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sábado, 16 de agosto de 2025

Mérida paraiso gastronomico

 Hay que manifestar cosas chivas, güey. -  Escucho apenas pongo un pie en la gloriosa Terminal 1 de la Ciudad de México. Esa reliquia con pasillos bajos y oscuros que parece diseñada para que nadie llegue relajado.



Cuando sea más mayor – aún más-, quiero ser “vacacionista”, me encanta el termino y que todo me resbale.

Volábamos con “Viva”, que parece que tiene la promesa de mantenernos en forma. Empezamos bien, en busca de la sala bussiness de sala en sala y luego a la hora de embarque de puerta en puerta y cada vez imponiendo más ritmo. La tarjeta de embarque decía puerta 7. Lo nuestro fue -con todo el cansancio de cruzar el charco- un juego de niños: De la 7 a la 19, luego más rápido a la 12, otra vez a la 7 a paso ligero, después la 10... y por fin, entre risas algunos, yo ya no podía correr, salimos por la: la puerta 7. Un recorrido que bien podría contar como el deporte del día y sin empezarlo ya que eran las cinco de la mañana. Lo que hace por nosotros Viva y su misterioso plan de salud preventiva.



Aprovechamos la mañana en Mérida para hacer lo que se debe hacer: sudar antes de las 10 a.m., comprar chiles, visitar a uno de los numerosos museos y brindar con una margarita terapéutico.   

En el Mercado Lucas de Gálvez, José Luis, el embajador no oficial del chile, nos regaló una receta exprés: chile de árbol, manteca de cerdo, cebolla pochada… y a gozar, dice que pica como si tuviera cuentas pendientes. De otro puesto, atendido por una chica encantadora cuyo nombre se nos escapó, nos llevamos, chile morita y chipotle. ¡Como me huele la chamarra!

Visita relámpago al Museo de la Ciudad de Mérida —porque no todo puede ser pasear. Aquí hay aire acondicionado y se agradece el reposo. Francisco de Montejo “El Mozo” fundó Mérida en 1542 sobre las ruinas de T’ho, ciudad maya. Vieron semejanzas con las ruinas romanas de Mérida española y dijeron: “pues ya está”. Lo demás es historia más reciente: haciendas, henequén y latifundios impresionantes.

Al salir buscando un bar. No llegamos, ¡Que calor !. Pagamos como gringos el agua embotellada a precio de cerveza. La mañana continua en busca del aperitivo con mi todavía poco conocido compañero de viaje, brindábamos por los ausentes, con margaritas terapéutico. Por cierto, una metedura de pata para enmarcar, pero eso es otra historia, cosas de pareja.



Durante los cuatro días llueve todas las tardes, una hora exacta de tormenta tropical, como reloj suizo. Después, el sol regresa… junto con la sensación de estar envuelto en una toalla caliente.

Una de esas noches, de vuelta al hotel, nos encontramos con una ceremonia maya improvisada. Inauguraban los nuevos salones y no faltó el sacerdote con hisopo y agua bendita. Solo podía imaginarme la cara de Ama viendo ese espectáculo: mezcla de perplejidad y carcajada contenida.

Recomendación gastronómica: La semana fue intensa, es un verdadero paraíso para comer, muy buenas mesas, pero si tengo que quedarme con un lugar, ese es Yerba Santa. Según Vere —la ambiental— es un sitio “fifí”. No sé bien qué significa, pero una vez visto, elegante, con secretos a medio descubrir y precios altos, de los que hacen sudar al ver la cuenta.



Nos atendió María, una mesera encantadora, en lo que fue la antigua casa de un médico que vendía chicle, con minarete incluido. Se empeñó en aclarar que nada tenía que ver con el mundo árabe. Y que más dará.

Los imprescindibles, el “Ceviche Balam”: con humos y un punto dulce. Una delicia y visualmente bonito. Y el mejor plato del viaje “Mole Zoque (36 elementos)”: Pechuga de pato sellada poco hecho, perfumada con flores de tomillo, acompañada de mole semidulce, risotto al queso de Chiapas, aguacate, queso de hebra y cremoso de zanahoria. Una locura. $644 que valen cada bocado.









domingo, 27 de julio de 2025

Baztán en familia

Hay momentos que se sienten como pequeños regalos, y este fin de semana en los pre-Pirineos, paseando por el Baztán, ha sido uno de ellos. El final de una etapa, adiós a los días de padres, se terminaron los campamentos, pero espero con todas mis ganas que estas escapadas en familia se mantengan y por qué no, volver a Zilbetinea.



Volver a caminar entre hayedos, incluso cuando toca cuesta arriba, se hace más fácil con nuestras “serpas” de lujo. Es curioso cómo cambian las cosas. Desde Izpegi, mirando hacia Francia a la derecha, nos acercamos al Auza y, desde el collado, su “aldapon” nos impresionó. Tuvimos que rajarnos y tirar hacia “Elorregi” y subir al Elhorriko Kaskoa: el horario de la comida no se perdona, pero ya volveremos. Sin prisa y con bocadillos.

Nos toca ir acostumbrándonos a volver a estar cada vez más en pareja y aprender de los momentos en los que estemos con nuestros hijos, y que sean momentos de calidad. Y si para eso hay que dejarse ganar al mus, pues se les deja.


Como manda la tradición, hicimos nuestra visita a Amaiur. Siempre nos sorprende el ruido de las desbrozadoras. Esta vez me animé a preguntar: “¿Siempre estáis trabajando aquí?”. Resulta que en Santiago les toca el auzolan —ese trabajo comunitario que tanto dice de las raíces—, así que andaban cortando la hierba y haciendo arreglos. La semana siguiente le toca al pueblo, y la siguiente, a preparar las fiestas. Tradiciones que se mantienen vivas.

Y hablando de fiestas… Las de Elizondo no decepcionan. Ver el ambiente de las txoznas, y risas, y con esa emoción de ver al primogénito estrenando fragancia nueva (¡a lo grande!).

En cuanto a la recomendación gastronomica, el restaurante Santxotena en Elizondo, ver a las Amamas cocinando , una gozada y todo riquisimo. Para empezar, tomates en ensalada, unos fritos caseros, hongos y almejas. Como platos principales, txipis, chuleta y un rabo de ternera . Un lujo.


Que se repitan más fines de semana como este. Sin planes grandes, pero con momentos que se quedan. Cuando le estaba contando a Ama, todo lo que habiamos hecho, parecia que hubiéramos estado fuera más de una semana. 

miércoles, 16 de julio de 2025

Al Uqair, una cama, dos camas... No hay quien se ahogue

Comenzamos el viaje como se empiezan los grandes líos: estresado, con retrasos, y en lista de espera. Para el último tramo, KLM había vendido más billetes de los que había asientos. Bienvenidos al caos. ¡Menuda racha llevo!



 Como siempre, al final, termino llegando al destino. De Damman a Al-Uqair, en coche , mas de hora y media. Otra paliza. A las tres de la mañana, derrotado, estoy finalmente en el hotel. Zakir, el conductor que me ha traído desde el aeropuerto, algo sabe y entra conmigo a la recepción …me hace de intérprete porque el joven flaco de la recepción, Abdel —con su túnica blanca y pañuelo rojo a cuadros— no habla ni papa de inglés. Después de una larga lucha con su ordenador, consigue darme una llave. En teoría, tengo una cama. Se marcha mi driver…En la práctica… ya veremos.

 La cosa se va complicando, no se qué busca, pero yo me estoy agotando. No le entiendo que dice.  Intento usar el móvil para aclararme, pero la señal es malísima, no hay apenas cobertura. Estoy en el culo del mundo, pegado a Qatar. Pregunto por el wifi del hotel, que no aparece por ningún lado, y cuando por fin consigo que me den la contraseña… tampoco funciona. Internet no va. Estoy incomunicado, sin red y sin traducción automática. Intentar usar el móvil del recepcionista, en árabe, para traducir en directo lo que queremos decirnos es directamente imposible.

 Y sí, son las cuatro de la mañana. Después de un día entero de viaje.

 Como no logra explicarme dónde está mi bloque “frente al mar”, me acompaña. Habitación 409. Cruzamos un jardín pisando el césped todo mojado, recién regado, subimos al primer piso, y al abrir la puerta… una cadena puesta. Hay alguien dentro. Previsor el huésped.

 Abdel intenta quitar el seguro metiendo la mano, murmurando algo ininteligible. Le saco la mano y por señas le explico que ahí hay alguien. No quiero sorpresas. Con el traductor me dice que el que está dentro es español y que hay dos camas. Yo ya me huelo la noche larga. Me propone despertar al otro. Ni loco. Mi cara lo dice todo.

 Volvemos a recepción. Le digo que me dé una habitación y que pase mi tarjeta de crédito como prueba y mañana lo solucionamos. Que me deje dormir. Quedan cuatro horas y media. Nueva batalla con el sistema. Lo único que sé es que no quiere. Insiste en que duerma acompañado. Pantallas en árabe que me gira una y otra vez. Yo venga de enseñarle mi reserva: “Exclusive Chalet Sea View Room” está en español y en inglés. Habla los dos idiomas por el estilo. Habitación doble, una persona, . Cada vez más cansado, más cabreado y más de todo …

 Llamo a Oriol —el teléfono de emergencias de la agencia de viajes que usa la empresa—. Me confirma que está todo correcto y que se pondrá en contacto con el mayorista. Mientras, seguimos con el juego de mimos.

 Finalmente, consiguen despertar al responsable del turno de noche. Le digo que yo también quiero dormir. Me piden disculpas y me dan otra habitación. Ya solo me quedan menos de cuatro horas.

 Me meto en la cama, acurrucado. Suena el móvil: es Oriol. Ha hablado con la agencia de la agencia de la agencia. Me dice que han enviado correos al hotel y que nadie responde. Ya lo sé. Lo viví. Me agradece la paciencia. Yo le agradezco el intento. No le digo que estoy ya en la cama. No quiero perder ni un minuto más.

 


Y así ha sido mi semana: arrastrándome, cansado. El hotel, caro y con un servicio flojo. Ni siquiera reponen el papel higiénico. Cada día veo la playa desde lejos, con ganas, pero no llego. Está a unos pasos… pero la vida no me da para disfrutar de mi “ Exclusive Chalet Sea View Room”.

 

Última mañana. No puedo dormir. Doy vueltas en la cama. Al final, me levanto con mi peor calzoncillo y me voy decidido a la playa. El mar como un plato , el amanecer asomando poco a poco.



 Playa idílica , ducha , sombra e incluso parrilla . Me lanzo al agua con entusiasmo. Está caliente, agradable… pero no cubre. Camino y camino. Nada. Por debajo de la rodilla. Me rindo. Me siento y veo salir el sol. Y pienso en Aita.

" ¡El corazón, no sabe de tiempo!" 

En cuanto a la recomendación gastronomica... digamos que el hotel no es para gourmets, por decirlo fino. Pero tengo que reconocer que el curry de pollo, no lo hacen mal. Algo es algo.


martes, 8 de julio de 2025

Mexico - Demasiado viejo para Rusherking, demasiado joven para la jubilación

Salgo de casa con el corazón encogido, tres años después, malas noticias en la cuadrilla y el cansancio de Castro Urdiales. Vuelo movido, mal viaje de ida, devolviendo, turnándome con el sobrecargo. Vamos cuerpo y alma tocados.



Para colmo, viaje largo, con escala de casi seis horas en Ciudad de México. Para cortarse las venas. En la sala business, pasando el rato con un par de chavales argentinos. Yo, hablando sobre lo que conocía de su país y lo bien que lo habíamos pasado, con sus parrillas y buenos caldos. Hay que pasar el rato. Muy normal todo, hasta que empiezo a notar que la gente se le acerca a pedirle, a uno de ellos, fotos.

Yo, como si nada, le suelto un:—¿Pero tú eres famoso o qué?

Se ríe y me dice: —Un poco.

Me cuenta que es músico, “pero de jóvenes… en América”, pero que no le conoceré porque en Europa aún no ha hecho gira. Me dice su nombre, me suena a Rasputin en chino, pero por si acaso lo escribo —lo que entiendo— para preguntar a los hijos. Al final, me escribe el nombre: Rusherking, como para acertar eso. Y, cómo no, en casa le conocen. Les hace ilusión que lo reconozcan hasta en Bilbao. Cuando se marcha, me entra la curiosidad y lo busco… Y sí, tiene millones de seguidores. Muy buen tipo, la verdad. Cosas que solo te pasan en los aeropuertos.



Ya en el norte de México. Otro calor. Buscando sombras.
Ahora entiendo lo del sombrero del mariachi… No es solo estilo: es para hacerse sombra.
Me dicen que cuanto más grande el sombrero, mejor canta el charro. No sé si será cierto, pero con este sol lo entiendo perfectamente.

Días de mucho trabajo, como siempre, pero con la suerte de que las noches en Mexicali estuvieron tranquilas. Parece que los malos gastaron la munición y no les quedaba para esta semana, y eso nos permitió cenar fuera varias veces. Buen ambiente, buena comida… y alguna que otra escena digna para el recuerdo.

Como la del trío calavera, la última noche en Mexicali: el bilbaíno, el venezolano y el italiano —al que he decidido bautizar como Bruno (parece majo, el transalpino), ¡el del “L’acqua marcisce i pali!” en el restaurante Cabanna.

Al americano se le ocurre arrancarse con “Las Mañanitas”. Y antes de que me endilguen a mí el cumpleaños, me uno al canto como buen bilbaíno con espíritu de mariachi. El pobre Bruno, rojo como un tomate, aguantando con dignidad el ridículo, donde el entusiasmo superaba con creces a la afinación. Y justo cuando pensaba que ya no podía estar más incómodo, le rodean los camareros y llega el trozo de pastel con una vela de fuegos artificiales. Casi me meo de la risa. Bruno quería desaparecer y nosotros queríamos que no se acabara nunca.



 Al final del viaje, cuando ya pensaba que volvíamos a casa… sorpresa: se amplía el trabajo, pero en solitario como en los viejos tiempos. Ahí es donde me doy cuenta de lo bien que vivía antes. La libertad de organizarme a mi aire, de avanzar rápido sin esperar a nadie, y llegar hasta donde llego.

 Como siempre, hay alguna historia que contarte. En esta ampliación, estaba claro que yo no era bien recibido. Si es que a nadie le gustan las sorpresas en casa, y menos las de los que vamos a meter el dedo en lo que está bien o creemos que se puede mejorar. Pero la primera muestra, en el acceso:

—Atención seguridad, puerta principal —se escucha por la radio. La típica voz que intenta sonar urgente, aunque claramente no pasa gran cosa.

—Sí, ¿qué sucede? —responden con voz distraída, por el walkie.
—Tengo una visita en el acceso principal, pero no trae ninguna identificación —informa la vigilante, como si estuviera reportando algo grave.

Yo soy esa visita.

Una pausa incómoda, que dice más que cualquier protocolo.

—Por favor, Casandra, descríbemelo. Lo conozco.

Y ahí empieza.

Sin asomarse, sin mirarme, Casandra lanza la descripción al aire como quien intenta armar un retrato hablado de memoria:

Varón, güero, ojos de color.

El chofer me mira por el retrovisor y va asintiendo, como validando punto por punto.

Pausa.

Me echa un vistazo rápido.

Silencio incómodo, lo que le hace seguir.

—Se ve alto, con la barba arreglada… viene bien vestido, pero no como de chamba… no parece problemático…

Y entonces remata. Sin drama, sin crueldad. Solo constata, como quien reconoce un hecho inevitable:

—…y mayor.

 

El chofer suelta la carcajada sin disimulo:

—¡La chingaste! ¡Con lo bien que íbamos…!

En las entradas a obra, los vigilantes se esmeran cuando hay visitas. No tanto por nosotros, sino por el jefe que puede estar mirando. Así que montan el numerito completo: preguntan, dudan, se ponen estrictos.

Al final, claro, me dejaron pasar. Pero mientras cruzábamos el portón, el chofer seguía tronchándose de risa, y yo solo pensaba en lo de los ojos de color…

En cuanto a la recomendación gastronómica, “Vinos tras Lupita” en Mexicali. Se nos pasa el precio de la copa de vino y tomamos cerveza. Muy buen servicio, las empanadas de la casa, ricas… pero si tengo que elegir un plato, me quedo con la Tostada Lupita ($148). Nos la cambian para poder compartir más fácil la tostada por tortillas. ¡Alucinante! Riquísimo el atún rojo fresco con salsa ponzu de la casa, alioli de ajo-limón, cebolla crujiente y ajonjolí.

Cuando nos sacan la Costilla de Tamarindo, está bien, pero como no sabemos qué es, preguntamos por el tamarindo.

“El que siembra tamarindos no come tamarindos.” Es lo que nos dice el camarero, y reconoce que poca idea tiene, solo que tarda en dar fruto, pero que se usa para todo. Al final vino con refuerzos, con el que sabía, y nos hace una degustación del tamarindo (fruto de piel dura, dulce y agrio a la vez) con la carne, en mermelada y, como más me gusta, después de pagar la cuenta, ¡disuelto en mezcal!

Si es que en esta vida…¡Solo hay que preguntar!

domingo, 22 de junio de 2025

Solsticio en Donosti - txakoli , tortilla y Bruce

La noche más larga del año la pasamos en San Sebastian , celebrando el solsticio de verano como debe ser: camiseta, pelo empapado y…

¡Sshhhh! -  Bruce Springsteen, mandando callar al público y poniendo orden en el mundo desde el escenario de Anoeta.

Porque sí, estábamos en Gipuzkoa, donde todo se celebra, escanciando el txakoli y según me hacen ver : desfilando con traje de soldadito  para conmemorar que un día echaron a los franceses, envalentonados por la cantinerita.


Pero ha tenido que venir el Boss, con 75 años, monitor para no olvidar las letras y mirada “intensa”, para recordarnos quién manda realmente. Él se queja de su presidente, y yo me quejo de haber comido en un mexicano sin picante y con un mole sin sustancia. El equilibrio universal se mantiene.

 

En Anoeta —que mira que es feo el campillo — los chavales servían sus primeras cañas con más espuma que cerveza y más nervios que experiencia. Pero el ambiente lo podía todo. Springsteen salió, saludó, y ya tenía a todo el estadio en el bolsillo. Volvió a regalar púas a niñas, entre abrazos, choques de manos y selfies.  Por cierto, yo tengo la mia. A mí me la regaló Kalvin en mi anterior concierto, “The Kaplans”, pero oye, cuenta igual (o casi).


 


Otra vez llovía, como en 2012, pero esta vez, con un poco de insistencia por mi parte, me compraste el “marcha y dancing ” oficial para integrarme. Me sentía fuera de sitio como me dijo la hermana “Jajaja, solo mi hermano va a ver al Boss con polo 🤣🤣.

 

A sus años, Bruce ya no corre, pero no necesita hacerlo. Llena Anoeta más que la Real, y eso sin meter un gol. Su música —mezcla de dolor y esperanza— sigue siendo un refugio colectivo. La casa de las mil guitarras fue eso: un lugar para todos, incluso si no te sabes las canciones (aunque te suenan), donde acabas bailando igual.

 

La recomendación gastronómica…

Cuando estaba todo lleno, una profesional —la Bea— nos llevó al frontón de Atano III, pegado al estadio y, a la vez, completamente camuflado. Allí me comí un bocadillo de tortilla de patata —no por el tamaño, sino por gloria bendita— que me salvó la noche. Estoy convencido.





jueves, 19 de junio de 2025

Desde Arabia- calor que quema y cielos que cuentan

Escribo desde el campamento en medio del desierto saudí, a unos 200 kilómetros de Kuwait. Aquí el sol no solo marca récords con sus gloriosos 49 grados, sino que el sudor también corre por otra causa: la tensión geopolítica del momento. Porque no todo es solo el calor sofocante, también está esa sensación de “¿y ahora qué?”, menudo mundo,que te hace sudar más que el propio termómetro.




Estamos en un momento complicado por la situación en la región, y eso se nota en la vida diaria del campamento. Parte del equipo que había salido por el Eid o que viajó al Líbano por una boda está teniendo dificultades para regresar, por las restricciones aéreas, paciencia, no queda otra. Como decía el humor de Gila, parece que los controladores aéreos están hablando con el enemigo para ponerse de acuerdo y no disparar justo cuando pasa un avión. Si no fuera por la tensión, ¡sería para reír!

Esta vez, el cielo ofrece un espectáculo muy distinto a cualquiera que haya visto antes. No son gaviotas las que dibujan estelas sobre el mar, como cantaba Perales, sino los surcos blancos que dejan los misiles al cruzar el firmamento, que dejaran historias que todavía me cuesta comprender. Aun así, en medio de todo eso, el desierto sigue regalándome amaneceres que quitan el aliento y noches estrelladas que parecen sacadas de un cuento.

 


Y no todo es solo trabajo intesnso y complicaciones, aquí va la recomendación gastronómica: el cocinero nos sorprende con sus huevos al curry, pequeños bocados de alegría , cenar solo y desconectar es otro de los pequeños momentos especiales.

jueves, 12 de junio de 2025

Mini escapada entre Biarritz y Bayona: un paréntesis perfecto

 Ha sido una escapada exprés, de martes a miércoles, aprovechando esa pequeña tregua que nos dan los exámenes de los hijos. Pero qué bien aprovechada... Un paréntesis perfecto entre viaje de trabajo y viaje de trabajo. ¡Recarga de pilas conseguida!



Nos fuimos al elegante Iparralde, a Biarritz, que siempre tiene ese poder mágico de llenarte de alegría y buen vivir. Es una tierra que rebosa color y sabor, y en cada esquina nos encontramos con recuerdos de otras visitas con los niños, cuando venían a aprender francés. Haciendo cuentas, ya llevamos más de una docena de veces... ¡y cada una ha tenido su encanto!

Esta vez no fue diferente. Bueno, salvo porque nos encontramos con la Trattoria cerrada —¡íbamos directos! —. Esperemos que sea solo por reformas. Aun así, el paseo por el mercado, perderse entre las entrecalles, ver a los surfistas o unirme a los ecologistas —doblando el espinazo— para recoger pequeños trozos de plásticos en la orilla... hacen que el día vuele. Literalmente.


Para dormir, cambio de aires: Bayona. La economía también cuenta. Me encanta esta ciudad entre ríos, con su aire medieval, sus castillos y cañones, y toda esa historia defensiva que la rodea. Tuvimos el lujo de ver jugar a unos auténticos lugareños en el trinquete de San Andrés... aunque también presenciamos una caída en directo. En ese momento dejamos de ser espectadores privilegiados: bastante tenía el pobre con el golpe como para encima sentirse observado.

Después de cenar, salimos en busca de la famosa luna de fresa. Al principio parecía que no iba a aparecer; incluso volvimos a salir de la habitación para ir al puente, por si estábamos mal orientados, pero nada... Al final, en uno de esos despertares que la edad ya no perdona, desde la habitación del hotel la vimos en todo su esplendor, en plena madrugada. Allí estábamos, los dos mirando por la ventana, la ciudad iluminada bajo su luz. Una estampa de esas que se graban.



Recomendación gastronómica clara: junto al río, en Au P’ti Bistro. Me sorprendió gratamente que a ti también te encantara la asaduría de corazones de pato.
—"¡No lo hubiese pedido en mi vida, pero está buenísimo!" —me dices entre risas.



El risotto, diferente: más caldoso de lo habitual, pero muy sabroso, con unos langostinos de primera.

Eso sí, como siempre, pedimos de más. Y mira que me avisas… pero nada, caemos igual. ¡Hasta dejamos otra vez vino! Sacrilegio, lo sé.

viernes, 6 de junio de 2025

Del Tendido al Golfo – Menuda agencia

Dos tardes, dos orejas y un máster en aguante emocional. En el tendido 7, como siempre, los típicos “enteradillos” que lo han visto todo menos la ducha. En el 6, las “fefas” sudorosas, que van más pendientes del abanico y la pose que del toro. Pero qué gente más maja los de Logroño, que saludan a cámara con ese “¡Para que veas, Mari Carmen, que estamos en la plaza y no en cualquier garito!”. Se giran y me explican que es para que se enteren sus mujeres de que no han venido de chufla, sino a triunfar en la capital. Olé por ellos.



Y sí, qué calor hacía. En el tendido al sol, lipotimias, algún que otro desplome y hasta un señor que devolvió hasta la última gamba. Aviso para navegantes: hay que venir preparado. A mí, esto me sirve como aclimatación para el Golfo Pérsico, claro que sí. Hidratarse es vital.

Semana dura. Madrid a mil por hora, con ese sutil estrés de “oye, que igual te cambian los vuelos y no vuelves más en business… pero tú tranquilo, ¿eh?”. Pues claro, ¿cómo no me voy a relajar con eso? Menos mal que pasamos la certificación con dignidad. Objetivo del año, superado.

Y ahora, rumbo a Abu Dhabi. Pensaba que iba de comparsa, a aplaudir desde el fondo. Pero no. Me dejaron solo. “Que no me preocupe”, me repiten como mantra. Vale, no me preocupo. Me resigno. Estoy en modo zen. Dos viajes en solitario. Lo bueno: no hay que compartir cenas ni conversación. Lo malo: no está preparado y algo seguro que irá mal, está claro. Trabajar con el socio es un malabarismo, pero otra vez sale adelante con mucho esfuerzo y restando horas al sueño.



Recomendación gastronómica: el pollo al curry del campamento, unos artistas. He pasado todas las comidas en la línea de self-services de comida india, y muy buena, oye.

Llega el jueves previo al regreso triunfal. Día normal. Comida ligera, Correo de la agencia. “Cambio en la reserva”. ¡¿Cómo que cambio?! Llamo a Madrid. “No te preocupes, hablamos con la agencia”. Bueno, bueno…

Dos horas de coche hasta el aeropuerto. Carretera mala, desierto invadiendo media calzada. El conductor ni se inmuta, esquiva dunas como quien juega al Mario Kart. ¿Preocupado? Nah, él tampoco. Aquí el caos viene incluido en el precio.

Aeropuerto lleno. Celebración de Eid. Todo alegría, todo paz. Yo también rezo por la justicia y la paz mundial… pero sobre todo por encontrar mi vuelo, que HA DESAPARECIDO. ¿Cómo se esfuman dos trayectos? ¿Quién los ha borrado? ¿Dios, Alá, la agencia? Nadie sabe nada.

Respiro hondo. Saco mis papeles, intento activar mi plan de emergencia (que básicamente consiste en mirar al techo, porque los teléfonos de emergencia solo se activan a partir de las siete, hora peninsular). Llamo a la agencia: me contesta una grabación con voz sedosa que dice “le atenderemos en breves momentos”… vamos, que son más de las cinco y ya se han ido. Y esos momentos nunca llegan.

El resto de pasajeros protestan por overbooking. Yo protesto porque es mi propia empresa… ¿me estarán saboteando? Al final, lo medio solucionan. Le debo una. Han perdido un tramo, pero consigo los dos primeros. Falta el último, pero menos preocupante. Los del overbooking me miran con cara de “¿este qué se cree, el sultán?”. Y un poco sí, la verdad.

En Doha, viendo que ya hay vuelo para Madrid, me permito un dry martini, a lo James Bond, no agitado.



Al aterrizar en Madrid, feliz de haber superado la joint venture, la carretera, el calor y la inexistencia de mis billetes. Abro el correo y… ¡premio! Hacienda me ha seleccionado para “aclarar” los viajes de hace tres años. Tres. Años. Que si fueron útiles, que si necesarios… Los abogados ya están preparando la respuesta a la diligencia. Que no me preocupe…

Y yo, solo puedo pensar en la diligencia en modo far west, duelo al sol. ¡Bang bang!

Todo bajo control. O eso me dicen.

viernes, 16 de mayo de 2025

25 Años, mil aventuras… y de visita en Abu Dhabi

Agotado, con el cuerpo aun arrastrando los restos de la celebración y el alma medio dormida, embarco finalmente hacia Doha tras una conexión penosa y con el retraso de “Vueling” en Bilbao, sin dejarme estar en la sala.

Mientras intento encontrar mi asiento, -cada vez, veo peor-, una india de ojos grandes me detiene. Me pide la tarjeta de embarque. La mira un par de veces y, en un suspiro casi pensado en voz alta, dice:

—Ángel…

Lo repite como saboreando el nombre.
What a sweet name! - me dice con una sonrisa tan sincera que por un momento me despierta de mi letargo.

Me sorprende aún más cuando, mirándome a los ojos, dice convencida:
—Seguro que hoy será un día precioso… y volaremos tranquilamente por tu hermoso cielo.



Y así, con esas palabras flotando aún en el aire, empieza el siguiente tramo del viaje.

Después vendrá otra escala, en Abu Dhabi. El cuerpo, ya sin defensas, me recuerda que no está en su mejor estado. Pero no importa. Vengo de una celebración para el recuerdo. Que me quiten lo bailado, literalmente. Todos coinciden: ha sido fenomenal. Una fiesta de esas que se guardan en la carpeta de los buenos recuerdos. Con la familia, con mucho baile, con bertso incluido. ¿Lo próximo? ¿Bodas de oro? Espero que se te ocurra algo antes.

El campamento, entre tanto trabajo, se enreda en malentendidos: ángeles mezclados, auditorías anuladas, un sindiós… Nada que no solucione el paso del tiempo (y una buena dosis de paciencia) como siempre, todo fluye. Al final, el viaje, el cansancio, el caos... ha merecido la pena.



Hoy, ya de regreso a la civilización, Abu Dhabi me recibe adornada con banderas de Estados Unidos por todas partes. Es jueves, y el tráfico es aún peor de lo habitual. Pronto entiendo por qué: grandes bloqueos, mucho control. Coincido con la visita del presidente a la Gran Mezquita. Me lo tomo como una despedida pintoresca de esta parte del mundo.



Y aunque estoy al borde del colapso físico, tengo suerte.  Recomendación gastronómica. En el piso 4 del hotel descubro una joya gastronómica: el restaurante tailandés “Silk & Spice”, recientemente incluido en la guía Gault & Millau UAE 2025 y también en la selección Michelin. No dejar de probar  “THUNG NGERN”: paquetitos de pollo picado aromatizado con hojas de lima kaffir.



viernes, 11 de abril de 2025

Valladolid: mezcal y pimito relleno

A las cinco de la mañana, desvelado por el bendito cambio de horario, me lanzo a dar un paseo hasta el mercado. Antes de volver a casa, toca parada obligatoria para reponer la despensa —por si las moscas, que uno nunca sabe cuándo va a hacer falta un buen chile.



Ahí está Doña Paz, en su puesto del mercado Donato Bates Herrera. Siempre me recibe con una risa pícara, como quien ya sabe que me va a vender lo que le dé la gana.
Empiezo preguntando por ese chilito seco, el que pica menos. Me dice que son 30… luego 40… y al final, no sé cómo, acabo llevándome un frasquito en polvo por 100 pesos. Solo falta la voz de Jon, cuando era niño, diciéndome: “Aita, que te están timando.”

En Información y Turismo, tambien me reciben con una sonrisa y de premio, un plano fotocopiado. Según ellos, ese humilde papel contiene los datos más relevantes :

Valladolid (en maya Saki’ o Zací, que significa “gavilán blanco”) es una ciudad del estado de Yucatán. Se encuentra al sureste del país, en la región oriente del estado, a 160 km de Mérida y Cancún.

La ciudad fue fundada el 28 de mayo de 1543, lo que explica ese aire colonial y esa serenidad de “yo ya he visto de todo”.

Acontecimientos históricos destacados:
• El inicio de la Guerra de Castas, el 25 de julio de 1847.
• La Primera Chispa de la Revolución Mexicana, el 4 de junio de 1910.



Históricamente, un lugar para andarse con cuidado... Pero la realidad, hoy en día, es todo lo contrario. Valladolid cumple con creces lo que se espera de una ciudad colonial bien cuidada: calles coloridas para pasear, la imponente iglesia de San Servacio, el Palacio Municipal, el exconvento de San Bernardino de Siena y, como joya de la corona, la Casa del Marqués. Ahí es donde me alojo, y como bien sabes, en los desayunos me siento —modestamente— parte de la nobleza.

Pero la vida continúa, y hay que trabajar...

Cuando no estamos entre andamios, papeles y planos (la obra manda), aprovechamos las cenas para rendir culto a la cocina yucateca. Siguiendo las recomendaciones de internet —ese oráculo moderno que falla más que una escopeta de feria— salimos en busca de un restaurante recomendado, lo que nos lleva a descubrir la otra cara de la ciudad: la menos turística y más auténtica.

Menos colonial, menos iluminada… y, posiblemente, menos aconsejable para pasear de noche. A medida que nos alejamos del centro, la limpieza disminuye, la luz desaparece y la realidad se instala: casas sin patrón arquitectónico, neumáticos jubilados tirados en las esquinas, y hombres colgados de hamacas con cerveza en mano, mientras las mujeres, en una coreografía eficiente, cocinan entre coloridos cacharros y un par de perros que parecen salidos del inframundo, esperando su turno.

Todo esto, claro, mientras nosotros seguimos buscando el restaurante maya “auténtico” a media hora del centro, dudando dos veces si darnos la vuelta y volver a lo conocido. Pero el paseo, hay que decirlo, es un regalo de realidad.



El restaurante Ix Cat Ik, realmente está decorado con mimo, para turistas (como yo, que no solo visito, sino que toco, huelo y pruebo todo), termino moliendo semillas de cacao como si supiera lo que hago. ¡Qué aroma! Y con miel... una delicia exótica. Pero la comida no es tán distinta y no merece el paseo.

Por eso la recomendación gastronómica de este viaje, es el restaurante Sikil, que además está muchismo más centrico: el  Tsi’ik de carne ahumada con recado blanco, chile habanero y un buen chorrito de naranja agria. También pedimos el Pimito Relleno de quesillo con longaniza y pico de gallo de pepino blanco. Yo, inocente, esperaba un pimiento relleno… pero ¡sorpresa! Lo que llega es una torta gordita, con sabor intenso a chorizo y torreznos. Una bomba de sabor. ¡Espectacular! Me resisto al mezcal, a pesar de que es la recomendación digestiva, para superar el resfriado, es tomarlo a besitos. Como dicen o me lo quita o termina conmigo. 



domingo, 6 de abril de 2025

Melilla: Más Allá de la Frontera, Un Viaje que Sorprende

 ¿A Melilla? ¿Pero qué se te ha perdido a ti en Melilla? – Cuántas veces me han soltado esta pregunta, como si estuviera buscando un tesoro perdido en medio del desierto. Pero ¿sabes qué? Hay sueños que no pueden esperar, sobre todo en estas tierras de frontera donde todo puede cambiar de la noche a la mañana. ¡Y aquí estoy, otro sueño cumplido!



Un viaje que, sinceramente, me dejó sin palabras. Melilla es una joya. ¿Quién lo diría? Una ciudad limpia, ordenada y con una gente que no puede ser más simpática. Me sorprendió en cada rincón. Se nota que aún no está invadida por turistas, y eso que tuvimos la suerte de aterrizar justo en el epicentro de la fiesta: La Africana, esa carrera legendaria que serpentea por los rincones más emblemáticos de la ciudad, organizada por el Tercio Gran Capitán I de La Legión.



 Melilla estaba engalanada con cientos de banderas de España, y por cada esquina asomaban los uniformes verdes, con ese tallaje a la italiana que no pasa desapercibido de la Legión, un auténtico orgullo melillense que les hace decir "¡viva España!" y "¡Viva el Rey!" cada dos por tres, aunque sin saber muy bien por qué.

Y como si fuera poco, fotos con los nuevos reyes del lugar: Suceso y Baraka, los borregos que han llegado para sustituir a la famosa cabra. Ellos le dan ese aire tan pintoresco y auténtico que solo Melilla sabe ofrecer.

Sin duda, vamos a recomendar la visita a todo el mundo. Mucho arte y mucha historia. Así nos lo explica un coronel en el museo militar, donde nos recibe un curioso botijo a la entrada. Según nos cuenta, tras la Guerra de África, Marruecos solicitó la paz. Después de unas complejas negociaciones, se acordaron los límites fronterizos de Melilla con Marruecos, definidos nada menos que por la distancia que alcanzara la bala del cañón “El Caminante”.

Así que, en un sentido casi literal, Melilla es la ciudad que nació de la bala de un cañón. ¿Hay algo más militar que eso?

Durante el fin de semana, nos sumergimos en el ambiente y adoptamos hasta el saludo militar: un golpe al pecho con rebote, seguido de un manotazo en la pierna con gesto marcial, doloroso y sonoro.

El lugar elegido para realizar los disparos, Victoria Grande, resultó ser uno de los fuertes más avanzados del Cuarto recinto fortificado. Como nos cuenta el coronel, con algo de sorna, los militares españoles de la época fueron unos auténticos "quijotes", pues de las dos balas disparadas, elegían la que más cerca llegaba, aunque perdieron territorio. Una pena, eso sí, que no se conserve la ilustre pieza de artillería, que fue fundida para otras necesidades. Un trozo de historia que se perdió en el proceso.

Al final, Melilla ocupa poco más de doce kilómetros cuadrados en el norte de África, pero tiene más que suficiente para ofrecer una riqueza histórica y cultural impresionante. Es la segunda ciudad con la arquitectura modernista más destacada después de Barcelona, y en sus rincones puedes encontrar desde imponentes baluartes con sus fosos y puentes levadizos, plazas de armas, aljibes, almacenes,  hasta cuevas que servían como refugio durante los asedios y la única capilla gótica de África. Además, para colmo, todo hasta los museos gratuitos y sin olvidar las playas desérticas, escondidas en el corazón del casco antiguo: un verdadero paraíso.

En cuanto a la recomendación gastronómica, no hay duda: el restaurante Instinto, en la calle General Buceta 4, fue el sitio donde probamos los mejores langostinos cocidos de la Mar Chica, de los tres restaurantes que visitamos. El tartar y el tataki de atún, también, ¡una delicia!

Según nos cuentan, la gastronomía local se ha visto afectada por el cierre de la frontera al comercio, pero nosotros, sinceramente, no lo notamos. Chanquetes, puntillitas y una variedad de frituras que, gracias a los malagueños, ¡nos salían por las orejas!