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jueves, 19 de junio de 2025

Desde Arabia- calor que quema y cielos que cuentan

Escribo desde el campamento en medio del desierto saudí, a unos 200 kilómetros de Kuwait. Aquí el sol no solo marca récords con sus gloriosos 49 grados, sino que el sudor también corre por otra causa: la tensión geopolítica del momento. Porque no todo es solo el calor sofocante, también está esa sensación de “¿y ahora qué?”, menudo mundo,que te hace sudar más que el propio termómetro.




Estamos en un momento complicado por la situación en la región, y eso se nota en la vida diaria del campamento. Parte del equipo que había salido por el Eid o que viajó al Líbano por una boda está teniendo dificultades para regresar, por las restricciones aéreas, paciencia, no queda otra. Como decía el humor de Gila, parece que los controladores aéreos están hablando con el enemigo para ponerse de acuerdo y no disparar justo cuando pasa un avión. Si no fuera por la tensión, ¡sería para reír!

Esta vez, el cielo ofrece un espectáculo muy distinto a cualquiera que haya visto antes. No son gaviotas las que dibujan estelas sobre el mar, como cantaba Perales, sino los surcos blancos que dejan los misiles al cruzar el firmamento, que dejaran historias que todavía me cuesta comprender. Aun así, en medio de todo eso, el desierto sigue regalándome amaneceres que quitan el aliento y noches estrelladas que parecen sacadas de un cuento.

 


Y no todo es solo trabajo intesnso y complicaciones, aquí va la recomendación gastronómica: el cocinero nos sorprende con sus huevos al curry, pequeños bocados de alegría , cenar solo y desconectar es otro de los pequeños momentos especiales.

jueves, 12 de junio de 2025

Mini escapada entre Biarritz y Bayona: un paréntesis perfecto

 Ha sido una escapada exprés, de martes a miércoles, aprovechando esa pequeña tregua que nos dan los exámenes de los hijos. Pero qué bien aprovechada... Un paréntesis perfecto entre viaje de trabajo y viaje de trabajo. ¡Recarga de pilas conseguida!



Nos fuimos al elegante Iparralde, a Biarritz, que siempre tiene ese poder mágico de llenarte de alegría y buen vivir. Es una tierra que rebosa color y sabor, y en cada esquina nos encontramos con recuerdos de otras visitas con los niños, cuando venían a aprender francés. Haciendo cuentas, ya llevamos más de una docena de veces... ¡y cada una ha tenido su encanto!

Esta vez no fue diferente. Bueno, salvo porque nos encontramos con la Trattoria cerrada —¡íbamos directos! —. Esperemos que sea solo por reformas. Aun así, el paseo por el mercado, perderse entre las entrecalles, ver a los surfistas o unirme a los ecologistas —doblando el espinazo— para recoger pequeños trozos de plásticos en la orilla... hacen que el día vuele. Literalmente.


Para dormir, cambio de aires: Bayona. La economía también cuenta. Me encanta esta ciudad entre ríos, con su aire medieval, sus castillos y cañones, y toda esa historia defensiva que la rodea. Tuvimos el lujo de ver jugar a unos auténticos lugareños en el trinquete de San Andrés... aunque también presenciamos una caída en directo. En ese momento dejamos de ser espectadores privilegiados: bastante tenía el pobre con el golpe como para encima sentirse observado.

Después de cenar, salimos en busca de la famosa luna de fresa. Al principio parecía que no iba a aparecer; incluso volvimos a salir de la habitación para ir al puente, por si estábamos mal orientados, pero nada... Al final, en uno de esos despertares que la edad ya no perdona, desde la habitación del hotel la vimos en todo su esplendor, en plena madrugada. Allí estábamos, los dos mirando por la ventana, la ciudad iluminada bajo su luz. Una estampa de esas que se graban.



Recomendación gastronómica clara: junto al río, en Au P’ti Bistro. Me sorprendió gratamente que a ti también te encantara la asaduría de corazones de pato.
—"¡No lo hubiese pedido en mi vida, pero está buenísimo!" —me dices entre risas.



El risotto, diferente: más caldoso de lo habitual, pero muy sabroso, con unos langostinos de primera.

Eso sí, como siempre, pedimos de más. Y mira que me avisas… pero nada, caemos igual. ¡Hasta dejamos otra vez vino! Sacrilegio, lo sé.

viernes, 6 de junio de 2025

Del Tendido al Golfo – Menuda agencia

Dos tardes, dos orejas y un máster en aguante emocional. En el tendido 7, como siempre, los típicos “enteradillos” que lo han visto todo menos la ducha. En el 6, las “fefas” sudorosas, que van más pendientes del abanico y la pose que del toro. Pero qué gente más maja los de Logroño, que saludan a cámara con ese “¡Para que veas, Mari Carmen, que estamos en la plaza y no en cualquier garito!”. Se giran y me explican que es para que se enteren sus mujeres de que no han venido de chufla, sino a triunfar en la capital. Olé por ellos.



Y sí, qué calor hacía. En el tendido al sol, lipotimias, algún que otro desplome y hasta un señor que devolvió hasta la última gamba. Aviso para navegantes: hay que venir preparado. A mí, esto me sirve como aclimatación para el Golfo Pérsico, claro que sí. Hidratarse es vital.

Semana dura. Madrid a mil por hora, con ese sutil estrés de “oye, que igual te cambian los vuelos y no vuelves más en business… pero tú tranquilo, ¿eh?”. Pues claro, ¿cómo no me voy a relajar con eso? Menos mal que pasamos la certificación con dignidad. Objetivo del año, superado.

Y ahora, rumbo a Abu Dhabi. Pensaba que iba de comparsa, a aplaudir desde el fondo. Pero no. Me dejaron solo. “Que no me preocupe”, me repiten como mantra. Vale, no me preocupo. Me resigno. Estoy en modo zen. Dos viajes en solitario. Lo bueno: no hay que compartir cenas ni conversación. Lo malo: no está preparado y algo seguro que irá mal, está claro. Trabajar con el socio es un malabarismo, pero otra vez sale adelante con mucho esfuerzo y restando horas al sueño.



Recomendación gastronómica: el pollo al curry del campamento, unos artistas. He pasado todas las comidas en la línea de self-services de comida india, y muy buena, oye.

Llega el jueves previo al regreso triunfal. Día normal. Comida ligera, Correo de la agencia. “Cambio en la reserva”. ¡¿Cómo que cambio?! Llamo a Madrid. “No te preocupes, hablamos con la agencia”. Bueno, bueno…

Dos horas de coche hasta el aeropuerto. Carretera mala, desierto invadiendo media calzada. El conductor ni se inmuta, esquiva dunas como quien juega al Mario Kart. ¿Preocupado? Nah, él tampoco. Aquí el caos viene incluido en el precio.

Aeropuerto lleno. Celebración de Eid. Todo alegría, todo paz. Yo también rezo por la justicia y la paz mundial… pero sobre todo por encontrar mi vuelo, que HA DESAPARECIDO. ¿Cómo se esfuman dos trayectos? ¿Quién los ha borrado? ¿Dios, Alá, la agencia? Nadie sabe nada.

Respiro hondo. Saco mis papeles, intento activar mi plan de emergencia (que básicamente consiste en mirar al techo, porque los teléfonos de emergencia solo se activan a partir de las siete, hora peninsular). Llamo a la agencia: me contesta una grabación con voz sedosa que dice “le atenderemos en breves momentos”… vamos, que son más de las cinco y ya se han ido. Y esos momentos nunca llegan.

El resto de pasajeros protestan por overbooking. Yo protesto porque es mi propia empresa… ¿me estarán saboteando? Al final, lo medio solucionan. Le debo una. Han perdido un tramo, pero consigo los dos primeros. Falta el último, pero menos preocupante. Los del overbooking me miran con cara de “¿este qué se cree, el sultán?”. Y un poco sí, la verdad.

En Doha, viendo que ya hay vuelo para Madrid, me permito un dry martini, a lo James Bond, no agitado.



Al aterrizar en Madrid, feliz de haber superado la joint venture, la carretera, el calor y la inexistencia de mis billetes. Abro el correo y… ¡premio! Hacienda me ha seleccionado para “aclarar” los viajes de hace tres años. Tres. Años. Que si fueron útiles, que si necesarios… Los abogados ya están preparando la respuesta a la diligencia. Que no me preocupe…

Y yo, solo puedo pensar en la diligencia en modo far west, duelo al sol. ¡Bang bang!

Todo bajo control. O eso me dicen.