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jueves, 30 de mayo de 2024

De visita por la Ciudad Educativa de Qatar.

Emocionante ver lo que puede hacer el hombre para cumplir los deseos de la esposa del Emir, Sheikha Moza Bint Nasser.

Yo era de los que pensaba que los libros y su entorno, estaban obligados a desaparecer y de repente, vienes al Golfo y me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Realmente están en un momento de renovación bestial.

Como siempre a la carrera, un par de horas para descubrir parte de esta gran maravilla. Al bajarme del coche me quedo sin palabras.

El campus universitario, de noche, surge espectacular. Los edificios parecen los decorados de películas que transcurrirían en el próximo siglo.

 ¡Qué arquitectos han podido pensar estos volúmenes!

Grandes genios.

 


En mi escapada, solo me da tiempo a disfrutar de la biblioteca que es uno de los edificios centrales de la Ciudad Educativa. Es espectacular. Una flecha de las que hacía de niño, gigante. Los lados parecen dos alas de aviones comerciales y el atrio levantado por una de las cuatro esquinas de la edificación, mientras suenan las ranas de una charca electrónica. Si el edificio estuviera aislado, sería más fácil darse cuenta del tamaño que tiene. En Bilbao habría colas por verlo, y aquí pasa desapercibido.

 

Una vez dentro, sin papeleos ni líos de entradas, llegas a una gran sala, bestial. Es como estar en el centro del circo Romano y los libros te miran desde las gradas, animándote a la lectura. Puedes pasear entre ellos, tomarlos, con la única condición que no los vuelvas a colocar en las estanterías. Ellos, los atentos bibliotecarios, se encargan.

 


En cuanto al diseño es un amplio espacio y han metido en el sótano abierto, en lo que sería donde se guardan las fieras o rezan lo que supieran los gladiadores, un museo, con los ejemplares protegidos, los libros centenarios. En la arena hay lugares de trabajo en grupo, una zona de debates, un pequeño anfiteatro para el cine e incluso una cafetería… 

¡Qué distinto a la imagen de las bibliotecas nuestras! 

Ni rastro de personas con mala leche, que se enfadan fácilmente porque alguien hace ruido y se piensan que su “chis chist” no molesta a nadie.  Aquí, a medida que asciendes por las gradas, el silencio se siente. Zonas de estudio, lectura y algo más para pasar el tiempo.

Yo creo que la pareja de jóvenes que sorprendí tras la última estantería, aún se están acordando de mí, mientras se recolocaban las túnicas.

 


El día anterior intenté hacer de Cicerone por Doha …

...pero al que no le interesa y todo lo sabe, todo sobra.  Mejor dejarle libre y no esforzarme.

Yo a lo mío disfrutando del Souq Waquif, de la guardia nacional a camello por el palacio, los caballos, las coloridas telas, sacos de especias molidas, azafranes, los dátiles y los limones secos negros.



En cuanto a la recomendación gastronómica, creo que me quedo con el Asiático del hotel intercontinental, y su rico cordero  “Kashmiri Mutton Stew”.

 

domingo, 19 de mayo de 2024

Singapur, probando la comida peranakan

 

El cansancio es alto, no es fácil aclimatarse -el viaje desde México ha sido una paliza. El mejor plan que se me ocurre para aguantar y luchar contra el desfase horario, nada más aterrizar el domingo, es un gran paseo. Un buen método para forzar y no dormir. Hay que estar decente para trabajar a la mañana siguiente.

Está vez en Singapur, noto bastantes diferencias, sin la pareja de anfitriones de anteriores visitas y peor tiempo.



Una gran idea. El paseo me reanima y me hace disfrutar mucho. Parándome por las esquinas, recordando explicaciones, risas y buenos momentos vividos. Sin darme cuenta, después de unas calles con farolillos, llego al Thian Hock Keng, en pleno Chinatown, y al cruzar un par de calles más, te topas con la mezquita del Sultán Little Arabia, que también es monumento nacional. Pasear por la pequeña India, con sus olores y colores de sus casas, así como sus “discretos” templos para los daltónicos.  


El objetivo, era llegar a ver el atardecer, y ver el sol reflejado en el hotel Marina Bay Sands. Si alguna vez regreso, espero subir a tomarme un pote, en esa terraza que debe ser prohibitiva. Verlo desde la esplanada de enfrente es precioso, y la estampa muy divertida. 

Podría pasar horas mirando las poses de los turistas, es para morirse de risa. Si no te sacas la foto ridícula, pues como que no has estado en el país. Hay que rendir pleitesía al protector de Singapur, al Merlión, el pez con cabeza de león que escupe agua por su boca.

Y como no podía ser de otra manera, no dejé pasar la ocasión de ir al Long Bar del hotel Roffles y darme el capricho- menudo precio- de volver a tomar el Singapore Sling, porque en esa barra llena de cacahuetes, parece que todo sabe mejor.



Sin dudarlo, es la gran ciudad que mezcla tradición y modernidad y todas las culturas. Igual los recuerdos engañan, pero me parece un poco más sucia. Alguna lata y papel en medio de un parque, me llama la atención. Pero lo que sí que me sorprende es ver algún occidental, fumando tan plácidamente mientras pasea y se salta un semáforo en rojo, sin ningún coche a la vista. ¡Que osado! Pensaba que eran más estrictos con las multas.

Al mal tiempo, buena cara. Yo ya ni corro cuando me pilla la tormenta. Aún me falta la pericia local de andar bajo la lluvia: no agachar la cabeza, porque te vas a mojar igual y lo otro es ir en chancletas de piscina todo el día, porque es el único calzado que aguanta este buen tiempo.

En cuanto a la recomendación gastronómica, un barato restaurante: “ Simply Peranakan” en 28 Cavenagh Road . Es la primera vez – al menos eso creo- que voy a un restaurante de cocina peranakan , que es la adaptación de la comida de los inmigrantes chinos que se casaron con los malayos, fusionando la gastronomía.

Muy bueno, para comenzar un poco de casquería  “Deep Fried Mala Pig´s Intestines” y de plato de carne típico el “Babi Ponteh” . Me recuerda a las manitas de cerdo, pero agri-dulce, un estofado con mucha grasa con soja y algo dulce. Muy bonita experiencia. No me importaría repetir, me quede con ganas de probar el Ayam Buah Keluak…

 

 

viernes, 10 de mayo de 2024

Si no te sale un alacrán en casa, es porque no estuviste en Yucatán

 

 

Extraño viaje. agotado, igual el esfuerzo ha servido para algo.

Me quedo en blanco. No sé por dónde comenzar esta entrada. Muchas vivencias, no todas buenas, aunque que bien se come en México.  Escribiendo estas notas en el vuelo de regreso, revisando las fotos sacadas -como siempre -con la cámara del teléfono, me parece que el primer día, fue hace un trimestre, cuando se perdió la maleta de mi compañero en Ciudad de México.

¡Con lo fácil y rápido que se viaja con la maleta de cabina!, se empeña en volar con su baúl, lleno de imprescindibles para cinco días.

 


Esta vez no puedo dejar de hablar de los hoteles, por suerte aún son de primera. La rutina del hotel. Lo primero averiguar cual es el lado dónde debo dormir, porque según me dices es el lugar que me corresponde en mi gigante nueva cama. Algún día será intuitivo, por el momento no. Se me escapa una sonrisa mientras me dejo caer, sabiendo que, al cincuenta por ciento, estaré en tu lado de la cama.

Pero a lo que vamos, la anécdota son los animales de compañía, eso sí, aquí en el caribe, todo de buen porte. La cara de Jesús, que le han mandado con un espray anti-insectos para intentar matar al tremendo escorpión, que ha estado investigando mi dedo gordo bajo la mesa, no tiene precio.

¡Pues sí que es grande y … rojizo! Para mí que es hembra y esta preñada – Me dice apuntando al animal, parapetándose tras el espray, al mover la mesa.

Como no le veo muy experimentado, y lo único que va a hacer es enfadarla. Le doy un curso rápido de reubicación animal, y sacarlo con vida de la habitación. Se sorprende de lo fácil que ha sido, y consigo conversación para el resto de mi estancia. El amigo de los animales ponzoñosos. Lo que no saben, es que no tengo la misma consideración con las cucarachas. Pisotón y por el desagüe. El subconsciente de las rancheras:  

Maldita cucaracha
Que infectas donde picas
Que hieres y que matas

 

Aunque parezca mentira, después de la queja formal en el hotel, para que mejoren las protecciones y den formación a sus empleados, el detalle del hotel para el viajero ecologista, el amigo de los animales rastreros es ofrecerme participar en un safari por la selva del Yucatán, para ver a los bichos de mi habitación, en su propio hábitat. Pena la falta de tiempo, me hubiera gustado.

 


El turismo lo he centrado en respirar – nunca mejor dicho- autenticidad. En Valladolid ir al amanecer al Mercado de Donato Botes. Maravilloso el ágil movimiento coordinado de cientos de kilos de verduras desde destartaladas pick-ups, hasta los puestos de piedra. Pero lo que se lleva toda mi atención es la pericia de los matarifes, el despiece. Manejo de hachas y cuchillo de manera certera y cuando no, siempre hay un perro al acecho. Toda una experiencia. Siempre he pensado que los mercados te dan una muy buena aproximación sobre las ciudades y los que viven en ella.



En Mérida, - según la UNESCO ciudad creativa en la categoría de la gastronomía- el día de la llegada, me organizo el recorrido por los principales, comienzo por el más alejado del hotel, el mercado de San Benito, y aparezco saliendo por el mercado de Lucas Gálvez. Son tan grandes que no sé distinguirlos. Mayoristas y minoristas en una mole de hormigón de tres plantas, unas zonas limpias otras con callejones estrechos y sin iluminar.  Son los años setenta. Un mar de gente, tocando, comprando y comiendo.

 

En cuanto a las visitas a monumentos y para protegerme del tórrido calor, -aplasta la humedad en esta época del año-, misa en la catedral de Mérida, aun está el monaguillo buscándome. Parecía un juego, yo ponía la mano y él, la bandeja a la hora de la comunión. Hasta que un tiro certero del cura acertó con la hostia en mi boca.

 

Recuperado y con las pilas cargadas, visita al mercado de Santos Degollado- según el rotulo, aunque prefieren llamarle el Mercado de Santiago. Es donde compro un buen “mole en pasta” y sobre todo la experiencia de Doña Guadalupe, entre risas sin dientes, explicándome como se hace. Tomates maduros, una pizca de ají no muy picoso – que también me vende- , un poco de caldo y las tiras de carne . No he conseguido que pase el control de seguridad del aeropuerto, espero que no se desperdicie.

 


 Y en Valladolid, como no puedo dormir, me decanto por seguir la música y termino en un espectáculo de luz y sonido junto a la catedral. Explican la historia de las cuatro veces heroica ciudad, en la que como no podría ser de otro modo, los conquistadores no salen muy bien parados, ni en la rebelión maya, ni en la emancipación del federalismo nacional, ni en la guerra de castas, cuando toco la época de Pancho y la revolución mexicana ya estaba yo, gracias a Dios, en manos de Morfeo.

 

En cuanto a la recomendación gastronómica, esta vez es doble:

En Mérida es el TIKIN XIC , un grueso filete de mero marinado con recado de achiote , gambas y pulpo , en la Chaya Maya

En Valladolid, son las costillas con chimole. Puede que sean las mejores que he tomado  en mi vida, que ya es decir, en el Conato. La comida toda una experiencia pero el ambiente insoportable, alta temperatura y humedad asfixiante. En mayo deberían cambiar el nombre al restaurante y subir de grado a incendio.


Ahí lo tenéis, vivito y coleando, cuando se lo entregue al hotel