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viernes, 19 de julio de 2019

Sudores en los aeropuertos



Este viaje, no se me olvidara tan pronto.

Llegar fue una carrera, retrasos en Bilbao, enlaces cortos en Franckfurt, controles y más carreras de fondo por los aeropuertos, pero al final, otra vez lo conseguí y aunque sudoroso – a chorros como fuente de manantial- llegue a mi destino de Argel, aterrizando por primera vez en la nueva terminal del aeropuerto internacional. Es otra forma de entrar en el país: Gran Cambio.

Tras una noche muy corta, vuelta a la realidad, a la terminal de vuelos nacionales. Es lo que tiene, el cambio se hace poco a poco y controlado. A la llegada a Adrar más cambios, debido a los piquetes informativos que cortan el acceso:  otro vuelo adicional para sobrepasarlo. Un bimotor pequeño, similar a los bolivianos ¡Que recuerdos!


Antes del despegue un reto, ahora lo llamarían una prueba de estrés: el avión en pista, al sol y sin aire.  Los veinte asientos ocupados, todos dentro, yo en la puerta – abierta, menos mal- esperando autorización o que el aparato se refresque. Distintas versiones pero la realidad es que no despegamos. Al final se monta uno en el asiento auxiliar con chaleco de la compañía. Pienso para mí que es bastante raro, esperando que no sea el mecánico. Diez minutos interminables, hasta que comienza el aire y cierran puertas.

Durante el vuelo, algún que otro “brinco” por las diferencias de temperatura, el copiloto sacando fotos a todo lo que ve durante el vuelo, muy normal no es, pero lo que más me sorprende, es cuando el copiloto se gira y me mira. Raro, raro. 
Se gira más, hasta que ve al que se ha montado el último. Me lo temía ¡Son nuevos!
Entre señas y gestos, porque por los auriculares no se entienden, le pide que le confirme que cual es la pista. Se suelta el cinturón. Se acerca, comprueba y le comienza a señalar al piloto. 
Al final se centran al ver el camión de bomberos. 
Es lo que tiene no fiarse mucho de la geolocalización, no sea que aterrices donde no debes.   Un aterrizaje movido.
Una gran alegría cuando abren la puerta, y no soy el único. 
 ¡Que sudores! Alguno incluso frío. 
Bajo empapado, aunque no sé si solo es por la temperatura. Otra experiencia, para contar a los nietos.




Unas notas desde el horno de Sahara , cuando el sol está a su mayor altura  50ºC y yo estoy recién duchado tras levantarme de la siesta. Como siempre, en todo,  hay noticias buenas:
  • En este desierto, no hay humedad por lo que la sensación térmica es muy soportable, mientras no te incidan los rayos directamente o se te olviden lo guantes antes de tocar alguna que otra superficie.
  • La comida: Aunque parezca mentira, el potaje de alubias, la sopa, lentejas, el cuscús con cordero, están dentro del menú refrescante del verano, e incluso a los más fuertes y valientes se les da la tarea de mantener la tradición de la parrilla de los jueves. Unos héroes.
















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