Mil veces me habían dicho que
tenía que venir y otras tantas me lo había imaginado, pero la realidad supera
con creces mis expectativas.
Grecia es sencillamente maravillosa.
Hay países que uno debe visitar al
menos una vez en la vida, y Grecia es uno de ellos. Su belleza es innegable,
pero además, aquí es donde se originó nuestra civilización. No quería que, por
ser un destino tan accesible y popular, lo fuera posponiendo como tantos otros
hasta dejarlo sin visitar.
Viaje a Grecia en familia,
manteniendo tradiciones. Otro deseo cumplido.
¡Cuánto hemos leído y estudiado
sobre los griegos! ¿Qué sería de nosotros sin los descubridores de la filosofía
y las matemáticas? Seguro que en el colegio, al menos, habríamos necesitado
hacer menos chuletas… puro arte.
Atenas
Dos días son insuficientes. No
tuvimos tiempo de ver todo lo que habíamos planeado, pero lo que vimos fue
increíble. Paseamos por el barrio de Plaka, el de Psyri, la Plaza Monastiraki,
y visitamos el Estadio Panathinaikó, el Jardín Nacional y el Parlamento
Helénico, donde presenciamos la pausa marcial de hidratación de los
soldados en la Plaza Sintagma.
También exploramos el Ágora
Romana y el Templo de Ares. Lo que uno imagina que debe ser un templo griego.
Nunca olvidaremos la subida al
Monte Licabeto, casi muero, menudo secarral, con su pequeña y abarrotada cima,
para ver el atardecer junto a la capilla de San Jorge. Un consejo: mucho mejor
bajar un poco para disfrutar de un refrigerio. Luz, olor, calor …puro
mediterráneo y con las chicharras de música de fondo.
Sin embargo, si tuviera que
elegir una visita monumental, me quedo con el Templo del Erecteion con las
cariátides (las esculturas originales las vimos en el museo). Pero, sobre todo,
me fascina la Acrópolis desde la distancia, dominando la ciudad.
En su época de esplendor, debía
sobrecoger a cualquier extranjero que intentara conquistarla.
Micenas
Impresionante la Puerta de los
Leones (el monumento más antiguo que se conserva en Europa) y el sistema para
abastecerse de agua dentro del recinto amurallado.
Palacios bien fortificados,
rodeados de murallas ciclópeas, llamadas así porque las piedras que las
componían eran tan grandes que se creía que solo el mítico cíclope podía
haberlas levantado.
Nauplia
Siguiendo la ruta por el
continente, llegamos a este encantador pueblo marinero con calles adornadas de
buganvillas.
Surcando el mar Egeo, los intrépidos
grumetes, acechando la inminente tormenta, desembarcamos en el castillo
Bourtzi, que hace un siglo fue un hotel de lujo.
Naxos
Llegamos desde Atenas por mar,
en el ferry “Champion Jet”, en poco más de tres horas, hasta el puerto de
Naxos.
La primera parada fue en Halki.
Un tanto desilusionante; la pequeña iglesia bizantina y el pueblo nos dejaron
un poco fríos. Sin embargo, los gigantescos olivos centenarios nos
sorprendieron, y las tabernas en el centro, bajo la sombra de parras repletas
de uvas, nos atraparon con su ambiente relajado y la atención al cliente.
Buscando la calma, siguiendo la
esencia del espíritu de “Los Durrell”, la encontramos en Moutsouna y no en
Corfú.
Las carreteras para llegar a
este pueblo, al otro lado de la isla, impresionan por lo escarpado y árido del
paisaje. Menos mal que esta vez nos dieron un jeep potente. Es la primera vez
que veo espejos en las curvas de una carretera de montaña. En el último tramo,
se ve un teleférico centenario, usado para bajar desde las minas al puerto, la
piedra de esmeril, que le da un toque nostálgico a este lado de la isla.
Decenas de vagonetas de hierro
olvidadas tras la iglesia nos recuerdan la historia del lugar. Al principio,
las piedras se transportaban en burros por senderos accidentados, que aún se
pueden ver siguiendo los muros que atraviesan la isla. Luego, los ingenieros
montaron la infraestructura con raíles y cables, y en 1982 construyeron la
carretera. Ahora el paisaje ha cambiado, pero debía ser impresionante.
La emoción de sentirnos cada vez
más cerca de los pueblos idílicos que tanto habíamos imaginado, con arena
blanca, aguas turquesas y amaneceres de ensueño, nos atrapó al instante.
Ver llegar a los pequeños barcos
de pesca nos ayudó a no fallar en la elección del pescado del día. Acierto
seguro. Es como jugar al mus con las cartas marcadas.
Apiranthos
Un pueblo para perderse, aunque
no queramos, con callejones de mármol y arcos que se entrelazan entre las
pequeñas casas de dos pisos, construido al pie del Monte Fanari, a 600 metros
sobre el nivel del mar y a 28 km de la ciudad principal de Chora. Pintorescas
plazas donde no nos cruzamos con turistas. Estarían perdidos, como nosotros.
Entre los vecinos charlando en la puerta de sus casas, se respiraba una
atmósfera inusual para lo que esperaba de las islas Cícladas. Al vernos pasar
varias veces, nos indicaron cómo llegar a la Torre Zevgoli, construida sobre
una roca. Terminamos en la plaza con los aldeanos, tomando café junto a la
Iglesia de Panagia Aperathitissa , donde encendimos una vela por la familia ,
entre numerosos objetos raros .
Chora
Tras cenar un par de noches en su
restaurante, al salir de Moutosouna hacia la capital, nos despedimos
entrañablemente de Manolis, encantado con la familia Lacoste, señalando mi
sombrero de paja.
Aunque el coche era grande y
potente, las ruedas desgastadas no eran las adecuadas para subir por estas
carreteras de montaña, y menos aún bajo un chaparrón de verano. La carretera,
convertida en ríos con espuma, hizo que derrapáramos en más de una ocasión.
A pesar de estar congestionada,
la ciudad nos muestra las huellas de sus distintas épocas: griega, romana, bizantina
y las ocupaciones venecianas y otomanas.
El monumento más característico
es la Portara, una enorme puerta de mármol del templo de Apolo en Palatia, el
islote junto al puerto (lo unieron a tierra hace poco). La vimos al amanecer,
porque al atardecer estaba saturada de buenos fotógrafos.
Santorini
En el pequeño pueblo de Oia,
junto a la caldera, nos alojamos en una preciosa casa - Compass Villa- que nos
hizo disfrutar de nuestra última noche.
Una locura de isla de postal,
con interminables colas - gente y más gente- y precios desorbitados.
Al amanecer, nos cruzamos con
mujeres de largo y hombres de pantalón corto, guiados por fotógrafos
profesionales a través de las callecitas para inmortalizar falsas escenas
cotidianas y la belleza del lugar. Con una noche, fue más que suficiente.
Recomendación gastronómica.
No
ha sido fácil elegir. Comimos muy bien y a un precio muy razonable.
Finalmente, nos decidimos por el
Restaurante “Sea You Soon” en Moutsouna, junto al puerto, donde el joven Petro
nos ofrecía los pescados frescos de la mañana, y la agradable e idílica taberna "Yannis", bajo la parra en la plaza de Halki, donde asaban lentamente porciones
de cerdo a la brasa. ¡Qué mal rato pasó la tabernera al confundirse con la
comanda!
En cuanto a los platos, los
mejor valorados por el grupo fueron:
Para compartir: los pequeños
salmonetes fritos del restaurante “Savoras” en Nauplia, antes de la tormenta.
De plato principal: las pita
gyros en el “Vassilis”, cerca del hotel en Atenas.
Y de postre: aunque es
costumbre que te ofrezcan uno de cortesía, el riquísimo baklava del restaurante
“Lithos” en el castro de Chora fue elegido por votación popular, y tuvimos que
repetirlo para confirmar la elección.
Ocho días de lujo.Volvemos con las pilas cargadas,
para afrontar un nuevo curso.
.