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martes, 11 de noviembre de 2025

Roma: donde “Tredici” no es multitud

Inesperadamente comenzamos el viaje, con nuestra bolsa repleta de “marcha&dancing” de peregrinos, cruzando la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro para recibir la indulgencia plenaria y que nos perdonaran todos los pecados… aunque lo que realmente necesitábamos era protección divina contra las hordas de turistas que asediaban Roma en pleno Año Santo.


Nuestra “peregrinación” particular nos llevó al Mercato Trionfale, donde el vino a granel —el más caro, a 1,8 € por litro— fue todo un hallazgo. Un milagro moderno este mercado aún sin malear, con tenderos amables que te dan a probar porque saben que, al cuarto vino, somos imparables. 




Quesos, embutidos y, sobre todo, la Porchetta di Viterbo de Betti… ¡qué costra, mamma mia! Con nuestra caja para la “inmundizia” y los tesoros del mercado, celebramos un banquete que nos conoce hasta el Papa. ¡Bat, Bi, Hiru, Lau!




Menos mal que llevabas el “bastón selfico de mando” con pañuelo, para seguirte entre los millares de turistas que asaltaban la Fontana di Trevi y el Panteón. 

Entre el Moisés de Miguel Ángel en San Pietro in Vincoli —que nos dejó sin respiración— y los mosaicos de Santa Prassede, que son una maravilla, seguimos nuestra particular ruta de fe y arte culinario. Alguna cola de más en la Basílica de Santa María la Mayor, pero es que la sepultura del Papa parece que tiene tirón. Un momento de democracia, nos demostró que nosotros somos más de seguir instrucciones.





Muchos recuerdos. Silvano del Virginiae y Mauro se van haciendo mayores; la que no cambia es la Matriarca del Campo de’ Fiori, Franca, con sus pendientes de la Roma en el puesto de verduras. Eso sí, una pena: cada vez más tenderos pakistaníes…


 

En cada esquina hay algo que ver, una iglesia que descubrir. San Calixto sigue igual, con sus grandes cervezas, aunque el público rejuvenece y los banderines de equipos vascos son cada vez más numerosos. Una gozada pasear por las callejuelas y las iglesias “menos” conocidas, como San Stefano della Rotonda, mientras las multitudes luchaban por sus selfies.

 

Al final, Roma nos enseñó que la santidad no está en los grandes peregrinajes, sino en los pequeños milagros cotidianos, que mantienen un gran grupo… aunque luego toque pagar la penitencia buscando mesas para los “tredici” que éramos. Un terremoto en la organización: mesas y sillas en línea al momento, pero ¡qué precios! Auténticos ladrones. Menos mal que teníamos la terraza del Hotel Genio para desquitarnos. ¡Y qué vistas!

 

El cuerpo perdido y el alma salvada. Destrozado… ya no tengo pies ni estómago para tanto exceso. Cuatro días a pleno rendimiento, adiós al régimen: cuatro comidas y tres cenas diarias mientras recorríamos Roma a buen ritmo. Dicen que fueron 30 kilómetros, pero juraría que fueron muchos más… ¡con maratón incluida el domingo! Pobres novias esperando su coche para ir al altar.




 

En cuanto a la recomendación gastronómica, lo tengo claro, en el barrio judío: Nonna Betta . Cucina kosher con el clásico Carciofo alla giudia (una sabe a poco, mejor pedir dos), Fiori di zucca con mozzarella y anchoas, y el plato estrella: Cervelletto d’abbacchio con carciofi… unos sesos que quitan el sentido y me devuelven a mi más tierna infancia, cuando aún figuraban en el menú semanal.

Por otro lado, en distinto estilo: la Pizzería Baffetto, donde es más fácil meter a los “tredici” que a las parejas que esperan la fila y se quedan atónitas. La mejor pizza: Bresaola e Rucola e Parmigiano, con sus jarras de vino.

 

Mil gracias por la organización: se notan las horas, el cariño… y la autoexigencia. Roma nos deja los pies destrozados, el alma en paz, la cartera en coma y la maleta con sobrepeso (medio cerdo incluido). A pesar del gentío, Roma no cansa. Y tú, mucho menos. Once viajes después… ya eres toda una experta eterna.

2 comentarios:

  1. Que bodito numayos! Grazzie por encarguito! Y q todavía descubras algo nuevo en Roma

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