Translate

domingo, 22 de junio de 2025

Solsticio en Donosti - txakoli , tortilla y Bruce

La noche más larga del año la pasamos en San Sebastian , celebrando el solsticio de verano como debe ser: camiseta, pelo empapado y…

¡Sshhhh! -  Bruce Springsteen, mandando callar al público y poniendo orden en el mundo desde el escenario de Anoeta.

Porque sí, estábamos en Gipuzkoa, donde todo se celebra, escanciando el txakoli y según me hacen ver : desfilando con traje de soldadito  para conmemorar que un día echaron a los franceses, envalentonados por la cantinerita.


Pero ha tenido que venir el Boss, con 75 años, monitor para no olvidar las letras y mirada “intensa”, para recordarnos quién manda realmente. Él se queja de su presidente, y yo me quejo de haber comido en un mexicano sin picante y con un mole sin sustancia. El equilibrio universal se mantiene.

 

En Anoeta —que mira que es feo el campillo — los chavales servían sus primeras cañas con más espuma que cerveza y más nervios que experiencia. Pero el ambiente lo podía todo. Springsteen salió, saludó, y ya tenía a todo el estadio en el bolsillo. Volvió a regalar púas a niñas, entre abrazos, choques de manos y selfies.  Por cierto, yo tengo la mia. A mí me la regaló Kalvin en mi anterior concierto, “The Kaplans”, pero oye, cuenta igual (o casi).


 


Otra vez llovía, como en 2012, pero esta vez, con un poco de insistencia por mi parte, me compraste el “marcha y dancing ” oficial para integrarme. Me sentía fuera de sitio como me dijo la hermana “Jajaja, solo mi hermano va a ver al Boss con polo 🤣🤣.

 

A sus años, Bruce ya no corre, pero no necesita hacerlo. Llena Anoeta más que la Real, y eso sin meter un gol. Su música —mezcla de dolor y esperanza— sigue siendo un refugio colectivo. La casa de las mil guitarras fue eso: un lugar para todos, incluso si no te sabes las canciones (aunque te suenan), donde acabas bailando igual.

 

La recomendación gastronómica…

Cuando estaba todo lleno, una profesional —la Bea— nos llevó al frontón de Atano III, pegado al estadio y, a la vez, completamente camuflado. Allí me comí un bocadillo de tortilla de patata —no por el tamaño, sino por gloria bendita— que me salvó la noche. Estoy convencido.