Convaleciente, tocado por una molesta gripe y tras un buen susto, después del primer intento de aterrizaje interrumpido por un alarmante rayo, llegamos a Bruselas en una fría noche para sumergirnos en el espíritu navideño.
La ciudad nos recibió con espectáculos de iluminación en diferentes puntos, aunque no siempre fáciles de localizar, y sus tradicionales mercados navideños, donde la cerveza se sirve como Dios manda: cada una, en su copa específica. Eso sí, parece que se confunden un poco al devolver la fianza.
Aunque
nos habían advertido que Bélgica era muy cara, ahora que escribo estas líneas,
me doy cuenta de que lo que realmente es caro, es el Bilbao turístico. Menos
mal que tenemos cuatro perrillas.
Todo
en Brujas está a pocos minutos caminando, exactamente a once minutos según el
Google maps. Parece que damos vueltas sobre un mismo punto. A pesar de su
tamaño reducido, la ciudad sorprende a cada paso con pequeños rincones
medievales, tradiciones y particularidades que la hacen única. Sin embargo,
algunas como el mercado del pescado o reliquias como la Sangre de Cristo puede
que estén entrando en peligro de extinción.
Por
cierto, a diferencia de otras capitales europeas, aún las tiendas de souvenirs no
están dominadas por empresarios chinos o indios. El centro está lleno de
tiendas de chocolate y cervezas. Si hay que recomendar una tienda, sería Pierre
Marcolini, que parece una joyería. Justo enfrente está Galler Brugg, más
económica, pero con buen producto y regentada por personal amable que incluso
se esfuerza por hablar castellano.
Te
ofrecen probar una trufa para que te animes. Probando, podrías ¡Podrías ponerte
morado!
Pero realmente, lo que más me atrapa de la bellísima y cuidada ciudad, son sus bares. Solo por las tabernas merece la pena el viaje. Tascas con mucho encanto, escondidas en estrechos callejones, iluminadas por pequeños carteles que rezuman siglos de tradición.
Si
tengo que elegir de la interesante lista que lleva el organizador del viaje, me
quedo con los bares “De Garre” y “Le
Estaminet”.
En cuanto a la gastronomía, difícil olvidar la cena en De Gastro. Desde los caracoles (Wijngaardslakken) con ensalada, el delicioso steak tartar – uno de los mejores que he comido-, el carpaccio (Rundscarpaccio), el osso buco y sin olvidarnos de la deliciosa pierna de conejo en salsa de cerveza (Konijnenbout). Un lujo accesible y todo bien organizado para poder compartir entre los cuatro.
En el coche de alquiler, nos vamos a Gante. Es más amplia pero creo que tiene menos encanto, pero tiene unos cuantos lugares que merecen mucho la pena. Su castillo en pleno centro histórico es una maravilla.
Disfrutar del aperitivo en
la terraza escondida del restaurante Panda, lejos del bullicio, mientras vemos
pasar las abarrotadas barcas por los canales, confirma que estamos haciendo las
cosas bien.
Callejear sin prisa, descubrir rincones y reírnos un poco fue parte del encanto. Sin embargo, al desplazarnos por sus calles, notamos que los locales no son tan “ele-Gantes”, no tienen paciencia con los turistas. Los timbres de las bicicletas sonaban constantemente, y nuestras dudas sobre si movernos a la derecha o izquierda provocaron más de un enfado.
Además de caminar (el tradicional “San Fernando”),
puedes moverte en carruajes (70 €) o en los barcos por los canales (8 €).
En
cuanto a la comida, la recomendación en Gante es más sencilla pero igual de
deliciosa: t’Klok Huys Brasserie. Un restaurante muy agradable donde el codillo
y el generoso roast beef, servidos sin lonchear, son un auténtico placer. Muy
buen producto. Sin duda, volvería.
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Groot Kanon - La curiosidad mató al gato |