viernes, 12 de diciembre de 2025

Arabia - la culpa un “suarma” traicionero-

 Por fin de vuelta. Triste y cansado, intento no dormirme en el primer avión rumbo a casa. En obra han ayudado y el trabajo se ha repartido bien, pero por una cosa o por otra el viaje ha sido cuesta arriba. He dormido poco, dando vueltas en una cama King Size que nos asignaron porque, en el check-in, pensaban que la pareja auditora dormiría junta. Qué permisiva está ahora Arabia… No hay que pensar tanto.


En el control de seguridad hemos visto la muerte demasiado cerca. A un hombre le estaban practicando RCP los servicios de emergencia, pero su expresión dejaba claro que solo un milagro podría salvarlo. Mientras peleaban por su vida, los agentes ni siquiera apartaron a la gente: las colas de indios y pakistaníes avanzaban como si nada. Estrés, prisas, deshumanización. No han cambiado. Hay personas de segunda y de tercera. Pensé en lo duro que debía de ser llegar a la salida del país y caer fulminado allí mismo. Años sin volver a casa, viviendo con la ilusión de regresar… y adiós muy buenas. Qué suerte tenemos de estar en el lado bueno de la vida.

Ya en el avión, hago repaso. Parece que ha pasado una eternidad desde que nos separamos, rompiendo tradiciones. Pocos días, pero largos. Salí arrastrando la maleta —que por una vez preparé yo mismo— con una extraña sensación de incertidumbre. Y viéndote pachucha, tampoco ayudaba. Así fueron pasando los días…



El viaje, como últimamente, ha sido un visto y no visto. Cuando me dijeron que me alojarían en el cinco estrellas Half Moon Bay, en pleno desierto saudí, me dejé llevar: bahía, palmeras, brisa marina, amaneceres filtrados por el polvo del desierto, lujo para desconectar después del trabajo. Pero la realidad, caprichosa y con sentido del humor, decidió otra cosa. El hotel no estaba en primera línea de playa y había que caminar casi diez minutos por unos supuestos “bungalós paradisíacos” en los que no se veía un alma. Además, llegamos justo en una semana de niebla espesa que envolvía la costa de Al Khobar . El sol debía estar ahí, detrás de la bruma, pero apenas se adivinaba. El escenario perfecto para un hotel que en su día fue lujoso y ahora sobrevive como puede. Da grima tanta desolación: pasillos largos, moquetas llenas de manchas, un aire de arqueología hotelera con demasiadas estrellas.


La visita a la piscina fue otro capítulo digno. Nos explicaron solemnes los turnos: primero mujeres, luego hombres. Normas estrictas, como si entráramos a un spa exclusivo. Y al llegar… la piscina estaba vacía. Ni agua, ni un charco. Solo un hueco azul y triste, tan seco como el mueble bar del hotel. 

Para cenar, otro golpe de realidad. El hotel “de lujo” no tenía restaurante; solo room service. En un acto de fe —o de inconsciencia— pedí un Chicken Shawarma. Error. Pasé la noche repitiéndolo, o quizá él me repitió a mí, en un bucle interminable. Ya no estoy para esas cenas.

Y para rematar, la última noche: la de Champions. Yo solo quería ver al Athletic contra el PSG, el campeón actual. Pero allí estaba, atrapado bajo la dictadura blanca de la pantalla gigante. Por suerte el chino en el móvil funcionó. Justo en ese hotel vacío, van y aparecen un par de madridistas. Imagino que no se fueron muy felices. Yo me acosté pasada la una y media, todavía con las pulsaciones altas por el empate que conseguimos gracias a un portero excepcional. A las cinco y media, el despertador como si nada. Qué sueño.

Así que ahora, en el avión, toca aguantar y no dormirse, no vaya a ser que pierda los enlaces. El vuelo Dammam–Doha es muy corto y una cabezada puede destrozarme.

La recomendación gastronómica, justo ahora, antes de ir al aeropuerto: el restaurante Como Seafood — مطعم كومو للمأكولات البحرية en Custodian of The Two Holy Mosques Rd, Al Sahil (Al Khobar). Muy rico el pescado Sheiry a la plancha con especias árabes y el Mix appetiser. Sabroso y bien de precio.



Hay que dar gracias y disfrutar cada día. RIP.

 

jueves, 27 de noviembre de 2025

Praga: Fútbol e historia, qué gran mezcla

A veces, la mejor excusa para un reencuentro familiar llega siguiendo unos colores, esos que hemos mamado desde pequeños. El partido de Champions del Athletic en Praga era el motivo perfecto para conocer la ciudad de las mil cúpulas.

 Nuestra llegada a la capital checa fue de traca: nuestra taxista, Marcela, tuerta y sin dientes, nos cautivó con su historia y con su manera de conducir a la defensiva, girando la cabeza… Menos mal que pronto nos dijo que hablaba castellano. Nos contó que en la época comunista solo se hablaba ruso, pero que ella había tenido maestros privados. Toda una lección de resiliencia para empezar el viaje.

 


Casi todos en la familia ya habíais estado antes en la ciudad, una ruta casi obligada para los amantes de la buena cerveza.  El primer paseo nos llevó al majestuoso Puente de Carlos, caminando hacia el Castillo mientras seguían cayendo los copos de nieve. 


Un poco de cachondeo porque yo quería ver la puesta de sol, que en teoría ya empezaba. Paseo sin prisas, disfrutando de sus patios exteriores y de las vistas panorámicas de la ciudad al “atardecer”.

El Callejón del Oro —con el mal tiempo era de acceso gratuito— quedaba algo deslucido por la poca luz de la noche.

 

El reencuentro del Erasmus con los hermanos… ¡momentazo! Y para celebrarlo, fuimos a vivir la experiencia en la cervecería U Fleků, un local que funciona desde 1499. 




Difícil olvidar su sistema para servir las mesas: no preguntan qué quieres, simplemente pasan con bandejas de cerveza negra (Flekovské tmavé pivo, 13 graditos) y van apuntando las consumiciones con marcas en un papel blanco que dejan sobre la mesa. ¡Normal que lleven más de cinco siglos abiertos! ¡Qué buena la negra!

 

La noche, siguiendo la recomendación de Sú, nos regaló un paseo por las calles adoquinadas… y algún resbalón por el hielo. Me encantó la imponente Puerta de la Pólvora.

 

Al día siguiente, Praga amaneció teñida de rojo y blanco. Paseo —cruzándonos con el staff técnico— por las bucólicas calles de Malá Strana, un barrio a los pies del Castillo, hasta llegar a una pequeña plaza que esconde el Muro de John Lennon. 




Este enorme graffiti es un símbolo de libertad en la Checoslovaquia comunista. Tras el asesinato de Lennon, los jóvenes empezaron a pintar letras de sus canciones —prohibidas entonces— en el muro. La policía lo blanqueaba una y otra vez, pero los estudiantes insistían, día tras día, en un juego del gato y el ratón que finalmente ganó la resistencia pacífica. Hoy, el muro sigue siendo un lienzo de mensajes… y de alguna pegatina bilbaína.

Después, paseo al barrio judío, pero no estábamos para colas, así que no entramos ni en las sinagogas ni en el cementerio. Tendremos que volver.

 

Para el aperitivo, llegamos a la plaza Vieja, hasta el famoso Reloj Astronómico, punto de encuentro de la afición rojiblanca. Verlo una vez está bien, pero después de varias horas en punto… le vas sacando pegas.

La esperada noche del partido llegó, y con ella la aventura del transporte. La promesa de un “tren exprés para aficionados” resultó ser un metro con recargo y un paseo guiado por el googlemaps de media hora hasta el estadio.



En el campo, muchos cánticos y una pena el resultado, pero que nos quiten lo bailado. Siguiendo las instrucciones de Aitite, hay que celebrar antes del partido. El empate suena un poco a decepción y a fin de la aventura de la Champions. Este año no nos sale nada.


La recomendación gastronómica: cena en el señorial Café Imperial. Buenísimo el solomillo Wellington y los gnocchis de trufa con salsa de champán.

En la categoría de comida típica checa, nos quedamos con el restaurante U Provínice, donde el camarero se quedó un poco cortado cuando pagó el banquero. Triunfan el codillo, la costilla y los dumplings en salsa de espinacas.

 

Una gozada de viaje. La excusa perfecta para hacer muchas risas en una ciudad que lo tiene todo.

Lo mejor: la compañía.

 

sábado, 22 de noviembre de 2025

Hamburgo entre ahumados

Desde el moderno (y un poco jipie) Ruby Lotti Hotel de Hamburgo, te escribo estas líneas con las piernas cansadas pero contento. Mientras volvía, con las luces de Hamburgo reflejándose en los canales, solo puedo pensar que estos días —caóticos y con sorpresas— son precisamente los que hacen que me guste mi trabajo.

Ya sabes lo que me gusta a mí conducir… Pues imagínate comenzar el viaje haciéndolo de noche, desde el aeropuerto hasta Stade, con el GPS perdiendo el norte cada minuto por las obras y mi señal de internet haciendo de las suyas. Menos de cien kilómetros que se me hicieron eternos: más de dos horas de tensión. No me lo esperaba, la verdad.

La prima Begoña, ha sido un cicerone excepcional. Aunque con el fresco y lo tarde que llegamos al hotel, poco hemos podido ver. Una auténtica suerte poder compartir un par de cenas con la pareja y alegrar las noches al salir de la obra.


Esta noche fresca en Hamburgo la he empezado un poco enfadado: el cansancio. Menos mal que en la recepción-bar de este hotel tan moderno está Ali, que habla español y me tranquilizó con el autocheck-in. Porque si no, me pido una cerveza en la barra –que para eso se inventaron– y que le den dos duros a las maquinitas.




Siguiendo la recomendación de la prima: paseo por la pintoresca Deichstraße, subida al campanario de la Iglesia de San Miguel, con unas preciosas vistas panorámicas. 


Antes de cenar, una parada técnica en el Gastställe Dreyer. ¡La mejor cerveza que hemos probado! Servida en capas, con su tiempo, en un local con un ambiente tan auténtico que los parroquianos echaban humo (literal y figuradamente). Menudos recuerdos: salir de un bar de los de antes bien ahumado.




La recomendación gastronómica de este viaje: cenar en el histórico restaurante Krameramtsstuben, en el corazón del barrio de las Viudas. Justo a los pies de la iglesia de San Miguel, este callejón con casitas del siglo XVII es un viaje en el tiempo. Comer donde vivían las viudas de los comerciantes hanseáticos…


A la hora de pedir, me olvide por completo de las recomendaciones de la gordologa. Empezamos con el “Filet of Matie”, un clásico del puerto: filetes de arenque marinado, suaves y con un punto salado, sobre una rebanada de pan negro, todo unido por una salsa “estilo casero” fresca y cremosa. Un arranque riquísimo. De plato aun más contundente: el “kaleplate” col con un surtido de carnes ahumadas (lomo, salchicha y bacon) que se deshacían, y el contraste perfecto de las patatas caramelizadas, dulces y crujientes. Con una cerveza suave para bajar tanta maravilla, … 







No sé por qué,  pero se me paso el frio.

 Como siempre, lo único malo…

 

lunes, 17 de noviembre de 2025

Lo de la lluvia en Sevilla es un cuento chino

Muchos recuerdos en nuestra bolsa de viaje, ya son muchos juntos desde el 2011… muchas risas y más de una bodega encima. Ahora al pensar qué escribir para recordar nuestra última escapada a Sevilla : "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla...". My Fair Lady, no tenía razón, pero a mal tiempo, buena cara y lo hemos vuelto a hacer; disfrutar de cada momento con la gabardina, el paraguas y con el aroma de balde de fregona húmedo.

 Nuestro mantra viajero podría ser "La Vida es Para Comer" y se activó nada más pisar el Mercado de Triana a primera hora. Ver ese despliegue de buen producto, fresco y vibrante, es un espectáculo para los sentidos. Eso sí, nos llevamos el primer susto: ¡las cigalas de tronco a 90€ el kilo! Como para comprar cuatro y que nos las hagan en el momento… Siempre hay plan B, al pasar por la “Jamonería José Luís Romero” , aunque era pronto, unas miradas de aprobación y … botellita de cava y unas ostras tan sutiles… para comenzar el finde con buen pie.

 


Pero las grandes risas, la anécdota que contaremos una y mil veces, nos esperaba en la capillita del Carmen, bajo el puente de Triana. ¡Por 1,50€!! Dos tontos muy tontos, chaparrada y toque de campanas.

 Menos mal que somos de encontrar fácil refugio – porque no deja de llover con ganas-  y en “Casa Cuesta” repusimos las fuerzas con unos menudos (callos con garbanzos) que eran pura gloria terrenal, y unas berenjenas con miel de caña que nos trasladaron al cielo. Todo muy místico.

 Luego, en nuestra primera incursión en el tapeo formal de barra en  “La Entrañable", con silla baja:

-          Perdón, ¿qué es esto?

-          Pan – Dice el tabernero

-           Ah... pensaba que era mollete.

-          Si lo sabía, ¿pa' qué pregunta? Suelta con el tono justo al borde de la broma

 


Después de la siesta, al Museo de Bellas Artes, un lugar de 10 para protegerse de la tormenta Claudia… tronchándonos como insustanciales con las cajas de las consignas.

Murillo está bien, pero tantos cuadros de tiñosos que solo con verlos te empezaba a picar todo... Zurbarán, algo menos intenso, pero especialista en pintar santas pomposas con trajes de lujo. La lección del día: si tiene alas y mata al dragón, es el Arcángel San Miguel; si no tiene alas, es San Jorge.



Callejeando de noche por La Calle de la Vida, entre los tunos que seguro que algo tienen que ver con la lluvia…nos topamos con la famosa reja del diablo, una verja sin soldaduras de la que un emocionado sevillano nos cuentan que por ella se asomaba su padre de muchacho… Mientras, en el balcón de arriba, un tipo con cara de pocos amigos – no son horas para tanta historia- nos miraba.

 


La visita a la Plaza de España, un momento de sol, para poder ver las diferencias en las calidades de los azulejos, cosas de las prisas en las obras… es bien bonita, aunque esté sin agua y sin botes para demostrar nuestra pericia.

La recomendación gastronómica es “El Disparate”. ¡Con cuidado de que no te sitúen en la zona de co-working! Riquísimo de aperitivo Ensaladilla de gambón al ajillo, el carpaccio de alcachofa con parmesano, jamón y pistacho. Y de los cuatro platos principales que pruebo, me quedo con  el Calamar thai con crema de verduras, curry verde y leche de coco. Y fuera de carta, el cocido : manos de cerdo deshuesado con garbanzos.

 

Después de un estudio exhaustivo del precio de la tapa por Sevilla: Ojo cuidado la rodaja de salchichón a 1€, si hay que recomendar algún bar más, para la lista:

-          Bar “el Peregil” con g,  pequeño pero con un toque especial. Y sí o sí hay que probar los Buñuelos de camarón, wakame y ortiguilla. Donde nos preguntan a la hora de pagar quién lleva los “jurdeles”.

-         Jamón en el Bar las Teresas, tuvimos que repetir, la ración se nos quedó corta en la barra. Aunque el de “La cocina del Traca” en un barrio más familiar y menos turístico, no se quedaba a la zaga.

-          Los riñones del Rinconcillo, un bar con más de tres siglos donde aún apuntan la cuenta con la tiza en la barra gastada de madera.

-          La bodega de Santa Cruz, donde nos enseñan a encestar la propina a tres metros de distancia.

-           Las alcachofas de Casa Román riquísimas pero las llaman : Flores de alcaucil salteadas con jamón ibérico , como para encontrarlas en la carta.

 

Habrá que volver, porque, como bien pone en Sevilla por todas partes: 

NO madeja DO comprar de todo …

 

martes, 11 de noviembre de 2025

Roma: donde “Tredici” no es multitud

Inesperadamente comenzamos el viaje, con nuestra bolsa repleta de “marcha&dancing” de peregrinos, cruzando la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro para recibir la indulgencia plenaria y que nos perdonaran todos los pecados… aunque lo que realmente necesitábamos era protección divina contra las hordas de turistas que asediaban Roma en pleno Año Santo.


Nuestra “peregrinación” particular nos llevó al Mercato Trionfale, donde el vino a granel —el más caro, a 1,8 € por litro— fue todo un hallazgo. Un milagro moderno este mercado aún sin malear, con tenderos amables que te dan a probar porque saben que, al cuarto vino, somos imparables. 




Quesos, embutidos y, sobre todo, la Porchetta di Viterbo de Betti… ¡qué costra, mamma mia! Con nuestra caja para la “inmundizia” y los tesoros del mercado, celebramos un banquete que nos conoce hasta el Papa. ¡Bat, Bi, Hiru, Lau!




Menos mal que llevabas el “bastón selfico de mando” con pañuelo, para seguirte entre los millares de turistas que asaltaban la Fontana di Trevi y el Panteón. 

Entre el Moisés de Miguel Ángel en San Pietro in Vincoli —que nos dejó sin respiración— y los mosaicos de Santa Prassede, que son una maravilla, seguimos nuestra particular ruta de fe y arte culinario. Alguna cola de más en la Basílica de Santa María la Mayor, pero es que la sepultura del Papa parece que tiene tirón. Un momento de democracia, nos demostró que nosotros somos más de seguir instrucciones.





Muchos recuerdos. Silvano del Virginiae y Mauro se van haciendo mayores; la que no cambia es la Matriarca del Campo de’ Fiori, Franca, con sus pendientes de la Roma en el puesto de verduras. Eso sí, una pena: cada vez más tenderos pakistaníes…


 

En cada esquina hay algo que ver, una iglesia que descubrir. San Calixto sigue igual, con sus grandes cervezas, aunque el público rejuvenece y los banderines de equipos vascos son cada vez más numerosos. Una gozada pasear por las callejuelas y las iglesias “menos” conocidas, como San Stefano della Rotonda, mientras las multitudes luchaban por sus selfies.

 

Al final, Roma nos enseñó que la santidad no está en los grandes peregrinajes, sino en los pequeños milagros cotidianos, que mantienen un gran grupo… aunque luego toque pagar la penitencia buscando mesas para los “tredici” que éramos. Un terremoto en la organización: mesas y sillas en línea al momento, pero ¡qué precios! Auténticos ladrones. Menos mal que teníamos la terraza del Hotel Genio para desquitarnos. ¡Y qué vistas!

 

El cuerpo perdido y el alma salvada. Destrozado… ya no tengo pies ni estómago para tanto exceso. Cuatro días a pleno rendimiento, adiós al régimen: cuatro comidas y tres cenas diarias mientras recorríamos Roma a buen ritmo. Dicen que fueron 30 kilómetros, pero juraría que fueron muchos más… ¡con maratón incluida el domingo! Pobres novias esperando su coche para ir al altar.




 

En cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro, en el barrio judío: Nonna Betta . Cucina kosher con el clásico Carciofo alla giudia (una sabe a poco, mejor pedir dos), Fiori di zucca con mozzarella y anchoas, y el plato estrella: Cervelletto d’abbacchio con carciofi… unos sesos que quitan el sentido y me devuelven a mi más tierna infancia, cuando aún figuraban en el menú semanal.

Por otro lado, en distinto estilo: la Pizzería Baffetto, donde es más fácil meter a los “tredici” que a las parejas que esperan la fila y se quedan atónitas. La mejor pizza: Bresaola e Rucola e Parmigiano, con sus jarras de vino.

 

Mil gracias por la organización: se notan las horas, el cariño… y la autoexigencia. Roma nos deja los pies destrozados, el alma en paz, la cartera en coma y la maleta con sobrepeso (medio cerdo incluido). A pesar del gentío, Roma no cansa. Y tú, mucho menos. Once viajes después… ya eres toda una experta eterna.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Atyrau, Kazajistán: Donde Cruzar de Asia a Europa es más fácil que pagar un Taxi - solo metálico

Difícil que olvide, mi primera vez en Kazajistán. 

El viaje fue de los largos. Tras más de 40 horas de travesía, que incluyeron: perder un vuelo, el caos en Doha para reubicarnos -por ir en pareja- y retroceder hasta Estambul (para tomar carrerilla), aterrizamos por fin en el minúsculo aeropuerto internacional de Atyrau. Recibimiento al estilo soviético, militares jóvenes con inmensas gorras de plato, cuarto de aislamiento y colas burocráticas en perfecto kazajo. Cuando por fin llegamos al hotel, el jetlag , de solo cuatro horas, fue la gota que me dejó destrozado. El miércoles, para ira a obra, ... arrastrándome, y con el paso de los días, llego al final de semana que no soy persona, aunque cumplimos como siempre los objetivos, restando horas de cama.



Pero como no podría ser de otra forma, siempre hay tiempo para disfrutar de la comida –aunque es casi imposible seguir las indicaciones de la “gordóloga”– y de un poco de turismo. Unas horitas finales, previas al regreso, para disfrutar un poco de la ciudad.

Atyrau, la capital petrolera, con campamentos en el centro de la ciudad de casi todas las empresas grandes (Exxon, Chevron, Lukoil…), es un lugar de contrastes. Paseas junto al río Ural y ves una ciudad gris en medio del otoño, como en plan Rusia, pero la gente, sin embargo, es amable. Si les das los buenos días –¡Qayırlı kún!–, o das las gracias –Rahmat–, o por favor –pashálsta–, te los tienes ganados.

Y con una mezcla genética entre turcos, mongoles y rusos que engancha: desde nómadas con pinta de guerrero mongol con las curvas en las piernas de los que han montado a caballo desde el origen de los tiempos, hasta señoras que parecen salidas de un mitin de 1980 con pañuelo en ristre tapando la cabeza, pasando por bellezas eslavas con contraste:  piel muy pálida y el pelo muy negro, que les da un aire poderoso, con pómulos altos y ojos rasgados, y su metro noventa con lo que no pasan desapercibidas, …sobre todo mientras posan descaradamente haciéndose selfis.

Pero si algo me sorprende en Atyrau no son ni las iglesias coloridas ortodoxas ni las mezquitas, sino las máquinas de boxeo en la calle. Parece que el “ocio público” se reduce a restaurantes, hockey y ver quién pega el puñetazo más fuerte. No es raro ver a un señor con traje liberando estrés. Yo no le discutiría un presupuesto, menudas hostias.



La anécdota –aunque, como bien me dices, pasa lo mismo en Estambul– es el puente sobre el río Ural. Cruzarlo te lleva de Europa a Asia en 30 segundos. A ambos riberas, hombres que parecen estar de cháchara, lanzando piedras al río, con el cigarrillo en la boca junto a cubos de plástico; pero cuando me acerco, están pescando una especie de anchoas plateadas, cuyo nombre no entendí, pero el sedal con el plomo se llama algo parecido a "kruzok", que suena más a cerveza checa, - igual me estaban invitando y no les entendí.



Ardak , nuestro chofer local, es un crack que ha trabajado para todas las grandes empresas petroleras y nos enseña fotos con extranjeros. No sé si piensa que debería conocerlos. Con un vocabulario de 20 palabras en inglés, hizo de guía con tal entusiasmo que, señalándonoslo todo menos la carretera… ¡reventó una rueda contra un bordillo!

Amplió nuestro tour para incluir un taller mecánico, donde el baño me trasladó 15 años atrás, a mis primeros viajes a Rusia. ¡Qué nostalgia más insalubre!



Y en medio de todo, la grata sorpresa: en el Parque de la Victoria, entre tantos hombres, descubrimos el monumento a “Khiuaz Dospanova” como se llama el aeropuerto. Ardak nos lo contó orgulloso: "¡Era de aquí!" señalando con el dedo, el suelo. Según una placa, y el traductor ruso – castellano porque el kazajo no parece que este de serie- fue una de las temidas "Brujas Nocturnas", las pilotos que apagaban el motor de sus aviones para planear en silencio y soltar la bomba. Toda una leyenda local de armas tomar.




En resumen, un viaje surrealista donde lo más fácil fue cruzar continentes y lo más difícil fue cambiar dinero para un taxi en Almatý. Menudo lugar – da miedo en la noche de muertos- nos han metido a dormir y sin avisar que hay que llevar dinero para poder salir a un restaurante. Menuda sesión de mímica y dotes de trueque con Ali para que me diera un billete de 5000 tenge kazajos (KZT) a cuenta de la Visa. Esa suerte no la tuvimos con el taxista: la carrera costaba 1200 tenge kazajos (KZT), pero ni él ni yo teníamos cambio. Yo, seguro; él, más bien parecía usar la estrategia de intentar cobrar 2000. Se fue enfadado porque no le di los ochocientos “chiflos” que quería cobrarse (todo un euro), y al final me “regaló” los doscientos de malas maneras. Si me hubiera sonreído, le habría dado los cinco mil con gusto si venía a recogerme después de la cena. El hotel... mejor ni hablar: menudos olores, y eso que está a dos pasos del aeropuerto. Por cierto, aquí no ha llegado la tontería de los “jalobines” y sus calaveras, todo llegara,

En cuanto a la recomendación gastronómica, esta vez es el COBAN Meat & Meet: la chuleta de potro que sirven es una verdadera delicia kazaja y también puede ser, que estuviera junto al apartamento donde nos alojamos y con lo cansados que estamos, gloria bendita.



Platos típicos kazajos que he probado durante esta semana:

·       Beshbarmak (o besbarmak): la pasta ancha en sopa con carne de caballo.

·       Shashlik: los pinchos de carne de cordero.

·       Manty (МАНТЫ): dumplings rellenos de carne, fritos o cocidos, se sirven con crema agria o una salsa de tomate con cebolla.

·       Joshán (Хошан): dumpling frito, relleno de carne picada de cordero con cebolla; es mejor morderlo con la servilleta puesta, sale un caldo delicioso al darle el primer bocado.

·       Kuurdak (КАЗАКША): hígado, riñones y demás casquería con verduras, cebolla cruda y patatas cocidas.




De lo que tenía en mente, me ha quedado por probar las salchichas de caballo, kazy y shuzhyk, por lo que tendré que volver, pero hay que estudiar mejor las combinaciones aéreas, algo tiene que haber para llegar a este sinfín del mundo.

 


domingo, 26 de octubre de 2025

Winerun por la Rioja - deporte de élite y algo más

Llegamos a Logroño con el tiempo justo, casi a la carrera. Creo que era mi primera vez paseando por la ciudad de día, y me sorprendió. Lo primero que nos llamó la atención, al pararnos a ver la boda valenciana con traca final para no ver el vestido de la novia, fueron las torres de la Catedral de Santa María de la Redonda, que tienen nombre propio. La Torre de San Pablo, es un poco más alta que la de San Pedro, aunque a simple vista parezcan gemelas. Un detalle que solo descubrimos al poner la oreja, a uno de esos turreguías…

 


Visita relámpago al mercado, no nos podíamos perder el puesto de Marisol, que luce con orgullo vender el mejor chorizo del mundo . Un sabor único entre tradición  y sabiduría. Nos llevamos de regalo, además de la charla la receta de su abuela para hacer las mejores patatas a la riojana.  




 

Después bajamos hacia la calle del Laurel, más llena de lo que recordaba.  Aunque tardan lo suyo, en La Tavina probamos su crujiente de careta de cerdo, ganador del Delantal de Bronce del Concurso de Tapas de La Rioja. Una maravilla: lámina fina, pasada por la plancha hasta quedar crujiente, con laurel, pimienta y sal en escamas. “Tradición y modernidad en un solo bocado”.




 

En Navarrete, recuperar fuerzas y un poco de bajón con el partido del Athletic, pero la noche terminó con unas cuantas copas de vino y muchas risas, incluso alguna cadeneta improvisada con los lugareños antes de cerrar el bar. Menos mal que alguien con algo de cordura nos guió hacia el hostal frente a la iglesia, porque las campanas nos despertaron temprano. Al menos, el cambio de hora nos regaló una más de sueño.

 

 Al día siguiente amanecimos bien entrenados para participar en  la Winerun por la Rioja Alavesa, Oyón - Oion y los viñedos que parecían no tener fin. Todo deporte y buen ambiente.





A ratos la multitud era agobiante, pero bastaba mirar alrededor para que los colores del otoño —rojos, ocres, dorados— lo curaran todo. Precioso. Disfrutamos del ambiente, de las tres copas de vino reglamentarias y del paisaje que lo envolvía todo y corriendo para casa para hacer la maleta...

 

 

En cuanto a la recomendación gastronómica el Figón del Duque, donde terminamos bailando gracias a que nos dejaron el altavoz, todo un detalle. Su pequeña bodega escondida – peligrosa para los que van pasados de copas, solo nos dejan bajar a nosotros dos, bajo el restaurante nos sorprendió tanto como su carta, que respira el lema “Del terruño al fuego”. Todo estaba delicioso, pero lo más el Mole & Magret, con su salsa de chiles, especias y chocolate al 90%, pero lo imprescindible las Chuletillas de lechal al sarmiento, con causa de panaderas y crema de pimientos de piquillo.

 

viernes, 17 de octubre de 2025

Viaje a la estepa patagónica y ni rastro de pingüinos


Llegamos en un mal día. Coincidía con el antes llamado “Día del Respeto por la Diversidad Cultural”, ahora rebautizado como “Día de la Raza”, “de la Hispanidad” y, para nosotros, “el cumpleaños de Ibon”. En Buenos Aires, muchas calles cortadas por las celebraciones; difícil ir de un aeropuerto al otro. Parece que ahora Colón ha sido parcialmente redimido: ya no lo tienen desterrado a las afueras, mirando al mar. En los videos oficiales de la Casa Rosada se nota el cambio. Sospecho que a ti te habrían indignado. Me quedaron grabadas un par de frases:

·       “La civilización prevaleció sobre el salvajismo y el orden sobre el caos.”

·       “Conmemoramos el inicio de algo mucho más grande que nosotros: la civilización occidental. Porque sin raíces, no hay futuro. Hoy más que nunca honremos este legado que tanto costó construir.”

 

Desde fuera, impacta ver cómo ha cambiado el país en menos de dos años. Los taxistas —mi termómetro local— dicen que están peor: trabajan más horas para ganar lo mismo. Pero, entre risas, dicen que ha bajado el consumo de ansiolíticos. Los precios están altísimos, sí, pero al menos ahora puedes prever lo que costarán los medicamentos y organizarte. Las subidas ya son escalonadas, en torno al 2 % mensual.

Al aterrizar en Trelew, teníamos contratado un traslado. Dos largas horas por la Ruta Nacional N.º 3, recorriendo la Patagonia costera. Es la segunda ruta más larga del país, con doble carril en gran parte... aunque todavía sin terminar. Mario, el conductor, me lo cuenta con ironía:
—Hace 18 años que dicen que la están terminando. Aún queda mucho por hacer.

No me imaginaba que el paisaje sería tan árido. Con algo de insistencia —porque la carrera ya estaba pagada y no quería volver de noche— conseguimos desviarnos unos 20 km para ver la costanera y, quizás, alguna ballena. Llegamos a Puerto Madryn. No nos quedamos a tomar el famoso té galés ni a probar sus tortas (le llevo una a Ama), y eso que era hora de merienda. Mucho ambiente de domingo largo: familias paseando junto al mar. Paramos el coche para mirar el horizonte… A lo lejos, tal vez una ballena, tal vez un submarino. En la obra me muestran videos espectaculares del avistaje. Me da rabia: por 15 km más , hasta El Doradillo, habría podido disfrutarlo en condiciones. Pero no tenía efectivo suficiente para hacerme entender… un buen apretón de manos de los míos habría bastado. Parezco un principiante.


Nos alojamos literalmente en medio de la nada: una zona en expansión, un hotel modular recién construido y una mina abandonada de fondo. Inauguramos la habitación. Se nota que el personal aún no está cansado: hacen todo por agradar. La semana se pasa volando. Mucho trabajo, ningún restaurante cerca donde disfrutar de un buen asado. Para colmo, todos firmaron la política de “cero alcohol”… un error, considerando los excelentes vinos mendocinos. Pero bueno.

La estepa patagónica: viento constante y polvo que te impide incluso pasarte la mano por el pelo. Baños de arena. Quizás por eso lo llaman Playas Doradas.
Lo mejor, los paseos mañaneros por la playa. Ver amanecer mientras la fauna se despereza bajo mis pies. Zorros, liebres, lechuzas y todo tipo de aves marinas… Me miran como preguntándose quién soy. No huyen enseguida: saben que el intruso soy yo.

El regreso a Buenos Aires, un pequeño caos. Como si me lo hubiera organizado un enemigo.
Nos recogen en Playas Doradas a las 2:30 de la mañana. Algunos baches todavía los llevo clavados en la espalda. El conductor pega un par de volantazos peligrosos, pero mejor no decir nada para que no se distraiga más. Dos horas hasta Trelew, con una compañera de viaje que no dejó de toser en todo el trayecto. Mario, vuelve a ser nuestro conductor, no aguanta más. Un poco de tensión: suelta el volante, se da vuelta y le ofrece pastillas de miel. Ella, somnolienta, ni se entera.

Esperamos un par de horas en el aeropuerto y volamos a Buenos Aires, donde teníamos una escala de nueve horas… que desaprovechamos por completo. Entre “ponte bien” y “quítate esas pajas”, solo nos recomiendan estar unas cuatro horas en la ciudad, por los atascos.
Alex me había dejado un plan brillante: parrilla en San Telmo, chorizo, chinchulines, un corte fuera de los habituales de nuestra carta, vino, sifón, chimichurri y flan con dulce de leche. Pero no… me da por tomar el bus turístico.

Desde el principio, pinta rara. Pregunto si pasa por el aeropuerto y me responden:
—Va a la Monumental.
Yo, todo confiado:
—¿Eso es una plaza de toros?
Cara de “¿me estás tomando el pelo porque sos de Boca o sos así?”.



Debería haberme bajado en el primer atasco. Del estadio de River a la Bombonera pasaron casi cuatro horas. Ahí me entero de que ambos equipos tenían originalmente los mismos colores, pero se los jugaron en un partido que River ganó. Como castigo, Boca tuvo que cambiar los suyos y adoptó los colores azul y amarillo, inspirados en la bandera del primer barco que entraba al puerto: uno sueco. River, en cambio, mantuvo su camiseta blanca con la icónica banda roja. (Eso dicen)

Desde arriba del bus, la ciudad se ve más triste. Mucha pobreza, mucho control: policías pidiendo papeles. Gente durmiendo en la calle, entre marquesinas y aceras, ante la indiferencia resignada de quienes ya no los ven. Pancartas de sindicatos. Campañas contra el antisemitismo. Adolescentes paseando jaurías de perros que saltan entre sus piernas.



La ciudad me parece un poco más melancólica. ¿Será la musiquita de tango y milonga que no para en el autobús? Las únicas sonrisas: unos niños que se ríen de mí, el barbudo solitario con bandana. Me saludan entre risas, lanzando besos y haciendo corazones con las manos. Algo sabían.

Después de ver la Bombonera, se confirma que nos subimos al bus equivocado. Avería al canto.  El recorrido se desvía por calles estrechas, menos turísticas. Más saludos, más risas. Más pobreza. El bus termina yendo… al taller.
—Son cinco minutos —nos dicen.


Total, ni tiempo para comer. Con las horas justas, volvemos al aeropuerto de Ezeiza, donde teníamos un traslado contratado hacia el otro aeropuerto.


En cuanto a la recomendación gastronómica, imposible. Esta vez no hemos comido como se debe. No ha estado mal, pero no hemos parado ni un momento. Igual, por destacar algo, las empanadas argentinas en el aeropuerto, bajo un enorme árbol dorado. Ni me acuerdo del nombre del restaurante. Tampoco es relevante. Si vuelvo, prometo sobornar a Mario a tiempo, evitar buses turísticos piratas y dejar tiempo suficiente en el programa de viajes para un buen asado con vino mendocino.