Dos tardes,
dos orejas y un máster en aguante emocional. En el tendido 7, como siempre, los
típicos “enteradillos” que lo han visto todo menos la ducha. En el 6, las
“fefas” sudorosas, que van más pendientes del abanico y la pose que del toro.
Pero qué gente más maja los de Logroño, que saludan a cámara con ese “¡Para que
veas, Mari Carmen, que estamos en la plaza y no en cualquier garito!”. Se giran
y me explican que es para que se enteren sus mujeres de que no han venido de
chufla, sino a triunfar en la capital. Olé por ellos.
Y sí, qué
calor hacía. En el tendido al sol, lipotimias, algún que otro desplome y hasta
un señor que devolvió hasta la última gamba. Aviso para navegantes: hay que
venir preparado. A mí, esto me sirve como aclimatación para el Golfo Pérsico,
claro que sí. Hidratarse es vital.
Semana dura.
Madrid a mil por hora, con ese sutil estrés de “oye, que igual te cambian los
vuelos y no vuelves más en business… pero tú tranquilo, ¿eh?”. Pues claro,
¿cómo no me voy a relajar con eso? Menos mal que pasamos la certificación con
dignidad. Objetivo del año, superado.
Y ahora,
rumbo a Abu Dhabi. Pensaba que iba de comparsa, a aplaudir desde el fondo. Pero
no. Me dejaron solo. “Que no me preocupe”, me repiten como mantra. Vale, no me
preocupo. Me resigno. Estoy en modo zen. Dos viajes en solitario. Lo bueno: no
hay que compartir cenas ni conversación. Lo malo: no está preparado y algo
seguro que irá mal, está claro. Trabajar con el socio es un malabarismo, pero
otra vez sale adelante con mucho esfuerzo y restando horas al sueño.
Recomendación
gastronómica: el pollo al curry del campamento, unos artistas. He pasado todas
las comidas en la línea de self-services de comida india, y muy buena, oye.
Llega el
jueves previo al regreso triunfal. Día normal. Comida ligera, Correo de la
agencia. “Cambio en la reserva”. ¡¿Cómo que cambio?! Llamo a Madrid. “No te
preocupes, hablamos con la agencia”. Bueno, bueno…
Dos horas de
coche hasta el aeropuerto. Carretera mala, desierto invadiendo media calzada.
El conductor ni se inmuta, esquiva dunas como quien juega al Mario Kart.
¿Preocupado? Nah, él tampoco. Aquí el caos viene incluido en el precio.
Aeropuerto
lleno. Celebración de Eid. Todo alegría, todo paz. Yo también rezo por la
justicia y la paz mundial… pero sobre todo por encontrar mi vuelo, que HA
DESAPARECIDO. ¿Cómo se esfuman dos trayectos? ¿Quién los ha borrado? ¿Dios,
Alá, la agencia? Nadie sabe nada.
Respiro
hondo. Saco mis papeles, intento activar mi plan de emergencia (que básicamente
consiste en mirar al techo, porque los teléfonos de emergencia solo se activan
a partir de las siete, hora peninsular). Llamo a la agencia: me contesta una
grabación con voz sedosa que dice “le atenderemos en breves momentos”… vamos,
que son más de las cinco y ya se han ido. Y esos momentos nunca llegan.
El resto de
pasajeros protestan por overbooking. Yo protesto porque es mi propia empresa…
¿me estarán saboteando? Al final, lo medio solucionan. Le debo una. Han perdido
un tramo, pero consigo los dos primeros. Falta el último, pero menos
preocupante. Los del overbooking me miran con cara de “¿este qué se cree, el
sultán?”. Y un poco sí, la verdad.
En Doha,
viendo que ya hay vuelo para Madrid, me permito un dry martini, a lo James
Bond, no agitado.
Al aterrizar
en Madrid, feliz de haber superado la joint venture, la carretera, el calor y
la inexistencia de mis billetes. Abro el correo y… ¡premio! Hacienda me ha
seleccionado para “aclarar” los viajes de hace tres años. Tres. Años. Que si
fueron útiles, que si necesarios… Los abogados ya están preparando la respuesta
a la diligencia. Que no me preocupe…
Y yo, solo
puedo pensar en la diligencia en modo far west, duelo al sol. ¡Bang bang!
Todo bajo
control. O eso me dicen.