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martes, 30 de julio de 2024

Siguiendo al eguzkilore

 

Pirineos, desde Semana Santa sin juntarnos delante de una mesa, aunque sea de camping.

Nos hacemos mayores, aunque hay tradiciones que no queremos dejar pasar.

¡Que dure cincuenta años!

Sonrisas y complicidad.

 


 

Hace cientos de años, cuando los hombres empezaban a poblar estas tierras, debía ser como aun es, esta maravilla de paisaje. Sin nosotros paseando por los menhires y dólmenes ...

Los eguzkilore en la puerta de cada caserío, protegiendo a las familias y a algún animal más. Una flor tan hermosa que, al verla los malos -los seres de la noche-, creen que es el propio sol y les indican que no es su hora. Costumbres arraigadas. Difícil saber en casa, cuál es la hora de llegar.




Escapada por el Baztán, a pesar de la niebla que nos vuelve a dejar sin poder subir al Iparla, disfrutar de unas bonitas excursiones en familia.

 

... y la Madre tierra creó el Baztán el sitio de buen comer. Talos otra vez, ¡Que bueno! Zubi Punta en Errazu. En Amaiur con Felipe imposible, muy difíciles los horarios, menos mal que seguimos degustando de las cervezas artesanales de la gernikesa. Aunque el Galarza ha cerrado, aún nos queda el asador Ordoki. Donde la chuleta sí que pesa el kilo y la sangre no te llega al cerebro.  Te das cuenta en sitios como este, cómo nos engañan con el peso.




 

Pero la recomendación gastronómica, a la vuelta de regreso en Etxalar. En el asador Basque. Comida de primera y cantidad estelar. Difícil terminar, hasta para los veinteañeros.

    Jamón

    Espárragos

    Paté casero

    Chistorra

    Croquetas

    Rabas

Cuando ya estás saciado: 

    Puchero de sopa y otro de

    Alubias rojas con sacramentos

Cuando ya no te llega la sangre al cerebro

    ..cordero asado riquísimo y 

    sufrimiento, 

    dos chuletas de buey.

Cuando crees que no puedes más: La guinda, tarta al whisky. 

Una “contesa” con su buen chorretón de agua de fuego.

viernes, 19 de julio de 2024

Disfrutando de las estrellas de Singapur

 

Nada más aterrizar, cansado sin saber si me toca meterme o salir de la cama, no puedo dejar pasar la oportunidad de tomar un poco el pulso a este maravilloso país. Unos cuantos kilómetros de paseo, callejeando, para despejar la cabeza y poner en hora el organismo, siguiendo el método de anteriores ocasiones para vencer el desfase horario. Quinta visita al país y en unas pocas horas de disfrute, vuelve a sorprenderme. La humedad esta vez se ha portado bien, no ha llovido en los cuatro días.



Durante el recorrido, mucha diferencia entre la bahía, esquivando hordas de gente “de paso”- se nota que Europa está de vacaciones- y los barrios desiertos, por donde atravieso calles y calles, sin cruzarme con nadie sacando fotos.

Los colores de la selva se funden en esta isla con los aromas y sabores del mundo. Los diversos distritos de la isla aportan cada uno su sabor. Y cuando se juntan, es una sorpresa muy agradable, hay que mantener la mente abierta. Singapur es un tesoro de sabores que refleja su realidad multicultural.




Paseando por el barrio chino, me sorprende no ver la cola en el famoso “Liao Fan Hawker Chan”. Se que nadie me recomienda el restaurante con la estrella más barata del mundo, parece una broma de los críticos gastronómicos, pero sin gente esperando y con una sed del demonio, me decido a entrar. La lata de Tiger (5$) helada - buen inicio - para esperar a que salga mi número en la pantalla, para probar el plato estrella: pollo laqueado, pepino crudo, medio huevo duro, semillas de soja tostadas y arroz con salsa de soja (6,8$). 

En contra de todo pronóstico buena experiencia culinaria, muy rápido el servicio – fast food- y un pollo muy sabroso. No ha ganado la estrella Michelín por nada o sí, quien sabe. Resulta interesante ver la otra cara de la prestigiosa guía Michelin y si les han metido un gol, pues olé por los críticos que les asesoran y se divierten con la publicidad gratuita para el país. Yo salgo contento, que es lo importante y sin hacer colas. No las merece.



Al final, me alcanza la noche. Con tanta iluminación, imposible ver ni una estrella en el firmamento. El regreso, tranquilo, como todo en esta “ciudad estado”, fuertemente organizada.


En la obra se nota la euforia por la derrota británica. Adiós al chuletón prometido. Una pena que las estrellas vascas, rindieran también en la final de la Eurocopa. Esperemos que no tenga repercusiones para nuestro Athletic.


Antes de regresar tras una semana de locos, intento cumplir las dos cosas que tengo pendientes. La primera sigue gafada, hay que mantener ilusiones para próximas visitas. La reunión de última hora, me impide subir a ver la puesta de sol al hotel emblema del país -Marina Bay Sands.

Pero sí que consigo la segunda:

 - Mira si encuentras un restaurante de cocina peranakan, que me quedé con las ganas de probar el Ayam Buah.




Dicho y hecho. Me invitan en la última a cena, al Candlenut, con otra estrella, totalmente distinta. Un elegante restaurante en unos antiguos barracones del ejército inglés. El techo alto hace que el comedor se sienta abierto y espacioso, con separaciones de bambú. 

Noche mágica, aunque la recepción es fría ya que no tenemos reserva.

¡A quien se le ocurre! Se reserva con meses de antelación y cuando tienes la mesa, se organiza el viaje. Vamos, igualito que nosotros.

Nada más sentarnos, como que te relajas, una sensación de serenidad después de unos días sin pausa.

Tenemos la suerte de compartir las raciones y hacer nuestro propio menú degustación. No ven raro poner los platos en medio y picar de las combinaciones únicas que sorprenden con sabores que nunca antes había imaginado.

La recomendación sin duda: Aunt Caroline´s Babi Buah Kelua. Un guiso de papada de cerdo cocida con la famosa y peligrosa nuez negra. Me recuerda al mole mexicano. Mi poca pericia con los utensilios me hace pedir un cuchillo.

 

viernes, 5 de julio de 2024

Baja Sajonia , ... que subo

 El trabajo me lleva a pasar unos tensos días a la preciosa Stade, una tranquila y preciosa villa, a la orilla del caudaloso Elba. Un pueblo con encanto, con las calles adoquinadas, que si levantas un poco la vista – es difícil con lo que llevo encima- está lleno de preciosos rincones.

Es como retroceder en el tiempo, te puedes imaginar lo que fue el puerto comercial medieval, con los almacenes de ladrillo reconvertidos en casas, pero aún mantienen las vigas de madera, la pendiente de las paredes y el punto de anclaje para las poleas. Me llama la atención por cuatro cosas, lo tranquila y limpia que está, lo difícil que es encontrar donde cenar a partir de las ocho y media – entre semana una autentica yincana-,  el buen gusto a la hora de reconstruir el casco antiguo y que nadie habla inglés.

Como todos los días salimos tarde, nos relajamos paseando por el casco histórico en busca de un sitio donde cenar. Se hacen entender a la perfección. Solo les falta reírse a nuestra cara, a esas horas las cocinas están cerradas. Me he quedado con las ganas de cenar en el  "Stader Ratskeller", una cervecería con comida casera y parrilla.

Como todo lo malo, no dura para siempre, agotados recorremos el medio centenar de kilómetros a Hamburgo. Bastante tráfico, un poco a la carrera pensando en los horarios de estos días, para poder cenar. Llegar a la tarde a la zona de la estación, es un poco deprimente, mal elegido el hotel por mi parte. Gran cantidad de indigentes, tambaleándose, preparándose para caer redondos. ¿Dónde quedó la limpieza y el orden de esta semana? Algo se parece, difícil entenderse, por una parte, me alegro de que no hayan caído en la obligación del idioma universal y por otra, el tiempo. No se han dado cuenta de que estamos en pleno verano. Todos los días lloviendo, y de repente un rayo de sol, que anima el día.

Speicherstadt (ciudad de almacenes)

Aquí, en la ciudad, se respira hasta que están siendo los anfitriones de la Eurocopa, se enfrentan Francia y Portugal. Camisetas por las calles y un poco de color. Poco a poco, voy cambiando y apreciando lo bonita que es la ciudad. El ayuntamiento hay que verlo, con el balcón con su gran corona, las columnas y el tejado de colores.  Aunque, se nota que lo que da sentido a la ciudad, es el puerto, con sus canales, aduana y los grandes edificios de ladrillos rojo, los antiguos almacenes portuarios.

A lo callado, por lo menos yo no me esperaba encontrar, subiendo por un pequeño camino empedrado desde el puerto, - como no podría ser de otra manera, para facilitar el ascenso a los marinos- un barrio rojo en el distrito de Sant Pauli. En la calle Herbet, que este tapado el acceso con un vallado para que no se vea lo que pasa dentro, avisando con un cartel prohibido menores y mujeres. Una pena que aún se mantengan los escaparates con la triste carne de jóvenes bellezas. Tradiciones sin sentido, por lo menos, aquí no parece turístico.  



En cuanto a la recomendación gastronómica, es fácil. En Hamburgo, en el restaurante Franziskaner, Grosse Theaterstr. 9, Corner Colonnaden, con los camareros con sus trajes regionales, que es lo único que tienen de Aleman. Lo mejor, si se puede compartir, pedir el  614 Knusprige Schweinshaxe (1200gr.) mit Kartoffelknödel und Bratensauce ( El codillo asado esperado, con pure de patata) y el 606 - Franziskaner Haxenteller mit Champignons und Zwiebeln, Marktgemüse und Bratkartoffeln » ( El codillo deshuesado, muy jugoso con verduras.) Muy buenos los codillos, pero hace falta un zurito de litro, para pasarlos.