Difícil que olvide, mi primera vez en Kazajistán.
El viaje fue de los largos. Tras más
de 40 horas de travesía, que incluyeron: perder un vuelo, el caos en Doha para
reubicarnos -por ir en pareja- y retroceder hasta Estambul (para tomar
carrerilla), aterrizamos por fin en el minúsculo aeropuerto internacional de
Atyrau. Recibimiento al estilo soviético, militares jóvenes con inmensas gorras
de plato, cuarto de aislamiento y colas burocráticas en perfecto kazajo. Cuando
por fin llegamos al hotel, el jetlag , de solo cuatro horas, fue la gota que me
dejó destrozado. El miércoles, para ira a obra, ... arrastrándome, y con el
paso de los días, llego al final de semana que no soy persona, aunque cumplimos
como siempre los objetivos, restando horas de cama.
Pero como
no podría ser de otra forma, siempre hay tiempo para disfrutar de la comida
–aunque es casi imposible seguir las indicaciones de la “gordóloga”– y de un
poco de turismo. Unas horitas finales, previas al regreso, para disfrutar un
poco de la ciudad.
Atyrau, la capital petrolera, con campamentos en el centro de la ciudad de casi todas las empresas grandes (Exxon, Chevron, Lukoil…), es un lugar de contrastes. Paseas junto al río Ural y ves una ciudad gris en medio del otoño, como en plan Rusia, pero la gente, sin embargo, es amable. Si les das los buenos días –¡Qayırlı kún!–, o das las gracias –Rahmat–, o por favor –pashálsta–, te los tienes ganados.
Y con
una mezcla genética entre turcos, mongoles y rusos que engancha: desde nómadas
con pinta de guerrero mongol con las curvas en las piernas de los que han montado
a caballo desde el origen de los tiempos, hasta señoras que parecen salidas de
un mitin de 1980 con pañuelo en ristre tapando la cabeza, pasando por bellezas
eslavas con contraste: piel muy pálida y
el pelo muy negro, que les da un aire poderoso, con pómulos altos y ojos
rasgados, y su metro noventa con lo que no pasan desapercibidas, …sobre todo mientras
posan descaradamente haciéndose selfis.
Pero
si algo me sorprende en Atyrau no son ni las iglesias coloridas ortodoxas ni
las mezquitas, sino las máquinas de boxeo en la calle. Parece que el “ocio
público” se reduce a restaurantes, hockey y ver quién pega el puñetazo más
fuerte. No es raro ver a un señor con traje liberando estrés. Yo no le discutiría
un presupuesto, menudas hostias.
La
anécdota –aunque, como bien me dices, pasa lo mismo en Estambul– es el puente
sobre el río Ural. Cruzarlo te lleva de Europa a Asia en 30 segundos. A ambos riberas,
hombres que parecen estar de cháchara, lanzando piedras al río, con el
cigarrillo en la boca junto a cubos de plástico; pero cuando me acerco, están
pescando una especie de anchoas plateadas, cuyo nombre no entendí, pero el
sedal con el plomo se llama algo parecido a "kruzok", que suena más a
cerveza checa, - igual me estaban invitando y no les entendí.
Ardak ,
nuestro chofer local, es un crack que ha trabajado para todas las grandes
empresas petroleras y nos enseña fotos con extranjeros. No sé si piensa que
debería conocerlos. Con un vocabulario de 20 palabras en inglés, hizo de guía
con tal entusiasmo que, señalándonoslo todo menos la carretera… ¡reventó una
rueda contra un bordillo!
Amplió
nuestro tour para incluir un taller mecánico, donde el baño me trasladó 15 años
atrás, a mis primeros viajes a Rusia. ¡Qué nostalgia más insalubre!
Y en
medio de todo, la grata sorpresa: en el Parque de la Victoria, entre tantos
hombres, descubrimos el monumento a “Khiuaz Dospanova” como se llama el
aeropuerto. Ardak nos lo contó orgulloso: "¡Era de aquí!" señalando
con el dedo, el suelo. Según una placa, y el traductor ruso – castellano porque
el kazajo no parece que este de serie- fue una de las temidas "Brujas
Nocturnas", las pilotos que apagaban el motor de sus aviones para planear
en silencio y soltar la bomba. Toda una leyenda local de armas tomar.
En
resumen, un viaje surrealista donde lo más fácil fue cruzar continentes y lo
más difícil fue cambiar dinero para un taxi en Almatý. Menudo lugar – da miedo
en la noche de muertos- nos han metido a dormir y sin avisar que hay que llevar
dinero para poder salir a un restaurante. Menuda sesión de mímica y dotes de
trueque con Ali para que me diera un billete de 5000 tenge kazajos (KZT) a
cuenta de la Visa. Esa suerte no la tuvimos con el taxista: la carrera costaba
1200 tenge kazajos (KZT), pero ni él ni yo teníamos cambio. Yo, seguro; él, más
bien parecía usar la estrategia de intentar cobrar 2000. Se fue enfadado porque
no le di los ochocientos “chiflos” que quería cobrarse (todo un euro), y al
final me “regaló” los doscientos de malas maneras. Si me hubiera sonreído, le
habría dado los cinco mil con gusto si venía a recogerme después de la cena. El
hotel... mejor ni hablar: menudos olores, y eso que está a dos pasos del
aeropuerto. Por cierto, aquí no ha llegado la tontería de los “jalobines” y sus
calaveras, todo llegara,
En
cuanto a la recomendación gastronómica, esta vez es el COBAN Meat & Meet:
la chuleta de potro que sirven es una verdadera delicia kazaja y también puede
ser, que estuviera junto al apartamento donde nos alojamos y con lo cansados
que estamos, gloria bendita.
Platos
típicos kazajos que he probado durante esta semana:
· Beshbarmak (o besbarmak): la pasta ancha en sopa
con carne de caballo.
· Shashlik: los pinchos de carne de cordero.
· Manty (МАНТЫ): dumplings rellenos de carne, fritos
o cocidos, se sirven con crema agria o una salsa de tomate con cebolla.
· Joshán (Хошан): dumpling frito, relleno de carne
picada de cordero con cebolla; es mejor morderlo con la servilleta puesta, sale
un caldo delicioso al darle el primer bocado.
· Kuurdak (КАЗАКША): hígado, riñones y demás
casquería con verduras, cebolla cruda y patatas cocidas.
De lo
que tenía en mente, me ha quedado por probar las salchichas de caballo, kazy y
shuzhyk, por lo que tendré que volver, pero hay que estudiar mejor las
combinaciones aéreas, algo tiene que haber para llegar a este sinfín del mundo.
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