Sigue sorprendiendo
Doha.
Cambios de última
hora me obligan a realizar un último sprint demoledor, robando tiempo de sueño
al cuerpo, al Fajr (4:13). Desde el comienzo del amanecer hasta que sale el sol.
Tengo que llegar a la reunión de cierre diez horas antes de lo planificado.
Todo termina pronto
y me queda un día por delante. Toca disfrutar. Me veo paseando bajo un sol
abrasador por Katara Cultural Village. Aún es octubre y rondamos los treinta y
cinco grados.
Primera parada: la
mezquita azul de Katara, con dos imponentes palomares de unos veinte metros.
Está claro que no es día ni hora para el turista. La amabilidad al entrar es un
reconocimiento al esfuerzo del visitante abnegado. Sigo la broma, con cuidado,
mucho cuidado, porque nunca se sabe, mientras me sacan fotos con la que creen
que es mi esposa.
¡Cómo se agradece el
aire acondicionado y la mullida alfombra! Son momentos de paz interior y de
recuperar fuerzas.
Pequeña pero coqueta
mezquita. Bonita por dentro, parece una miniatura de otras grandes mezquitas.
Elegante por fuera, con sus bonitos mosaicos azules y rojos. Están de
promoción, y me voy con los bolsillos cargados de unos manuales de iniciación "Aprende
lo básico", "El último mensaje" y un bonito Corán. Solo me falta
tiempo para cultivar el alma.
Junto al moderno
anfiteatro griego, donde es imposible guarecerse del sol, nos topamos entre
callejuelas con la mezquita de Oro. Es más, para sacar fotos, pero como ya
comienzo a sentir el cansancio, no desaprovecho el área de descanso, hasta que
llega el sol en su punto más alto, al Dhuhr (11:21), y el vigilante toma las
riendas y hace la llamada a la oración. El almuecín y yo: dos opciones, hombro
con hombro o salir al calor.
Como hay soluciones para todo, me decido por el paseo por el pequeño Versalles, las Galerías Lafayette, donde el aire acondicionado subterráneo que sale por rendijas a pie de calle sigue siendo un derroche delicioso. Al final de la avenida, tomo el lujoso metro hasta el desierto Souq Waqif.
Literalmente, no hay nadie. No me extraña. Ni los camellos están agusto a estas horas... Aunque nos adaptado, y terminaos disfrutando de una larga comida, probando casi todo por tres perrillas, en el restaurante Layali Al Qahari.
Para rematar, vuelvo a la ciudad de la educación, ya que me siguen faltando edificios emblemáticos. La mujer del Emir ha hecho las cosas realmente a lo grande. Hay demasiado que ver.
La mezquita de Education City es una auténtica maravilla por fuera, con sus curvas, asentada sobre los cinco pilares y los minaretes inclinados hacia La Meca...
Sacos de arena en la super mezquita evitan que entre el agua; parece que no solo el arquitecto Calatrava la "caga" con la lluvia.
Llegamos justo después del ocaso, con la llamada a la oración, al Maghrib (17:14). Por dentro es super moderna. La escalera con los cuatro ríos—uno de leche, uno de vino, uno de miel y uno de agua—solo funciona en Ramadán. Habrá que volver.
Es un grandísimo barco con tres velas. Dentro no parece un hospital; inmensos atrios y salas de espera que parecen salones de hoteles de lujo. Como dice el gaditano al enviarle las fotos, ¡qué chulada, dan ganas de trabajar!
En cuanto a la
recomendación gastronómica, esta vez donde más he disfrutado ha sido en el
hotel Intercontinental, en el oriental de la segunda planta: Gai Pad Med
Mamouang. Una pasta picante con anacardos, pollo, pimientos y setas. ¡Una
delicia!
Ampliación de fotos, por petición de la "correctora" al mando
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