recorrido circular en Zeanuri, disfrutando del aperitivo. 

¿Qué más se puede pedir?

 

jueves, 10 de octubre de 2024

Un día por Doha. Entre edificios emblemáticos y Mezquitas. Ya queda menos por visitar

Sigue sorprendiendo Doha.

Cambios de última hora me obligan a realizar un último sprint demoledor, robando tiempo de sueño al cuerpo, al Fajr (4:13). Desde el comienzo del amanecer hasta que sale el sol. Tengo que llegar a la reunión de cierre diez horas antes de lo planificado.



Todo termina pronto y me queda un día por delante. Toca disfrutar. Me veo paseando bajo un sol abrasador por Katara Cultural Village. Aún es octubre y rondamos los treinta y cinco grados.

Primera parada: la mezquita azul de Katara, con dos imponentes palomares de unos veinte metros. Está claro que no es día ni hora para el turista. La amabilidad al entrar es un reconocimiento al esfuerzo del visitante abnegado. Sigo la broma, con cuidado, mucho cuidado, porque nunca se sabe, mientras me sacan fotos con la que creen que es mi esposa.

¡Cómo se agradece el aire acondicionado y la mullida alfombra! Son momentos de paz interior y de recuperar fuerzas.



Pequeña pero coqueta mezquita. Bonita por dentro, parece una miniatura de otras grandes mezquitas. Elegante por fuera, con sus bonitos mosaicos azules y rojos. Están de promoción, y me voy con los bolsillos cargados de unos manuales de iniciación "Aprende lo básico", "El último mensaje" y un bonito Corán. Solo me falta tiempo para cultivar el alma.



Junto al moderno anfiteatro griego, donde es imposible guarecerse del sol, nos topamos entre callejuelas con la mezquita de Oro. Es más, para sacar fotos, pero como ya comienzo a sentir el cansancio, no desaprovecho el área de descanso, hasta que llega el sol en su punto más alto, al Dhuhr (11:21), y el vigilante toma las riendas y hace la llamada a la oración. El almuecín y yo: dos opciones, hombro con hombro o salir al calor.



Como hay soluciones para todo, me decido por el paseo por el pequeño Versalles, las Galerías Lafayette, donde el aire acondicionado subterráneo que sale por rendijas a pie de calle sigue siendo un derroche delicioso. Al final de la avenida, tomo el lujoso metro hasta el desierto Souq Waqif. 



Literalmente, no hay nadie. No me extraña. Ni los camellos están agusto a estas horas... Aunque nos adaptado, y terminaos disfrutando de una larga comida, probando casi todo por tres perrillas, en el restaurante Layali Al Qahari.

Para rematar, vuelvo a la ciudad de la educación, ya que me siguen faltando edificios emblemáticos. La mujer del Emir ha hecho las cosas realmente a lo grande. Hay demasiado que ver.

La mezquita de Education City es una auténtica maravilla por fuera, con sus curvas, asentada sobre los cinco pilares y los minaretes inclinados hacia La Meca... 

Sacos de arena en la super mezquita evitan que entre el agua; parece que no solo el arquitecto Calatrava la "caga" con la lluvia.



 Llegamos justo después del ocaso, con la llamada a la oración, al Maghrib (17:14). Por dentro es super moderna. La escalera con los cuatro ríos—uno de leche, uno de vino, uno de miel y uno de agua—solo funciona en Ramadán. Habrá que volver.


Para terminar, un día intenso: visita al hospital Sidra Medicine, cuando ya no hay crepúsculo y es de noche cerrada, al Isha (18:44). Dan ganas de ponerse un poco malito. 

Es un grandísimo barco con tres velas. Dentro no parece un hospital; inmensos atrios y salas de espera que parecen salones de hoteles de lujo. Como dice el gaditano al enviarle las fotos, ¡qué chulada, dan ganas de trabajar!



En cuanto a la recomendación gastronómica, esta vez donde más he disfrutado ha sido en el hotel Intercontinental, en el oriental de la segunda planta: Gai Pad Med Mamouang. Una pasta picante con anacardos, pollo, pimientos y setas. ¡Una delicia!


sábado, 28 de septiembre de 2024

De Vuelos Perdidos a Sorpresas Ganadas en Polonia

A pesar de que el retraso es culpa de la aerolínea, consigo llegar a la puerta de embarque justo a tiempo, solo para ver cómo el empleado, con el tradicional pantalón corto bávaro, cierra la puerta del avión en mis narices.

Incomprensible, pero cierto. No hay nada que hacer. Otra vez muchos problemas con Lufthansa y sus conexiones. ¡Cómo ha cambiado mi experiencia!

Como bien me lo recuerdas: ¿Dónde quedaron aquellos tiempos en que te despertaban con una suave caricia en las mejillas?

 Siendo como soy un poco lerdo, o más bien algo más que eso, en lugar de relajarme y aceptar la noche de hotel que me han organizado para el día siguiente, disfrutando de una tarde en el Oktoberfest, me paso el día en el aeropuerto, de lista de espera en lista de espera, intentando llegar a Polonia lo antes posible. Un día perdido, pero hay compromisos.

 


La visita a la capital del distrito de Mazovia es muy distinta a la de enero. Mucho más agradable en otoño. Después del primer día de obra, tengo la suerte de ver las luces reflejadas sobre el río y disfrutar de un breve paseo por lo que queda de la época medieval.

 Lástima que no nos alojemos todos los días en el centro de Płock. Según algunos, el hotel Tumski está completo. Aunque no es lo que entiendo cuando hablo con la recepcionista, quien me confirma que sí tienen habitaciones disponibles, pero seguramente fuera de las tarifas corporativas...

Una semana a la carrera, al toque de corneta, intentando mostrar lo que hacemos. Ni siquiera me acuerdo de la sensación de estar participando por primera vez en la construcción de un megaproyecto. Pienso en mis conversaciones al regresar a casa y en el interés de Aita. Son sensaciones olvidadas; demasiadas obras. Ahora, con la distancia y la responsabilidad, todo es diferente. 

Para la pareja, todo es nuevo. En cada salida a la obra, las caras de sorpresa —y algo de miedo— recuerdan quizás a un niño en la noche de Reyes. Merece la pena detenerse y recordar la suerte que tenemos.

Campana de los deseos en Varsovia


Recomendación gastronómica: en el restaurante del Hotel Tumski, el codillo es riquísimo. "Codillo de cerdo sobre puré de patata con un toque de rábano picante, acompañado de dumplings sazonados con cebolla estofada y terminado con salsa de pimienta."

 

 


domingo, 22 de septiembre de 2024

Disfrutando de las Estrellas Alavesas

Hay regalos que tardan en olvidarse, y creo que este será uno de ellos. 

Una escapada en pareja que disfrutamos enormemente en Santa Cruz de Campezo, intentando revivir tiempos de juventud —parece prehistoria—, cuando buscábamos a “Medallas” para conseguir los permisos para el campamento. 

Como aún nos queda algo de juventud, - cada vez más achaques-  nos alojamos en el muy recomendable albergue de la localidad.

 


Comenzamos el día con un paseo por Antoñana para abrir el apetito. Recorrimos sus calles, que en algunos tramos se unen a través de cantones y pequeños pasadizos. Se nota que en su época fue una localidad bien protegida, con sus murallas, casas torre e incluso una antigua cárcel.

Mientras paseábamos, los jóvenes del pueblo preparaban las fiestas del fin de semana. Según el cartel, el domingo habrá una carrera de plátanos por la calle mayor. ¿Deporte tradicional? Muy curioso. 

Al mismo tiempo, los vecinos no tan jóvenes, cargando  las leñeras  de encinas, que promete ser un bonito invierno .

 


De vuelta a casa, hicimos una parada en Samaniego, donde Borja nos explicó el funcionamiento de la moderna bodega vertical de Baigorre y sus innovadoras técnicas. 



Es un lugar que combina vanguardia y tradición a la perfección. Desde su precioso mirador de cristal —que en verano llega a alcanzar los cincuenta grados—, las profundidades de la bodega mantienen una temperatura constante.

Cosas del diseño.


En cuanto a recomendaciones gastronómicas, lo tenemos claro: el "Restaurante Arrea" en Santa Cruz de Campezo, el regalo con estrella Michelin. 

Mis favoritos son los entrantes (Ongietorris): el paté de callos, la calabaza con queso, las pencas —que me recuerdan a casa— y las cerezas aceitunadas. A ti, lo que más te gusta es el bonito al punto, acompañado de piparras y cebolla.

 

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viernes, 13 de septiembre de 2024

Varsovia, final del verano

Finaliza oficialmente el verano, esta vez sin la cena de encuentro familiar en el Bitácora. Ya retomaremos las tradiciones. Las rutinas continúan tranquilizándome antes de salir de viaje.

En los aeropuertos, muchos retrasos. Al menos vuelo solo. Al llegar a destino es de noche, al poner de nuevo la pequeña maleta sobre la cama del pequeño hotel de Ostraleka, me entra una gran pereza. Todo está cerrado y los domingos no dan cenas. Genial. La arisca joven del pequeño supermercado no está dispuesta a darme un bocadillo porque son calientes. La cosa mejora. Con el traductor nos entendemos; no tiene ningún interés en lo que le digo. Está cerrado aunque faltan dos minutos para las ocho. Al menos salimos con unos paquetes de patatas.

Comienza el cuarto trimestre, plagado de retos y nuevos viajes.

Intensa y tensa semana. Hay gente poco profesional, pero todo pasa; hay que saber disfrutar de los bonitos momentos. Al final, unas horas para pasear por el casco viejo de Varsovia que me reenganchan a lo bonito de los viajes.

Aquí aún creen en las cuatro estaciones. Es verano, y por lo tanto, apetece tomar helados, y en las zonas peatonales siguen funcionando los aspersores de agua pulverizada. ¡Qué calor! Lo que más apetece paseando de noche con casi 13 grados…

La música y los trajes regionales me hacen perder la poca vergüenza que me queda, y me veo disfrutando del folclore nacional.

En un salón oficial, en la calle principal subimos al primer piso, nadie nos para. Risas y mucho folclore.


Me imagino que es como Oskorri, música tradicional.

Platillos típicos a precio de saldo, líquidos colorados en copas pequeñas y mujeres con coronas de flores. Igual se creen que es primavera. 

!Si es que estamos en pleno verano!

 

Recomendación gastronómica en Varsovia:

En la visita a la Plaza Rynek Starego Miasta, intenté regresar al restaurante Bazyliszek, mi lugar de referencia. Sin embargo, la experiencia fue decepcionante. El personal, poco amable y visiblemente desbordado, nos ofreció dos opciones: esperar 40 minutos o sentarnos en la terraza exterior.

¿Terraza? 

 Si es que está claro que se piensan , que por ser aún verano, hace calor!

Por suerte, esta mala experiencia me lleva a descubrir una joya gastronómica en la misma plaza: el restaurante “Kamienne Schodki” conocido por ser frecuentado por figuras como el presidente Macron y su equipo.

 Curiosamente, mientras conversábamos por “guáchap” con mi hermana, ella nos confirmó, a cientos de kilómetros , que la madre de sus recientes “amigos de barra“ polacos, era una asidua de este restaurante.

 Seguramente, el pato más sabroso que he comido nunca: "Kaczka po polsku" Pato al estilo polaco, servido con manzanas, tostadas y arándanos.

 


Y de entrante, un riquísimo steak tartare, que tienes que mezclarlo tú mismo. Ahí lo dejo, para acordarme.

 


A veces, las casualidades y los imprevistos nos llevan a los mejores lugares.

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