Hoy me desperté con ganas de escribir, lo que no sabía es
que terminaría haciéndolo esta noche. El viento es insoportable en la isla y la
vibración de los compresores me masajea el cuerpo en la cama. No hay
quien duerma. Así que paso a escribir las andanzas, ya que: El
hombre propone, y Dios dispone.
Al final, la experiencia de volar en helicóptero, empezó
antes de lo que esperaba. Debido
a las malas previsiones meteorológicas, se alinearon todos los astros, para que
en lugar de recuperarme en un hotel de lujo, milagrosamente se
pulverizasen las mejores expectativas de mi posible llegada a la isla. Resignación.
Los
previos, en el hangar de helicópteros, no fueron agradables. Demasiados
controles, pero el que más les preocupa es la balanza. Un yankee monstruoso, de 150 kilos hace que
rocemos el sobrepeso, por lo que alguna bolsa se queda en tierra. Entre los 15
bultos, solo hay una maleta y es la mía.
La cara de los otros pasajeros: desidia, aburrimiento, vamos
un total desinterés. Yo como siempre, intentando pasar desapercibido. Cuando
nos toca embarcar, tratando de imitar al resto. Un perfecto Vicente. Como si estuviera todo el día yendo y viniendo
de plataforma en plataforma. Primero coger tapones, luego hacer una fila.
Colocarse el chaleco salvavidas. Control de documentación final y para la pista.
Todos otra vez en fila. Ruido, aire. Subí expectante. Manando a borbotones por mi cerebro mis experiencias
al límite, con las avionetas de los últimos años.
Una grata sorpresa, es un despegue dulce, controlado. ¡Que
vistas! Toda la paleta de colores en la costa de Abu Dabi, gracias a los
cambios de vegetación marina y profundidad de las aguas. Un espectáculo. Los
otros 14 pasajeros dormidos. Yo con la nariz pegada a la ventana, sin perder
detalle del documental del National Geografic que tenía ante mis ojos.
Antes de perder la consciencia, el piloto nos avisa del
inicio del descenso. Todos comienzan a salir de su letargo. Yo solo veo agua y
un puntito en la lejanía. El puntito se va haciendo cada vez más grande y terminamos
aterrizando en una plataforma petrolífera
de los japoneses. Como si fuera un autobús de línea, se baja uno en su parada.
Cuando nos dan el ok para volver a despegar, el piloto dice que dos más fuera.
Por sobrepeso ya que hay limitaciones para aterrizar en la siguiente plataforma, así
que a los más despiertos nos bajan. El yankee, seguro que haciéndose el
dormido.
En esa media hora de espera, te da que pensar, en mitad de
la nada. Si no se acuerdan de volver a por ti, otra bonita experiencia. Pero como siempre, todo se arregla. No se
olvidaron de nosotros y a continuar mirando por la ventana del helicóptero. ¡Que
pasote! Aguas poco profundas del archipiélago,
con los arrecifes de coral y los manglares. Como en las películas. Lástima que las cámaras de fotos estén prohibidas.
¿Y os preguntareis como es mi isla? Pues parece más un pantalán. Pero menudos amaneceres. Por cierto, el baño y la
pesca prohibidos.
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